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Cultura
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La Quesera de Zonzamas, la liturgia del ciclo agrícola

Es emocionante encontrar algo, pero es más apasionante cuando descubres las circunstancias de su apariencia. Por ello, cada vez que das un paso en la investigación, por pequeño que sea, se convierte en algo estimulante para el alma. Sin duda alguna, la Quesera de Zonzamas es una de las construcciones más enigmáticas que nos legaron los Majos de Lanzarote. Se trata de un verdadero templo al aire libre que ha acaparado numerosos intentos de interpretación nada convincentes ¿Cómo es que siendo uno de los sitios arqueológicos más singulares de Canarias apenas haya sido estudiado? ¿Quizá por su rareza o quizá porque aventurar una significación se antoja complicado? Los lugares sagrados tienen memoria, pero tenemos que saber buscarla en el entorno más próximo e interpretarla.

Los majos de Lanzarote buscaron y encontraron la manera de sobrevivir lo más eficazmente posible desde la primera arribada a la Isla, adaptándose a las condiciones materiales y ambientales del territorio. Una vez conseguido su propósito encontraron una relativa seguridad, siendo alterada cuando las condiciones climáticas les eran desfavorables y no controlables. Así pues, no les quedó más remedio que acudir al ritual para rendir culto a fuerzas superiores, conectar periódicamente con ellas para poder neutralizar la angustia que producía lo incontrolable. La religión es el aval para establecer los contactos con lo superior, y la Quesera, un elemento ritual original, conceptual y experimentado de lo sacro. Esta manifestación, tan excepcional de la isla de Lanzarote, es producto de una experiencia propia y directa que trajo consigo un nuevo contenido.

Las antiguas sociedades canarias, y en concreto los majos de Lanzarote, basaban la manutención en una agricultura de subsistencia asentada en el cultivo de la cebada, una copiosa cabaña ganadera de cabras, ovejas y cerdos, complementada con la recolección de especies vegetales, caza, pesca y marisqueo. Algunos textos coloniales dan buena cuenta de ello: “Hay buenas tierras para cultivos, y crece gran cantidad de cebada” (Le Canarien). “Producen todos los años infinita cantidad de cebada y trigo” (L. Torriani).

Los principales asentamientos se localizan en la Llanura Central de Lanzarote, precisamente el área más fértil y apropiada para el cultivo del cereal. Con unos porcentajes bajos de población, el grupo debe asegurar los recursos básicos y necesarios, así como un margen de seguridad para casos de necesidad. De este modo, debieron seleccionar aquellas estrategias que aseguraran una mayor producción con el mínimo de energía. Para ello, después de evaluar los costes y los beneficios de toda una serie de alimentos, determinaron centrar su esfuerzo sobre especies domesticadas como la cebada. Sus semillas sufrieron un proceso de selección natural y de adaptación a un medio de escasa pluviosidad, viento constante y temperaturas suaves.

Hasta nuestros días llega la tradición ancestral de preparar los campos con las primeras lluvias del otoño. Después de remover y atajar la tierra, se realiza la siembra normalmente en noviembre o diciembre, siempre que las lluvias llegaran a su tiempo. A partir de mayo comenzaba la siega.

En una isla que sobrevive a expensas de los caprichos de la lluvia ¿cómo controlaron los majos de Lanzarote el tiempo de las lluvias? ¿De qué modo lo calculaban? ¿Cómo lo ritualizaron? Algunas de las respuestas más contundentes se confinan en la enigmática Quesera de Zonzamas, lugar de vigilancia y observación. Las primeras señales concurrían con la aparición o desaparición periódica de determinadas estrellas que principian y consuman el período de lluvias. La meteorología se vinculaba a las observaciones astronómicas y el calendario, en este caso, a las necesidades agrícolas.

La Quesera de Zonzamas se localiza sobre una loma al pie de la montaña de Zonzamas, a unos 1.400 m de distancia al sur del núcleo principal del complejo habitacional y ceremonial de Zonzamas, en el perfil contrario de la propia Montaña de Zonzamas. Se confeccionó sobre un bloque de basalto poroso de unos 16 m2, segmentado en seis canalones de unos 30 cm de alto, de los cuales uno está completamente arrasado. Presentan una anchura que varía entre 27 y 45 centímetros, con salientes variables de entre 30 y 50 centímetros. Los más gruesos se sitúan en el centro y ambos extremos. Exhibe una clara disposición a terminar en punta orientada hacia el noroeste. Por último, nos da la sensación de que la Quesera quedó incompleta. La cara Norte presenta un corte en uno de sus lados y un rebaje de la roca en otros tramos dando forma aparente al perímetro de la construcción.

Después del trabajo de campo y el análisis de los datos obtenidos, la justificación nos conduce a la programación del movimiento de los astros en el cielo en conformidad con el territorio montuoso más cercano. Esto quiere decir, que los humanos construyen (se apropian del espacio dejando huellas en su territorialidad) en perfecta armonía con el entorno, por lo que la elección del lugar deja de ser aleatoria y despliega un conocimiento muy preciso del territorio.

En su apariencia percibimos en la Quesera una forma ordenada por la geometría, un orden repetido de surcos y camellones con doble final: tres elementos, dispuestos en paralelo, terminan en la pared plana y otros tres se van acoplando para culminar en el camellón más grueso, en una de las ranuras o puertas que comunican con el exterior del recinto en el extremo superior. Se trata de un conjunto de formas simbólicas cuyo significado concreto es todo un misterio.

¿En la Quesera se suplicaba (religión o espiritualidad) o se manipulaba algo material, conceptual (magia)? ¿Se sincronizaba el pensamiento con los astros y, a la vez, se realizaba algún ritual de magia homeopática o imitativa como invocación o deseo de influir sobre algo? A pesar de ser más las preguntas que las respuestas, existen evidencias de un sistema que, al menos en parte se nos ha revelado.

Lo cultural y lo simbólico se exhiben en la Quesera de Zonzamas, contribuyendo a enriquecer el paisaje al adquirir un nuevo valor. Los majos, procediendo conforme a determinados modelos prácticos rituales, adquirían la esperanza de la germinación, el desarrollo de la planta y la obtención de los frutos. Y vuelta a empezar; cada año (cada ciclo) se repetía el mismo gesto, el mismo ritual, la revitalización de las fuerzas superiores, el acto primordial de regeneración de las fuerzas de la naturaleza que incluye a los humanos, a las plantas y a los animales. Contemplar una semilla de cebada, depositarla en la tierra, verla germinar y crecer hasta producir fruto es un misterio vital que se supedita al mundo espiritual.

Mirar al cielo y guiarse por las estrellas para la sementera y la siega lo hacían nuestros campesinos hasta hace muy pocos años. Todavía queda alguno de nuestros mayores que recuerda hacerlo. Hemos tenido alguna charla con personas que nos revelaban la existencia de estrellas y los lugares por donde aparecían o se ocultaban dentro de un contexto agropastoril ¡Cómo no lo iban hacer nuestros ancestros!

La ubicación de la estructura ceremonial del templo de la Quesera de Zonzamas responde, a nuestro juicio, a un criterio astronómico. De este modo, se convierte en un punto de observación, en un axis u ombligo para orientar el mundo, nos revela el fuerte vínculo entre el conocimiento estelar y el calendario agrícola y despliega el tiempo experimentado sobre el espacio. Ambas secuencias (tiempo y espacio) se atraen el uno al otro aferrados en una convicción cosmológica tan necesaria como útil. La particular ubicación y orientación de la Quesera de Zonzamas obedece a un procedimiento ritual que ensambla la naturaleza (montañas cercanas) y determinadas estrellas en sincronía con una práctica de aprovechamiento agrícola de la que depende su subsistencia.

Los elementos naturales y, sobre todo, los principios celestes son diferentes a lo que habíamos examinado hasta este momento. Son específicos de Zonzamas, adoptan un distintivo o identificación en un contexto único por su adaptación zonal. Por lo tanto, deducimos que el trasfondo que encierra la Quesera de Zonzanas, por su emplazamiento estratégico, es advertir de modo directo el progreso de determinadas estrellas (tiempo) en concordancia con destacados elementos de la orografía (espacio) a lo largo del ciclo de la cebada. A partir de aquí, lo que nos queda es conseguir respuestas razonables, y en ello centraremos nuestros cálculos y deducciones. Los ciclos estelares diseñaron la práctica agraria.

A continuación, vamos a presentar y a reconocer los principales astros que van a marcar la conducta de la experiencia fundamentada y el discurso; esto es, las pautas del ciclo agrícola de la cebada en Lanzarote en los tiempos definidos por las estrellas tanto en su aparición como en su desvanecimiento, también en los ortos y los acasos sobre referencias orográficas destacadas en el paisaje. Y para ello, como acabamos de afirmar, hay dos precisos instantes: en la alborada y durante el crepúsculo:

Vega. Estrella principal de la constelación de la Lira, es la tercera más brillante del Hemisferio Norte. El orto vespertino se produce por la Montaña de Maneje a mediados de mayo, mientras que su ocaso lo apreciamos por la Montaña de Zonzamas, al oscurecer, cuando llega el solsticio de inviernos coincidente con la aparición de Sirio por el Este sobre el mar.

Capella. Es la más brillante de la constelación de la Auriga, también de las más refulgentes de nuestro cielo. Su aparición helíaca también se produce por la Montaña de Maneje a mediados de mayo y vespertina los últimos días de octubre. Los ocasos de Capella se avistan por la Montaña de Zonzamas durante el amanecer de finales de noviembre y en la segunda semana de mayo durante el crepúsculo.

Sirio. Es la estrella más brillante del cielo y pertenece a la constelación del Perro. Muy conocida en la antigüedad y base del primer calendario egipcio. Su orto vespertino se produce sobre el horizonte marino en los días del solsticio de invierno. Los ocasos se suceden por la misma cima de El Monte, al suroeste de la Montaña de Zonzamas, en la alborada a finales de noviembre y durante el crepúsculo a mediados de mayo.

Las Pléyades. También conocida como las Siete hermanas o las Cabrillas, es un cúmulo estelar abierto ubicado en la constelación de Tauro. Es muy llamativo en el cielo y alberga una variada mitología en diferentes culturas y tradiciones. Su aparición helíaca se produce por la ladera oriental del Volcán Tahiche a mediados de mayo, después de su ocultamiento durante casi 30 días. Con el paso de los siglos su primera visión se va desplazando hacia la cima de la montaña entre los siglos VI y IX. Posteriormente, a partir del siglo X, emerge por la ladera inversa del Volcán de Tahiche en las mismas fechas.

Tres montañas destacadas en el entrono más cercano a la Quesera (Montaña Maneje, Volcán de Tahiche y Montaña de Zonzamas) se convierten en referencias astronómicas axiomáticas. Tres estrellas (Vega, Capella y Sirio), así como el cúmulo de Las Pléyades adquieren el mayor de los protagonismos sobre las citadas montañas. La sentencia (no casual) viene dada por todos los ortos y ocasos coincidentes en el tiempo: noviembre y mayo. Justo los seis meses del ciclo de la cebada, desde que se planta hasta que se recoge ¿casualidad? Rotundamente, no.

Los índices astrales del cielo nos han permitido desentrañar gran parte, al menos, de los enigmas que encierra la Quesera de Zonzamas, las señales más significativas se localizan en las montañas cercanas y en la temporalidad de las estrellas. Ambos sincronizados con el período (ciclo) de siembra y siega de la cebada. Todo un mensaje del cielo que pone orden en ese original espacio. La Quesera fue construida deliberadamente para demostrar dicha concordancia en su periodicidad (espacio/tiempo), mientras que lo semiótico (Quesera) y lo natural (montañas, astros) se asociaron para la subsistencia (cebada) de los humanos.

Más información en revista Iruene nº 11 (2019), pp 50-71

NOTAS

1 (http://izuran.blogspot.com.es/2015/12/calendario-bereber-2016.html)

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