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Opinión
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Sarai Rodríguez Rocha, periodista

Danza del Diablo de Tijarafe

  • Aguarda callado, paciente, en cualquier esquina, su momento

Cae el sol en Tijarafe. Es 7 de septiembre y se nota. El sol se despide un día más, pero esta vez lo hace despacio, con calma. Parece como si se resistiera, como si se mantuviera de puntillas en el horizonte para descubrir por sí mismo la magia de esta noche tijarafera.

Pero es sólo cuando cae el sol y la noche se apodera del pueblo, cuando se respira esa magia y un halo de misterio inunda cada rincón.

Y es que El Diablo aguarda, callado, paciente, en cualquier esquina, su momento. Nadie lo ve, pero se presiente.

El Diablo de Tijarafe, auténtico espectáculo de luces, fuego y tradición. Ya entrada la madrugada del 8, irrumpirá en la plaza, fiel a su cita, como lo ha hecho en su siglo de historia.

La Danza del Diablo, Bien de Interés Cultural, encuentra su significado en la tradición cristiana y católica. El 7 de septiembre, Dios da libre albedrío a Satanás para que recorra el mundo antes de que nazca la Virgen María, al día siguiente, aquélla que aplaste la cabeza de El Maligno con el calcañal de su pie. Es la lucha entre el Mal y el Bien.

El Diablo conoce su final, por eso, en la oscuridad de la noche, recorre la plaza de esquina a esquina. Lo hace de manera triunfal, única, irrepetible, creando la admiración en unos, el temor en otros.

El Diablo de Tijarafe está formado por un armazón de más de 80 kg, lleno de bengalas, voladores y demás pirotecnia, portado por un osado hombre. Durante la danza, va quemando paulatinamente. Comienza por la horqueta, le sigue el rabo y finaliza con la explosión apoteósica de la cabeza.

No danza solo. Gigantes y cabezudos le abren paso entre la marea de gente.

Hoy, después de casi un siglo de tradición, El Diablo emociona y asusta. Incita a todos a ser parte de la fiesta, de la danza, a cruzar la frontera entre el Bien y el Mal.

Los sones de la orquesta anuncian su retirada. Después de la explosión de la cabeza, Sinforiano se marcha, vencido, no sin antes hacer una reverencia a la Virgen de Candelaria al cruzar ante la iglesia.

Y pasa de ser el más admirado y orgulloso al sumiso, arrinconado hasta el próximo año…

Hay quienes dicen que su diablo siempre será aquel que bailaba en la plaza de tierra, con su chaqueta a cuadros y sus medias negras. Asustaba, pero a la vez hacía reír y danzaba a su aire, entre los pocos tijaraferos que allí se congregaban.

En mis retinas siempre quedará el recuerdo de dos ojillos rojos de un enorme diablo, negro, hierático que me hace sentir una mezcla de admiración y respeto, alegría y tristeza por su efímera presencia cada simbólico 7 de septiembre.

Nos vemos en la plaza.

 

 

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