Cuando llega septiembre, en La Palma
la poesía amanece suspendida
mostrando todas sus formas,
voluptuosa, sin recato,
entre cúmulos y cirros
entre el sonoro azul del infinito
y el mar adormilado.
En los barrancos de La Caldera
se exhibe majestuosa.
Por el balcón de El Time
parpadea desafiante
y se desgrana.
Canta, bulle, serpentea
en el agua que fluye rauda
entre las piedras y las hojas de Los Tilos.
Con elegancia y donaire
se ondula
en la brisa que peina eucaliptos,
laureles, hayas, sauces y saúcos
de Cumbre Vieja.
Allá en el horizonte asoma juguetona
besando a El Hierro
acariciando a Tenerife y La Gomera.
Dulcemente susurra
en los contornos azulados
del volcán San Antonio.
Triste y rota se desliza
sobre el silencio amarillo
de los viñedos.
Al llegar la noche permanece insomne
guarecida en los telares ancestrales
va tejiendo con hilos de estrellas
las misteriosas flores de sus sueños
para amanecer de nuevo
en el dulce jugo de las uvas,
en la red anclada
sobre el gris plateado, ebrio
de las bonanzas.
Marynieves Hernández
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