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Opinión
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Ignacio Pastor Teso

El ruido mató al ruiseñor

  • La flexibilidad circense de otros tiempos es ahora casi manu militari

Es desalentador comprobar cómo la política del péndulo dirige, en demasiadas ocasiones, las decisiones de quienes elegimos para que las tomen; y sentado que "nunca llueve a gusto de todos" aquellas deben procurar que, aplacando la ira de unos, no lleven a monumentales cabreos de otros; para ello, antes de definir una medida de cierto calado, es muy conveniente escuchar a las partes afectadas, ejercicio de prudencia política necesaria para mantener la pax civitorum, paz que casa mal con decisiones que, ya sólo por extemporáneas, resultan agresivas y desacertadas.

En materia de ruidos producidos por las actividades de los locales de ocio, léase bares, pero no sólo de copas, también "de oros, espadas y  bastos", no ha sido así, de forma que el Consistorio capitalino, durante mucho tiempo, concedió a esos bares patente de corso para desarrollar actividades que por licencia no tenían permitidas: música amplificada, actuaciones en vivo, música en la calle… mirar para otro lado era preferible a cumplir y hacer cumplir una ley que obliga a todos, antes y ahora.  Entonces éramos muchos los ciudadanos que nos divertíamos y, por lo visto, pocos los que se quejaban del ruido insoportable.

Pues bien, parece que ante situaciones y maneras ya abusivas, las quejas de los vecinos afectados han aumentado exponencialmente y desde el Ayuntamiento, responsable último de velar por el cumplimiento de la ley, viendo las orejas al lobo, tratan de hacer ahora bien lo que durante tanto tiempo han hecho mal, de manera que la flexibilidad circense de otros tiempos es ahora firme y casi manu militari aplicación de la ley… evidentemente  "aquellos barros traen estos lodos. "

El debate del ruido es una polémica viva en otras ciudades. Estamos ante  la dicotomía de derechos igualmente defendibles pero de difícil "maridaje": el derecho al descanso, a la salud y a la intimidad del domicilio de los ciudadanos y, de otra parte, el derecho al ocio de los ciudadanos y al trabajo de quienes de esa actividad explotan y de la que dependen muchas familias.

Ante este difícil dilema contamos con apologetas en ambos bandos que defienden vehementemente posiciones encontradas, y este es -desde mi punto de vista- uno de los  errores que nos han conducido a la situación actual, donde los conceptos de normalidad y anormalidad se confunden.  De tal manera que las atronadores voces en los bares, la algarabía en la calle, los ruidos ensordecedores, la música excesivamente alta y en horarios de cierre sin control,  son defendidos como "normal" por los conjurados  del ocio, amparándose en una melancólica idiosincrasia popular palmera , mientras que la actual situación, en la que entrar a un bar invita más a participar, sotto voce, de los cinco misterios del Santo Rosario que a tomar una copa en animada conversación, bajo una capa musical,  estado actual de las cosas, cercano a un plomizo nirvana, que es vista como "normal" por los  juramentados del descanso vecinal.

Ambos argumentos, enfocados hacia sus dos puntos extremos,  pueden ser  igualmente cerriles; si deseamos tener una mejor percepción del conflicto hemos de tomar cierta distancia, abrir el enfoque y, tras colocarnos alternativamente en esos territorios de intereses contrapuestos, formular soluciones más armónicas.

Convendremos entonces en que no faltan razones a quienes defienden que Santa Cruz de la Palma no es ni puede ser un Reino de Taifas, ajeno a la legalidad; existe una legislación nacional, autonómica y local sobre la contaminación acústica que nos protege contra el ruido,  hay también elementales normas de urbanidad y educación  ("respeta para ser respetado"); unas y otras ayudan a que la convivencia entre todos sea más fácil.

De otra parte,  igualmente están cargados de razones  los empresarios de bares quienes, al exponer sus proyectos empresariales al Ayuntamiento para lograr la licencia de apertura, confiaron en las "buenas palabras" del Yussuf de turno y, tras un  esfuerzo económico importante, abrieron sus locales que ahora mantienen a costa de enormes sacrificios, encontrándose con la espada de Damocles blandiendo sobre sus cabezas y negocios si no cumplen rigurosamente con la puritana licencia, antes           "licenciosa"

Esta es la situación a la que, por acción en unos casos y por omisión en muchos otros, hemos llegado y reconociendo todos que la legalidad debe cumplirse, es momento -dicho en términos taurinos- de "saltar a la plaza y coger al toro por los cuernos: comprometerse en la búsqueda de alternativas valientes (y válidas) para tratar de armonizar derechos e intereses tan distintos y tan distantes.

Los empresarios de bares, bien organizados,  han unir sus voces para sentarse en el Ayuntamiento, Cabildo y, si es necesario, con los representantes autonómicos, y presentarles sus números: empresas afectadas, movimiento económico, número de trabajadores, el peligro de cierre empresarial …

En otro orden, parece prioritaria la reforma de los locales de ocio para lograr la insonorización que permita la actividad musical  y que esta no sea agresiva con el descanso de los vecinos. Esas reformas son costosas, tanto por la obra a ejecutar, como la suspensión de actividad de la que dependen muchas familias. Hace falta la implicación de muchos y es hora de que las entidades públicas y privadas "se mojen", y que el clamor mayoritario de los ciudadanos que desean locales de ocio, (y el respeto a las normas de convivencia)  les animen a la concesión de ayudas, a modo de subvenciones y líneas de créditos favorables para este fin, con realismo y renunciando a la "proverbial picaresca".

También hay que pedir a otras empresas vinculadas a esta actividad: distribuidores de bebidas, tabacos y  productos complementarios, que "arrimen el hombro" con aportaciones  a modo de anticipación de royalties. Los propietarios de los locales arrendados, pueden hacer gala de una  inteligente flexibilidad en las rentas con quienes van a emprender una obra que supondrá una notable mejora y, por tanto, una revalorización de su propiedad. Finalmente, nosotros, los clientes, causantes del ruido, tendremos que asumir una subida de precios como condición necesaria para rentabilizar unos negocios que, de otra manera, no lo serán.

Y convencernos, en todo caso, que nuestra diversión nocturna no puede convertirse en  la pesadilla de los vecinos donde se ubican los bares.

 

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