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Hippies, ladrones y sectas satánicas: mitos y realidades en el corazón de La Palma

Vivo en Cueva de Agua. En el municipio de Garafía. En la isla canaria de La Palma. Un lugar remoto, de naturaleza salvaje, con vientos incesantes, escarpados barrancos y un océano impetuoso. Llegué hace tres inviernos, con mi compañera y nuestro hijo, que entonces tenía dos años, y hoy ya cuenta con cinco. Cinco y medio, puntualiza Aiur, al oírlo. Compré una finca, donde poco a poco, con nuestras manos, y con la ayuda de nuestros vecinos, hemos construido, y seguimos construyendo, nuestro humilde hogar. Aquí nació, hace ya once meses, nuestro segundo hijo, llamado Suhar. Desde nuestra llegada, hemos ido confluyendo cuantiosas y muy heterogéneas familias, de las más diversas procedencias, culturas y creencias, personas sencillas todas ellas, y numerosos niños. Hay budistas, hay ateos, y paganos, hay judíos, agnósticos, y también cristianos. Vegetarianos, omnívoros y veganos. Separados, pero unidos, en conexión e interdependencia, los locales y los de fuera. Belgas, españoles, italianos, franceses, alemanes, holandeses, griegos, húngaros, israelíes, vascos, catalanes, canarios, rusos, polacos, portugueses, africanos, eslovacos, eslovenos, venezolanos, ecuatorianos y peruanos, y argentinos, neozelandeses, y austríacos, y hasta tuvimos de vecino a un espécimen australiano. La globalización ha llegado. ¿Alguien aún no se ha enterado? Hay excelentes y muy exquisitos artesanos, y artistas reconocidos más allá de nuestros escenarios. Carpinteros, escultores, doctores, albañiles, médicos, ingenieros, agricultores, ganaderos, periodistas, y teatreros, y músicos, y payasos, curanderos, economistas, diseñadores, cocineros. Y cuantiosos títulos universitarios. Algunos viven cedidos, y muchos hemos comprado. Pagamos nuestras licencias. Cumplimos con nuestras deudas. No somos hippies, somos humanos. Vuestros amigos, nuestros hermanos.

Si algo nos une a todos es el amor por una tierra tan seductoramente fiera, por su agreste naturaleza, por este plácido e indómito terreno, y sus entrañables lugareños. Los palmeros, y los de fuera. Todos somos isleños si cuidamos y honramos la salud de nuestra tierra. Los nuevos pobladores realizan gallofas semanales para cooperar en equipo en la construcción de la casa de sus vecinos. Mantenemos relaciones frecuentes y cordiales con las autoridades, cercanas, afables, basadas en el mutuo respeto, y colaboramos asiduamente con ellas en diversos eventos y actividades. Desde exposiciones hasta películas, improvisaciones o festivales: música, deportes, teatro, cuentos, circo, rutas por el bosque, y charlas, ferias, fiestas, y jornadas culturales. ¿Comunas de hippies? ¿Rituales satánicos? Me van a disculpar, pero yo eso por aquí aún no lo he presenciado. Quienes vayan buscando fantasmas, que busquen primero en el interior de sus propias almas, no vaya a ser que el espejo les muestre el miedo con el que algunos temen enfrentar su propio reflejo.

Desde nuestra llegada, se han desarrollado en la zona, por iniciativa de los progenitores, diversos proyectos infantiles basados en el juego libre y el acompañamiento respetuoso. La Pardela, la Seta, la Colmena o el Caracol han cubierto, con sus virtudes y defectos, las necesidades lúdico-educativas y sociales de nuestros pequeños. También han surgido
conflictos, y hemos lidiado con ellos, con escucha, diálogo y respeto. En efecto, existen casos puntuales de personas, en edad escolar, que han rehusado someterse a la escolaridad. Niños despiertos, curiosos, multilingües, inquietos, que aprenden desde el juego a construir su casa, a leer historias, a contar números, y cuentos, y a cantar, a reír, a criar animales, respetar el entorno o cultivar un huerto. El artículo 26.3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece: «Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos». Educar no necesariamente implica escolarizar.

Home-schooling, bosque-escuela, Waldorf o Montessori constituyen algunos de los métodos de enseñanza y modelos alternativos a la oferta estatal. También empiezan a emerger las primeras plataformas educativas online descentralizadas y diseñadas en la blockchain, donde los alumnos reciben dinero, en forma de tokens o criptomonedas, por aprender y adquirir herramientas que los capaciten para desenvolverse con soltura en el cambiante y exigente ámbito laboral donde algún día se tendrán que manejar. Todos queremos ofrecer la mejor educación posible a nuestros retoños, pero no a todos nos convencen las fórmulas centralizadas de exámenes, notas, libros de texto, competitividad, deberes, suspensos, premios, castigos, evaluaciones y copiar dictados en el cuaderno pensando en cuándo llega la hora de salir al recreo. La sociedad ha cambiado, y la educación precisa adaptarse con rapidez a esos cambios. Como padres, tenemos la responsabilidad de crear nuevos modelos más flexibles de acompañamiento para pulir las capacidades de desarrollo integral de nuestros hijos, empezando por escuchar su voz y satisfacer sus más profundos requisitos. Me gustaría que Aiur y Suhar aprendieran jugando, que adquieran conocimientos por motivación, y no por imposición. Y, si el ayuntamiento quiere colaborar, dialoguemos.

El mes pasado, Beatriz, la nueva directora, y Glemis, concejala de Educación, se acercaron personalmente a nuestra casa a invitarnos a una jornada de puertas abiertas en el colegio público de Santo Domingo de Garafía para mostrarnos las instalaciones y el funcionamiento interno del centro. Aiur y sus colegas fliparon en colores: laberínticos pasillos, y escaleras, y salas multiusos, biblioteca, museo etnográfico, comedor, sala de ordenadores, laboratorio, gimnasio, aula de música, despachos, pistas deportivas, parque, circuito, huerto, gallinas. Y muchísimos materiales, y posibilidades infinitas. También coincidieron allí con otros amigos y amigas. Aiur en octubre cumple seis años. Si se matricula en la escuela será decisión suya, no lo que establezcan unas leyes inmutables y caducas que atentan contra los derechos humanos de nuestras criaturas.
Desde la llegada de Beatriz, el colegio de Santo Domingo ha experimentado muy loables cambios en los métodos de funcionamiento, eliminando los libros de texto, y los deberes, aunque los niños se siguen sentando en pupitres durante mucho tiempo. Loables también las labores de reacondicionamiento y mejora de los espacios, y su apertura a la escucha de nuestras inquietudes y dudas. Podemos trabajar juntos, por el bien de los polluelos, y tratar de integrar a todos en un solo centro. Pero ha llegado la hora de descentralizar la educación si queremos proporcionarles la mejor lanzadera para que, el día que hayan de emprender el vuelo, lo hagan con las alas bien desplegadas y con el corazón pleno. Desde fuera, y desde dentro. Surgirán a su vez otros nodos, y proyectos paralelos, e iniciativas diferentes, aunque precisamente esas diferencias, si las miramos de cerca, nos enriquecen. Y que nadie se lo tome personalmente.

He leído que robamos manzanas para venderlas en los mercadillos. Y también placas solares. Puedo asegurar que yo no he sido. Ni la gran mayoría de mis vecinos. Cierto que a veces nos visitan ladrones, procedentes en general de las ciudades, y naufragan temporalmente individuos volados, perdidos, desequilibrados, al igual que en todos los lados, pero en su mayoría se trata de excepcionales y esporádicos casos. Sobre todo si los medios cejan en su empeño de seguir extendiendo rumores, ciertamente infundados, que sirven de llamada a nuestros congéneres más perturbados.

Si nos miramos a los ojos, ninguna etiqueta podrá separarnos. No somos hippies. Somos ciudadanos, vecinos, padres, hermanos, encarnados en seres humanos, transparentes, mundanos, y a los elementos descarriados, pues poco a poco y entre todos trataremos de encauzarlos. Hablar hoy en día de hippies significa quedarse anquilosado en los años sesenta y setenta de un siglo que hace ya tiempo ha terminado. Si dejamos de mirar a los egos, y juzgarnos por dinero, más allá de nuestros miedos, comenzaremos a trazar de manera distribuida las líneas que ejecutan los códigos del juego. Los nuevos modelos de educación y gobernanza descentralizada superarán en eficiencia a los actuales tejemanejes de poder que llevan a cabo las estructuras piramidales de corporaciones y gobiernos. Lentas, ineficientes, pesadas, corruptas, caducas, ancladas en el pasado, obcecadas en su resistencia al cambio. Luchando, luchando, luchando… Imponiendo. Adoctrinando. Y, a la vez, despertando, tomando consciencia y colaborando de manera voluntaria con este nuevo mundo que una vez soñamos y hoy juntos ya estamos creando. Aprendamos de nuestros pecados, para no recaer en los mismos errores cometidos en el pasado. Sólo hay que dar un pequeño salto. ¿Cómo lo veis? ¿Saltamos?

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