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Opinión
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Antonio M. Díaz Hernández

El Porís de Candelaria, en Tijarafe

  • Un lugar de encuentro de los tijaraferos con el mar

En alguna ocasión las personas tenemos la fortuna de encontrarnos en lugares entrañables, sitios en los que parece que retornamos a nuestra propia naturaleza, esa misma sobre la que nos  empeñamos sobrevolar en nuestra cotidianidad,  uno de estos lugares es sin duda El Porís de Candelaria, en Tijarafe; lugar con historia para los lugareños del municipio que con esfuerzo han logrado que sea uno de los muy escasos puntos de acceso al mar, en los impresionantes acantilados del noroeste de la isla de La Palma.

Su pequeña bahía ya fue usada desde los años posteriores a la conquista de la isla  como embarcadero, y desde siempre ha sido un lugar de encuentro de los tijaraferos con el mar, ese mar que si no fuera por esos pocos lugares,  de trabajada accesibilidad, con caminos excavados en las laderas imposibles, ingeniosas obras para sortear los numerosos inconvenientes naturales, quedaría tan lejano, en esta parte de la isla, estando realmente tan cerca.

Este lugar no sólo es especial para los lugareños, que observaron como sus antepasados se aprovisionaban de víveres a través su embarcadero, cuando todavía en la segunda mitad del siglo pasado la carretera no llegaba a Tijarafe, ni para los que vieron partir algún familiar con la esperanza que suscitaba América, en tiempos de escasez, o para aquellos que en determinados momentos no tan lejanos calmaron el hambre de la familia con algún pescado obtenido en estas costas, la sensación de estar en un lugar entrañable se extiende a mayor número de personas que aprovechando su mejor accesibilidad han aprendido a nadar en su bahía, disfrutado de una comida compartida, o se han acunado al arrullo del mar, escuchando dentro de la gran cueva el sonido de las pardelas al anochecer.

Reiterando el esfuerzo compartido para construir en este entorno un punto de acercamiento al mar, un pequeño refugio, tratando siempre de mejorar los caminos y las posibilidades de uso, de tal forma que hoy permite la llegada para el baño, y el disfrute del lugar de más personas; y a las antiguas cuevas que al principio permitían almacenar los productos traídos por los barcos de aprovisionamiento, o guardar los útiles de pesca, en los años ochenta se le unieron algunas otras construcciones, que realizó gente del lugar, utilizando mucho ingenio y esfuerzo, para albergar un pequeño cobijo.

Conocen los lugareños que han realizado labores en este entorno de mar, que no son propietarios de nada, fundamentalmente porque dentro de la gran cueva el mar es dueño de todo, y cuando el oleaje desata su furia contra la costa no se le puede poner impedimento alguno. Los esfuerzos realizados en la construcción hay que entenderlos amortizados por el disfrute, con vista de los años transcurridos, de la propia ejecución compartida por todos: del embarcadero, de las escaleras que hoy usa todo el mundo para entrar y salir del agua, de las mejoras que año a año se han producido en los accesos, y de los servicios compartidos con todos, de agua y luz.

Nos cuesta pensar que se opte por el derribo, de este entorno que representa un ejemplo de esfuerzo colectivo, que en esta pequeña y alejada isla ofrece a sus habitantes retornar, siquiera a ratos el contacto con ese ritmo perdido, mas cuando el paisaje generado en conjunto, resulta sorprendente y agradable, a la vista de lo que opinan numerosos visitantes, que se paran a dialogar con los usuarios habituales del lugar en los meses de verano.

Este enclave se puede reconocer como un lugar donde se expresa el contacto marinero de un pueblo, y es parte de la tradición insular; que conserva detrás de las laderas de El Time una zona donde también se cosecha con el propio esfuerzo de las personas: hortalizas, frutas, se hace buen vino, se cría algún cochino o se pesca algún pescado, mientras las normas nos lo permitan, está claro.

Estoy seguro de que todo se puede mejorar, aunque la incertidumbre generada hace algunos años con tanta legislación, y en el caso que nos ocupa por las interpretaciones que algunos mandatarios hacen de la ley de costas, no ayuda a trabajar en aras a buscar alternativas para mejoras.

No obstante, como se ha oído decir a personas de gran talante: "hablando se entiende la gente", casi todo es negociable en aras a una mayor apertura y disfrute del lugar, por todos y para todos. Las instalaciones precarias son mejorables sin duda, sin embargo el derribo, sin más explicación que la aplicación de una ley que dice ser igualitaria para con todos, ¿no irán a tirar sólo lo que han construido las personas humildes…?, nos parece una ruindad, o algún negocio de alguien, como también se podría suponer.

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