El acto festivo que representa la lucha entre el Bien y el Mal, entusiasma por igual a grandes y a chicos
El Perro Maldito de La Galga. Foto e José Ayut.
Chicos y grandes disfrutan con el Perro Maldito. José Ayut.
Perro Maldito de La Galga. José Ayut.
El Perro Maldito de La Galga, todo un espectáculo. José Ayut.
Representación del Perro Madilto. José Ayut.
El Perro Maldito de La Galga. José Ayut.
Los protagonistas del Perro Maldito. José Ayut.
El Perro Maldito. El Bien se impone y derrota al Maligno. Foto de José Ayut.
El barrio de La Galga, en Puntallana, vivió anoche uno de los más momentos más esperados de las Fiestas de San Bartolomé con la salida del Perro Maldito, un número que representa la lucha entre el Bien y el Mal y que entusiasma por igual a chicos y grandes . Según una vieja tradición del pago de La Galga, por las vísperas de San Bartolomé (24 de agosto) «el diablo -o perro maldito- anda suelto», así comienza el artículo que la investigadora María Victoria Hernández escribió sobre este acto festivo en su blog La Tendedera que tiene en El Apurón. Desde muy antiguo, explica en el mismo, la chiquillería del barrio viene protagonizando infinidad de travesuras en el vecindario, pero, como coartada, culpan de tales molestias al «diablo de San Bartolo». Cambian unas por otras las macetas de los patios y, especialmente, se preocupan de hacerlo entre las familias que «no se llevan bien». Cada año, estas ruindades son recurrentes y, aún hoy en día, se diversifican. Todo lo achacan al poder de El Mal, que representa el diablo, que, atado a una cadena, domina San Bartolo (El Bien). De esta singular manera se nos presenta la imagen de San Bartolomé que se halla en la ermita galguera.
Hace unos años, recuerda María Victoria en su artículo, un grupo de vecinos ideó el Diálogo entre El Bien y El Mal, una breve obra teatral, inspirada en los autos barrocos del Corpus protagonizados por personajes alegóricos. El libreto es escrito ex profeso cada año y en él aparecen referencias a los males y bienes de ese año, representados por sucesos recientes acontecidos y por viejas reivindicaciones socio-políticas del barrio. El primer diálogo lo escribió el investigador galguero Héctor Hernández Cabrera.
El entorno de la antigua ermita de San Bartolomé Apóstol se convierte en escenario natural de la puesta en escena. Comienza entonces una disputa verbal entre dos ángeles. El ángel malo o demonio (vestido de negro y rojo, con cuernos y rabo, siguiendo la iconografía tradicional), subido en una azotea, se dirige al público, comunicándole su intención de producir el caos. Interrumpe su temible alocución el ángel bueno, colocado en el balconcito de la ermita, desde donde se tañe la campana (vestido de blanco y alado). En un momento determinado, invade la calle, a cuyos extremos se extiende el público, el Perro Maldito o demonio, concebido como una tarasca (gran cabeza de pasta de papel y cuerpo de tela bajo el cual se alojan sus cuatro conductores), acompañada por el ritmo ensordecedor de un grupo musical.
Es un momento de nervios para los más pequeños y para los no tan niños. La tarasca se convierte en la gran protagonista de la noche. Corre de un lado a otro, deambula arrojando sus males sobre los vecinos, aunque todos viven en el convencimiento de que San Bartolomé les favorecerá y protegerá. La famosa y recordada jaculatoria será de nuevo vencedora en la víspera del santo patrón: San Bartolomé bendito, amarra al perro maldito.
La plegaria se entremezcla con otra vieja costumbre pagana. En las esquinas de las paredes de las casas, aparecen colgadas cabezas de ajos, procedentes de la rica huerta puntallanera, puestas al azar por los participantes. Según la vieja tradición, los ajos alejan a todo espíritu malévolo. Se trata, en definitiva, de símbolos y creencias que permanecen vivos en un lugar de arraigadas costumbres y tradiciones populares.
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