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Crónicas de Marte

Kafka en Garafía

Aquí estoy. Soy el trescientos. No el de la batalla de Las Termópilas, sino el del cantón de Tagalguen. Aunque ahora que lo pienso es verdad que la campaña ha vivido aquí algunos momentos que parecía que se estaban enfrentando columnas de espartanos contra el ejército persa. Me río yo de la pólvora de la Batalla de Lepanto con la que se ha gastado en este pueblo.

Bueno, regreso a la confesión, que me pierdo divagando. Les contaba que yo soy ese del que se ha hablado tanto estos días. Sí, sí, el voto que ha inclinado la balanza…¿ya saben, no? ¿Quién me iba a decir a mí que yo era tan importante, si ni siquiera los chicos me escuchan en el bar cuando trato de decir algo? Yo fui a votar por primera vez porque me lo pidió un familiar, pero nunca me había metido en estos fregados y ya ven.

¡Carajo! ¿No podía haber ganado por dos votos y repartir así la responsabilidad con otro? ¿O quedar empatados y que se entiendan ellos? Al fin y al cabo gobernaron juntos aunque ahora no se aguanten. Pero no, tenía que tocarme a mí. Ya sé que el voto es secreto y todo eso, que nadie me va a señalar, pero ahí está mi conciencia. Yo no tenía nada contra este hombre, Martín, ni tampoco es que me apasione aquel otro, Yeray. A mí me daba igual uno que otro y ya ven, he dictado sentencia.

Un solo voto, mi voto, y un concejal más. De una cifra a otra, del 300 al 299, hay un salto tan grande como la garganta del barranco de El Tablado que iba a cruzar la tirolina que nunca fue ni será. ¡Vértigo!

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