El conjunto arqueológico de Belmaco (Villa De Mazo) es atravesado por el Barranco de La Chíchara (desde la cueva hacia La Cumbre) y de Las Cuevas (desde el caboco hacia la desembocadura). Se emplaza en la cota altitudinal de los 380 metros, en plena zona de transición entre los bosques termófilos y el brezal, aunque también aparecen ejemplares aislados de pinos El asentamiento indígena está formado por un poblado de unas 13 cuevas naturales de habitación y una preciosa estación de grabados rupestres geométricos, ejecutados con la técnica del picado, que cuenta con 4 paneles. Y serán, precisamente, estas enigmáticas inscripciones las primeras referencias a un yacimiento arqueológico en Canarias. Los petroglifos de Belmaco, junto con los grabados rupestres de El Julan (El Hierro) y la Cueva Pintada de Gáldar (Gran Canaria), constituyen los tres yacimientos arqueológicos más emblemáticos y conocidos de la prehistoria canaria.
Los grabados rupestres de Belmaco fueron dados a conocer por primera vez en 1752 por D. Domingo Van de Walle de Cervellón. Ya desde el primer momento este hallazgo suscitó una enorme expectación. Así, a finales de ese mismo siglo, fue D. José Viera y Clavijo quien se interesó por aquellos extraños símbolos grabados en la piedra. Este mismo autor fue el primero que apuntó que la Cueva de Belmaco era la residencia de los dos capitanes del bando de Tigalate: Juguiro y Garehagua.
Sin ningún género de dudas, el yacimiento más interesante de todo el conjunto aborigen es la gigantesca Cueva de Belmaco, que ocupa toda la anchura del caboco, que presenta unas magníficas condiciones de habitabilidad en cuanto a sus dimensiones, luminosidad, exposición y protección contra las inclemencias del tiempo. La boca de la cueva está expuesta hacia el este. La anchura total, de extremo a extremo, es de 48 metros, la profundidad máxima es de 19,50 metros y la altura media es de unos 5 metros, de tal forma que se puede estar erguidos en la mayor parte de su interior.
La importancia y el interés de este yacimiento queda perfectamente constatado en la gran cantidad de intervenciones arqueológicas que se han llevado a cabo en el mismo. Las primeras excavaciones fueron realizadas por Luis Diego Cuscoy entre 1959 y 1961 en el extremo izquierdo de la cueva, con una potencia estratigráfica que superó ligeramente los 4 metros de espesor. Los materiales rescatados están depositados en el Museo de La Naturaleza y El Hombre de Santa Cruz de Tenerife.
Posteriormente, en 1974 y 1979, fue el Dr. Mauro Hernández Pérez quién excavó en la parte central de la cavidad, descubriendo unas enormes capas de cenizas, muy similares a las que nos hemos encontrado en Buracas (Las Tricias. Garafía), Los Guinchos (Breña Alta), Barranco de Los Gomeros (Tijarafe), etc. Su estratigrafía apenas si alcanzó los dos metros y era muy pobre en vestigios, si bien su estudio ha contribuido a establecer una cronología relativa del poblamiento aborigen insular.
En el año 1999 se abrió al público el Parque Arqueológico de Belmaco y apenas un año después se procedió a la limpieza y restauración de los grabados rupestres, así como la consolidación de los perfiles que quedaron al descubierto durante las excavaciones de la década de los 70 del siglo XX. La última intervención se produjo en 2013 en unos nuevos sedimentos que aparecieron tras las riadas que afectaron al yacimiento el invierno de 2012-2013.
Belmaco siempre ha estado en medio de todas las investigaciones centradas en un tema tan controvertido e interesante como es el origen y la procedencia de los aborígenes canarios, especialmente en los momentos, hasta la década de los 70 del siglo XX, en los que se consideraba a los grabados rupestres geométricos benahoaritas, ejecutados con la técnica del picado, como la clave para resolver esta cuestión. Para estos arqueólogos existía una estrecha vinculación entre los petroglifos de las Culturas Megalíticas de la Europa Atlántica con los presentes en Benahoare, de tal forma que se consideraba que sus autores fueron las mismas gentes. Estas teorías, hoy superadas, solo se basaban en los parecidos formales entre los grabados rupestres y comenzaron a tambalearse en cuanto se realizaron dataciones absolutas.
Los investigadores que, de una u otra forma, han trabajado sobre Belmaco son innumerables (Juan Álvarez Delgado, Luis Diego Cuscoy, Manuel Pellicer, Pilar Acosta, J. Martínez Santa-Olalla, A. Beltrán, Mauro Hernández Pérez, Juan Francisco Navarro Mederos, Ernesto Martín Rodríguez, Antonio Tejera Gaspar, Jorge Pais Pais, etc). A todos ellos hemos de añadir las visitas de arqueólogos y antropólogos de todo el mundo, como Frederick Forsyth, Jean Clottes, Loubna Dardane, etc
La interpretación sobre el significado de los grabados ha hecho correr auténticos ríos de tinta y se han apuntado infinidad de hipótesis: garabatos sin sentido (J. Viera y Clavijo); símbolos alfabetiformes fenicios (Antonio Távira); carácter simbólico solar (J. Álvarez Delgado); culto a la fecundidad, a la diosa de las fuentes y de las aguas (J. Martínez-Santaolalla); representaciones ideográficas de charcos de agua (L. Diego Cuscoy); concentraciones pastoriles (Mauro Hernández Pérez); ritos propiciatorios de lluvias (J Pais Pais y E. Martín Rodríguez), etc.
Todas estas investigaciones y excavaciones no han hecho otra cosa que confirmar a Belmaco como un yacimiento de un extraordinario interés, único dentro de la arqueología palmera y canaria que, seguramente, aún no ha desvelado todos sus secretos. No existe ningún otro lugar aborigen que fuese utilizado como cueva natural de habitación, lugar de enterramiento y, al mismo tiempo, un lugar de marcado carácter mágico-religioso, tal y como parecen indicar los petroglifos y las capas elaboradas con capas de cenizas y excrementos de ovicápridos, que podrían apuntar a su uso como encerradero de ganado sagrado.
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