Archivo. Eduardo Cabrera, periodista.
Hasta hace muy poco había vivido convencido de que en este país llamado España era del todo imposible que se parara el fútbol y cerraran los bares sin que la gente saliera en masa a las calles en protestas multitudinarias. Hoy, en medio de una situación que ha pillado al mundo con la guardia baja, desprevenido, resulta que se para el fútbol y se cierran los bares al mismo tiempo que nos vemos obligados a un confinamiento en casa. Es lo que tiene escupir para arriba. (Eduardo cállate).
En una realidad extraña; sin fútbol ni bares, con las calles pobladas de silencio y vehículos estacionados, vacías…prevalece la calma. Es una situación anómala y sin precedentes que solo fueron capaces de imaginar guionistas de cine y autores de ciencia-ficción. Nos descubrimos encerrados, impotentes y cerca de la desesperación. Claro que, en la gran pantalla, haciendo uso de las posibilidades infinitas de la ficción, tirábamos de Bruce Willis que en hora y media de trama ponía fin a la amenaza planetaria devolviendo al mundo su rutina. Debe ser que el propio Willis estará también en confinamiento domiciliario. Stallone y Schwarzenegger están ya dentro del grupo de riesgo y tirar de los héroes de Marvel…pues qué quieres que te diga; Batman solo sale por las noches, Superman no encontrará hoy cabinas donde cambiar su traje por la capa roja y Spiderman no encontrará fachadas por la que escalar con la población asomada a los balcones en emocionantes aplausos que ni atención le prestarían. Por quedar, no quedan delincuentes en las calles a los que perseguir. Y cualquiera que hoy esté en la calle despertará sospechas sin necesidad de antecedentes.
¿Solución? Quédate en casa. Quedarnos en casa. Y con toda la poca costumbre que tenemos, más dados al aire libre en este lugar cálido, a las terrazas, los paseos y la cháchara, tiramos de paciencia y humor. Con el armario ordenado y después de haber barrido cuatro veces la misma esquina, descubrimos libros en la estantería, habilidades antes no imaginadas…ahora se llama ‘resiliencia’. La incertidumbre, sin embargo, ataca a las emociones. Se funde con la llamada desde el exterior para hacernos sentir en un arresto domiciliario a pesar de la reclusión conveniente. Pero esas emociones que nos asaltan son parte de eso intangible que nos hace humanos. Y humana es también la virtud de poder gestionarlas. Sin dejar de ser animales. El virus nos lo está dejando claro y la Naturaleza, de vez en cuando, nos da un bofetón necesario para despertarnos de la soberbia tan propia también de la condición humana. Y en esa cura de humildad surge además la oportunidad de advertir la suerte que tenemos y de la que, tal vez, no nos habíamos percatado. Nos ha tocado esto, a otras generaciones tocó una guerra, a las siguientes las consecuencias de la guerra. Hasta en esto hemos tenido suerte.
Dicen que la realidad supera a la ficción. Acaso porque de la ficción somos conscientes de que es eso, ficción. Y el temor, la incertidumbre o la intriga no se prolongarán más allá de la trama construida. Es una seguridad inconsciente. Y el subconsciente hoy reivindica su lugar demostrándonos que no teníamos tanto control como habíamos creído. Porque creerlo, quizás, es también un mecanismo de autodefensa que nace del subconsciente. Pues seamos conscientes entonces.
Nos han roto la normalidad a la que estábamos acostumbrados. La rutina ha estallado en mil pedazos para dejarnos uno solo. Miramos alrededor para ver las mismas cuatro paredes. Tal vez nos asomemos al balcón cada día, al mismo balcón al que antes no salíamos. Casi como un espacio robado al interior que ahora nos brinda una bocanada de aire fresco. Y más fresco que nunca antes. Y nos invade un deseo irresistible por pisar esa calle de nuevo. Por estar en ella. Sin escondernos, libres, no perseguidos, seguros… ¿seguros? Pero las ideas de antes tal vez no tengan hoy el mismo significado.
Seguimos en casa. Debemos seguir en casa. Puede parecer incómodo. Pero es también la oportunidad de mirar adonde antes no mirábamos. Acaso desviábamos la mirada de allí. De esos lugares donde su normalidad es aún más incómoda que la anormalidad que hoy nos invade. Pero eso queda lejos, muy lejos. Hoy estoy en casa. Debo estar en casa. Permanecer en casa. Quedarme en casa. Pero esta mañana me he duchado, tengo agua corriente. He podido elegir la temperatura del agua. Tengo suministro eléctrico, conexión a internet para escribir estas líneas y compartirlas. Televisión y radio para estar informado o elegir entretenerme….y la nevera llena. Porque hay abastecimiento de productos y puedo ir a buscarlos. Estoy confinado en casa, pero tengo arroz, leche, pasta, pan, conservas…tengo huevos, pero no para quejarme. Porque aún puedo, incluso, tener unas cervezas. Y soy consciente de que esta anormalidad que nos inquieta es una incomodidad muy cómoda. Muchas personas, demasiadas, antes que nosotros ahora, ya vivían su normalidad confinadas en sus casas, quien aún la tuviera en pie o tal vez sin paredes, ojalá al menos un techo bajo el que protegerse de la lluvia o el frío…pero sin luz, sin agua ni mucho menos una nevera llena. Y con los dedos cruzados para que la bomba no caiga encima. Es una realidad incómoda, invivible. Aquí, hoy y ahora, la realidad que nos invade es incómoda porque nos saca de la normalidad a la que nos habíamos acostumbrado. Pero bendita incomodidad ésta.
(Gracias a todas las personas que están en primera línea arriesgándose a un contagio posible y probable. Gracias porque son quienes harán que salgamos de esta. Gracias).
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