¿Y ahora qué? Mientras media España está pendiente de la reconstrucción económica del país, la otra media está expectante para oír, capítulo tras capítulo, el plan de desescalada, nueva palabra en nuestro lenguaje popular que casi nadie había oído en su vida. Seguro que cada economista tiene su receta para enderezar el rumbo, pero de lo que también estamos seguros la mayoría de los españoles es que el presidente Sánchez no tiene equipo para lidiar un toro de esta envergadura. Si el presidente no es una lumbrera en economía, que no lo es, lo menos que se le puede pedir es equipo, y eso brilla por su ausencia. Mucha ideología, poco pragmatismo.
El meollo de la cuestión es dónde empezar a poner los recursos económicos para que la economía empiece a fluir, es decir, dónde identificar el ‘aspersor’ que riegue y distribuya el crecimiento en el resto de sectores productivos y nichos profesionales de nuestro país. Para un liberal convencido como el que escribe, el dinero tiene que estar en los ciudadanos, en las familias y en las empresas. Sólo de esta manera todas esas pequeñas tuberías de riego van a confluir en tuberías mayores, y estas van a otras mayores que terminarán por hacer fluir la economía del país, y por tanto, enderezar un rumbo que ahora mismo ha perdido su brújula.
Otra forma de entender la reconstrucción económica es que sea tutelada por el Estado, dicho de otra manera, una política de intervencionismo económico, y mucho me temo que esa es la receta que se va a llevar a cabo. Craso error. El intervencionismo nunca ha sido bueno, y de hecho los países con mejor calidad de vida son aquellos países con mucha libertad económica en su tejido productivo, con poco intervencionismo por parte del Estado. Y por otro lado, si así fuera, haría falta equipo, y el equipo de Sánchez es grande en cantidad, muy pequeño en calidad. Pero los votantes de los señores Sánchez e Iglesias no entenderían otra política que no sea la intervencionista, ya que no confían en el trabajo ni en el crecimiento profesional de las personas y de las empresas. La Renta Mínima Vital va en esta dirección, en aumentar hasta límites insostenibles la dependencia de las personas respecto al Estado y al Gobierno de turno.
Pero de esta forma no salimos, quizás se consiga perpetuar un régimen en el poder, pero perderemos cualquier atisbo de posibilidad de construir un país grande, el país que empezaron a construir nuestros padres y abuelos, y que ahora parece que todo nos importa un pimiento. Adelgazar la Administración del Estado en todos sus niveles, reducir drásticamente los cargos políticos en todas las administraciones, y paralelamente a esto fomentar el crecimiento de nuevas empresas y crédito para la recuperación de todas aquellas que se han visto afectadas severamente durante la pandemia. Somos muchos los españoles que sólo necesitamos mirar un poco hacia atrás para recordar como nuestros antepasados reconstruían un país desolado por la guerra. Esta receta no falla, el país lo saca hacia delante su propia gente, sólo necesitamos que la Administración nos deje trabajar y que no nos frían a impuestos para la fidelización de votos con paros, ayudas, pensiones de retorno, rentas mínimas y días de guardar. ¿No sería mejor ofrecerles trabajo, trabajo y trabajo a cambio de un salario? La dependencia es la figura clave en los regímenes comunistas, ¿hay algún comunista en este Gobierno? Que voten a mano alzada.
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