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Caminando tras las aguas en La Palma

Los primeros pobladores de La Palma se asentaron cerca de los cursos naturales de agua de la isla. El barranco del Agua en San Andrés y Sauces, la zona de Argual y Tazacorte, bañada por el barranco de Las Angustias, y el barranco del Río en Santa Cruz de La Palma fueron centros neurálgicos en los que se desarrollaron las primeras poblaciones aborígenes.

Con la conquista de la isla por la corona de Castilla, llegan los primeros repartos de tierra encargados a Alonso Fernández de Lugo, quien se quedó para sí y sus familiares los mejores terruños y repartió entre los demás conquistadores, deudos y colonos superficies de terreno a las que casi siempre iba asociada una cantidad suficiente de agua para cultivarla y resultara productiva para la Corona.

Estos primeros repartos se fueron subdividiendo y las propiedades se segregaron por herencia o compra-venta. Con el tiempo, poco a poco la población fue creciendo, demandando un mejor abastecimiento de agua, elemento imprescindible para la vida.

Comienza entonces la búsqueda del agua, tanto en los años en los que llovía como en los que no, y empiezan a abrirse caminos en el monte con objeto de llegar hasta las fuentes naturales, trabajando en ellas para mantener las tierras nuevamente roturadas, para dar de beber a las familias y a los animales o para limpiar utensilios y textiles. Estos caminos, concebidos para llegar a los manantiales, están llenos de historias, de voluntad y necesidad. Y exigen de nosotros que los valoremos entre todos de manera que las actuales y futuras generaciones comprendamos el esfuerzo y la pericia invertidas por nuestros antepasados en la búsqueda del agua en La Palma.

Estas fuentes empiezan a conducirse hasta los primeros poblados que se asientan en zonas de buenas tierras para cultivar: se construyen canaletas de madera de tea al principio y se van cambiando por obras de mampostería, tuberías de cerámica y por el fibrocemento o cualquier aleación metálica después.

Sigue creciendo la población y a partir de finales del siglo XIX empiezan a abrirse (a “alumbrarse” según el argot hidrológico) galerías en los montes palmeros, en aquellos puntos donde previamente se había visto rezumar agua de la roca, sabiendo que en el interior el acuífero estaba saturado.

Estas galerías y estas primeras conducciones fueron financiadas y trabajadas por particulares y por sociedades y heredades dedicadas a obtener agua para el riego de las parcelas de sus socios y para constituir un buen medio de subsistencia y en ocasiones una significada y considerable renta para vivir. El agua de esas galerías y manantiales se conduce y se reparte entre los habitantes de la isla, quienes abonan unas cuotas y en compensación disponen de acciones de agua para disfrutar de ella por un tiempo determinada a fin de regar y calmar la sed propia y de sus animales.

Esta conducción de agua lomo abajo, aprovechando la fuerza de gravedad, propició, como complemento, la construcción de molinos hidráulicos para molturar el grano, obteniendo productos de primera calidad. También la fuerza de la gravedad se utilizó, a base de grandes saltos de agua, para mover turbinas y generar energía eléctrica en la central de El Electrón (la primera de su género en Canarias y una de las pioneras a nivel mundial) en Santa Cruz de La Palma y en la de El Mulato del término municipal de San Andrés y Sauces. Con el agua hicimos también la primera luz de aspecto limpio y brillante.

Esta búsqueda de fuentes y manantiales, su conducción hasta llegar a las viviendas particulares y la tecnología invertida en molturar el grano y obtener luz en nuestros escaparates y festejos han conseguido que abramos caminos en nuestra escarpada isla, un complejo itinerario que se mueve de la costa al monte, del monte a la costa y, como se dice muchas veces de manera coloquial, “de fuera pa’ dentro y de dentro pa’ fuera”.

Estos caminos del agua están en todos los rincones. Sólo hay que saber buscar y hay que saber ver. Y saber valorar para poder concienciar y educar desde la motivación sentimental. No hay mayor satisfacción que saber de dónde venimos y seguir trabajando para construir hacia dónde vamos. Saber que en estos caminos se derramaron gotas de sudor, de lágrimas… y que se gastaron litros de vino y de vida.

Por esto, el Consejo Insular de Aguas de La Palma quiere llamar la atención para que cada particular, ayuntamiento o institución se proponga el noble objetivo de valorar y enseñar a amar los caminos del agua a toda la población. Saber leer estas rutas como las páginas de un libro y disfrutarlas desde los sentidos, promoviendo sus múltiples significados y recuperando las costumbres que nacieron con ellas.

Ricardo Felipe Pérez

Técnico GIS del Consejo Insular de Aguas.

Licenciado en Ciencias Ambientales.

Día Mundial del Agua 2018

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