Según la Encuesta de Población Activa (EPA), difundida a principios del pasado mes de abril, el paro en Canarias se incrementó hasta alcanzar un 26,12% de la población activa. En aquel entonces se superaba en unos 9 puntos porcentuales la media del estado español y se duplicaba ampliamente la media de Francia. En esa misma encuesta se señalaba que el 47% del paro canario correspondía a paro juvenil, mientras que en España sólo había un 35,66% de jóvenes en paro.
A principios de Mayo el anuncio es que ha habido una nueva subida: un nuevo 3,42% nos habla ahora de uno de cada tres trabajadores del Archipiélago en paro.
También el mes pasado, el director de Cáritas Diocesana para las islas occidentales, Leonardo Ruiz del Castillo, afirmaba que, entonces, en torno al 30% de la población canaria se encontraba por debajo del umbral de la pobreza, un indicador en el que se engloba a aquellas personas con unos ingresos inferiores al 60% de la mediana de los hogares y que, según el Instituto Nacional de Estadística, se sitúa en los 575 euros por persona al mes.
En aquellos momentos, las peores previsiones de, por ejemplo, el director del Gabinete técnico de CCOO en Canarias, José Miguel González, de que estas cifras se verían a su vez incrementadas ante la previsión de 300.000 parados que se contemplaban para este año en Canarias, con un índice del 30% de paro. Parece mentira, sólo ha tenido que transcurrir un mes para que las peores previsiones hechas para diciembre se materialicen siete meses antes.
En abril se hablaba de que al cierre del año el 33% de la población canaria se podría situar por debajo del umbral de la pobreza, lo que afectaría a unas 660.000 personas, aunque ya en aquellos momentos, las cifras oficiales admitían un 24% de la población en esta situación. O sea, 400.000 canarios.
Las políticas dependientes de la Banca y la Patronal son evidencia de ineptitud. Las medidas tomadas hasta ahora son manifiestamente insuficientes y denotan una mala gestión de fondos públicos. Los gestores parecen haber olvidado que el heraldo público es de todas las personas, y no sólo de los Bancos y Empresarios. Había que tener muy desarrollada la miopía para no asumir desde un principio que la recesión del consumo producida, primero por la alarma mediática y ahora, por el continuo crecimiento del desempleo y el agotamiento de prestaciones, no se palía con "reformas laborales" como la que pide la patronal o, en el mejor de los casos, subvencionando obras públicas para crear unos pocos nuevos puestos de trabajo temporal.
Tampoco es admisible hablar de congelación salarial en la negociación colectiva, por muy maleables que quieran ser la centrales sindicales de Madrid, pues la medida sólo iba a conseguir parchear un tiempo más el decrecimiento racional del consumo.
Lo que cuesta admitir, a la banca y patronal, es que el heraldo público es la cotización de todos y todas. Y que puestos a invertir en soluciones habría que valorar si el reparto individual, al menos de la mitad de lo que se considera Renta Per Cápita, no podría ser la clave para reactivar el consumo y acelerar la actividad económica de forma que se volviera a crear empleo.
Los sindicatos, actúen como sea, no dejan de ser una pieza más, o una sola herramienta de las muchas que hacen falta para acercarnos a épocas mejores. Cierto que siguen siendo fuerzas vivas y muy importantes por su representación entre las clases productivas, pero, ante la actualidad de explotación y enriquecimiento de minorías se limitan a ser una pieza más del propio sistema, en el peor de los casos, o grupos de trabajadores más o menos grandes, pero representativos sólo de su sector de incumbencia: representantes sectoriales de trabajadores, de los que ya hoy sólo son dos de cada tres de la población activa. ¿Quién consciencia a parados y trabajadores de que sus intereses son comunes? ¿Quién los aglutina para un fin común? Máxime, cuando ese fin común supone un cambio social radical.
Es verdad que este sistema social está diseñado para perpetuarse en el tiempo, beneficiando siempre a esa minoría social, repartiendo miedos y dependencia entre la otra mayoría, con el apoyo de una flota mediática, el control de la educación, la dependencia financiera a largo plazo, etc.
Acabo este artículo sin dar abierta solución a nada, al menos eso pudiera interpretarse. Pues en mi cabeza sí que hay una salida clara a esta cruel situación. Igual que en la cabeza de miles de luchadores por la igualdad social, que no entendemos otros tipos de "justicia social".
A estas alturas, si algo puedo afirmar que he aprendido, es a no sentirme un "iluminado" como privilegio de quienes mantienen postura e ideario que aporte soluciones y progreso; es más, ya no estoy dispuesto a permitir estas actitudes en nadie, pues creo que, ahora más que nunca, nuestro deber es saber trasmitir las necesidades que tenemos de caminar hacia otra cultura social y aportar formas para evolucionar, de la manera menos traumática posible, si se quiere, o como nos fuercen a hacerlo…
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