“Salto” a escribir estas líneas tras leer la carta titulada “Hippies, ladrones y sectas satánicas: mitos y realidades en el corazón de La Palma” porque me ha conmovido tu relato, la sinceridad de tus palabras; y porque además encuentro una gran afinidad entre los ideales de trasfondo que se infieren de tu discurso y las metas docentes que día a día la mayor parte de los maestros se afanan por conseguir. Asimismo, comparto completamente contigo ese amor por esta exuberante naturaleza, por este baile continuo de nubes, por esta brisa que deleita nuestros sentidos. Al igual que intentas aclarar esos mitos que rondan sobre vuestro colectivo, como maestra, me has impulsado a clarificar otros tantos bulos que circulan en cuanto a la educación pública.
Quizás también tu carta ha removido esta lengua mordida, esta callada labor profesional que muchos docentes nos esforzamos por realizar con ilusión y mucho trabajo jornada tras jornada. Pareciera que en el ámbito educativo la gama de colores no existiera. Las opiniones siempre oscilan del blanco al negro, de la escuela tradicional basada en la disciplina, el castigo, los exámenes, etc; a la escuela más liberal y alternativa con otras metodologías que mencionas. Sin embargo, me atrevo a reivindicar que existen y hemos alcanzado otros tonos en el círculo cromático, la escuela pública ha ido incorporando nuevas metodologías, sus profesores se han ido actualizando en nuevos modelos de enseñanza y en ella no sólo hay mestizaje de lenguas, nacionalidades y culturas diversas, sino también de métodos y estilos docentes diferentes. Como maestra me encanta incorporar en el aula nuevas formas de enseñar, nuevas dinámicas de trabajo, y de igual modo que habéis logrado –lo cual celebro muy positivamente- con la escuela de Garafía una relación de intercambio, colaboración y apoyo; en las escuelas públicas también existe ese quehacer conjunto entre los docentes, con las familias, con las distintos organismos y entidades que participan en actividades complementarias y extraescolares.
Y es que la escuela tan criticada fue la base fundada para brindar igualdad de oportunidades a todos los niños y niñas de la sociedad. Fue una escuela que brindó nuevas posibilidades a chicos y chicas que sin ella se hubiesen visto abocados a heredar oficios familiares que tal vez no eran de su agrado, a asumir roles sometidos a aquellas chicas a las que nadie ni siquiera les habría preguntado, a seguir en la ignorancia y a no tener tan siquiera una opinión. Desde aquella primera escuela en democracia se ha avanzado mucho, la retahíla de leyes educativas es larga desde el año 1970: LGE, LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE y LOMCE. Y aunque todavía no hemos logrado un pacto político sobre educación, y aunque hay muchísimos aspectos que mejorar; te invitaría e invitaría a reflexionar a la sociedad sobre ese “halo” de atraso y fracaso en las escuelas tan fácilmente comentado y denostado en el boca a boca de las charlas que continuamente infravaloran la labor de muchos docentes. Ciertamente, los medios de comunicación, especialmente los televisivos, y las redes sociales, tienen gran parte de culpa de esta crítica constante. Es tal la exhibición de fraude y corrupción en las pantallas televisivas y de los teléfonos móviles que se está contagiando como una epidemia y una vez que la información nos llega, como ciudadanos, no la analizamos, no pensamos ni reflexionamos; sino que la amplificamos, criticando sin ton ni son a las instituciones a cualquier organismo público que se ponga por delante. Y los centros educativos, aunque muchos se empeñen en injuriarlos, han innovado, han progresado, y trabajan por seguir solucionando problemáticas sociales, culturales, familiares, ; reflejo de una sociedad que va cambiando a veces a un ritmo incontrolable.
En la escuela pública en vez y a la vez de castigos se usan consecuencias y mediamos los conflictos para educar en una sociedad que dialogue y busque soluciones para la convivencia; en lugar de y a la vez de dar lecciones magistrales en la pizarra y con la tiza, motivamos a los alumnos para construir proyectos e investigar, ayudándonos de pizarras digitales y nuevas tecnologías; en vez y a la vez de mandar deberes pretendemos que los alumnos y alumnas creen hábitos de estudio y construyan su propio trabajo a base de esfuerzo y dedicación; en vez y a la vez de trabajar individualmente sentados en su silla y delante del pupitre, fomentamos el trabajo por parejas y se llevan a cabo dinámicas de trabajo en equipo en distintas situaciones y fuera del aula, para que los chicos sean capaces de llegar a una solución por ellos mismos a través de un trabajo cooperativo. Cada vez más y más escuelas tienen huertos escolares, disponen de bibliotecas fascinantes para motivar a la lectura, cuentan con aulas tic dotadas de ordenadores para acercar la competencia digital, utilizan instalaciones deportivas donde fomentar la práctica de actividades físicas y deportivas saludables, se suman al reto de trabajar las inteligencias múltiples para evitar “matar la creatividad” (Sir Ken Robinson)o las destrezas de pensamiento. Cada vez más y más escuelas están vinculadas a proyectos globalizados gracias a la enseñanza de idiomas, proyectos ecológicos, proyectos de ajedrez, de educación vial, de salud, etc…Hay un sinfín de buenas prácticas llevadas a cabo discretamente por profesionales que se involucran con el único fin de que todas estas reviertan positivamente en el aprendizaje de los niños y niñas.
Entre tantos profesionales siempre hay excepciones, maestros no quemados sino hastiados de enseñar a marchas forzadas con un horario asfixiante curso tras curso, profesores especialistas que se dejan la voz de clase en clase sin apenas descanso porque el ritmo en las aulas es desenfrenado. Docentes que malgastan su energía no en enseñar sino en educar en valores, que debieran ser inculcados desde el hogar. Y es que intrínsecamente, es decir, formando parte de la educación pública, hemos de luchar y reclamar muchas mejoras: mejor y mayor dotación humana y económica a los centros escolares, ralentizar los ritmos, las sesiones, los horarios para que prime la calidad educativa y no la cantidad (incluyendo en nuestras escuelas pinceladas del “slowmovement” de las escuelas Waldorf y Montessori), incrementar la docencia compartida para poder brindar una atención más personalizada a los chicos y chicas. Son muchos los retos que aún tenemos por delante, para ello hemos de involucrarnos, reclamar, deshacer para volver a hacer mucho mejor. De este modo las escuelas se convertirían en comunidades de aprendizaje y habría un clima colaborativo de todos los agentes que participan en el proceso.
Pero tal y como comentas,el papeleo, los horarios impuestos, los ratios cada vez más elevados, frenan en muchas ocasiones al profesorado y a los centros, y tanta burocracia o conectividad internauta lo que consigue es hacer más difícil el sortear obstáculos y tramitar actividades motivantes para los pequeños.
Pero por encima de todo esto, en la escuela los niños se socializan, se entremezclan, dialogan, cuentan cuentos y cantan canciones, aprenden, se equivocan, escriben y leen, se emocionan, “surfean” por la red, se mueven y conmueven, también se aburren, inventan, bailan, cantan, piensan, construyen, crean, razonan, calculan, hacen y practican…En fin, la escuela es un lugar de encuentro social, corporal, cultural, personal, emocional, intelectual, ideológico y como tal hemos de creer en él para acometer las mejoras que creamos necesarias, para participar …para encontrarnos como en este caso, con opiniones distintas pero con expectativas muy muy afines. Siempre al amparo del respeto de opiniones opuestas, siempre con la bandera blanca ante juicios aparentemente sin fundamento, siempre expuestos a desavenencias que con mucho diálogo, trato, negocio, consenso, pueden llegar a buen puerto. Porque la educación pública y la educación alternativa pueden jugar juntas una partida. Juguemos.
Mª del Pilar Rodríguez Domínguez.
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