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Opinión
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Vivir como hermanos (as)

Lucas López.

La revolución francesa colocó junto a la libertad y la igualdad el horizonte de la fraternidad. De alguna manera, los revolucionarios trasladaban a la acción política, a la misión del estado, un sueño que promovía la tradición cristiana de occidente: somos hijas e hijos de un único Dios, miembros, por tanto, de una única familia humana. Por supuesto, dado que no es lo mismo predicar que repartir trigo, la propia revolución hablaba de fraternidad y utilizaba la guillotina y el terror. También el sueño comunista, que tantos corazones sedujo, con el estado como instrumento para una nueva humanidad, termina por hacer ver que la gran fraternidad internacional exige la desaparición de muchas hermanas y hermanos. Freud, inicialmente más optimista creía que el amor (el deseo sexual) era energía para todos nuestros sueños. Más adelante, quizás tras la experiencia de la Gran Guerra, incluirá un nuevo principio para nuestra energía psicológica: tanatos, la muerte. Así, el fundador del psicoanálisis, citando a Schopenhauer, verá a los humanos como erizos ateridos de frío, que necesitan el calor y se juntan… pero que al juntarse, se hacen daño. Muchas veces, ¿no es esa nuestra experiencia?

A comienzos de los 70, a partir de la experiencia con las Ligas Agrarias Cristianas, del Paraguay, José Luis Caravias SJ, escribe la primera versión de “Vivir como hermanos”. A partir de su distribución en las comunidades campesinas, el aparato represor de la dictadura lo pone en la diana: lo expulsó del país y lo rodeó de una propaganda feroz que lo presentaba como un apátrida que atentaba contra el espíritu nacional del Paraguay. Esa era la conclusión a la que llegaban los agentes del gobierno ante alguien que afirmaba que todas y todos somos parte de la única familia de Dios, sin fronteras ni países. Conocí treinta años después a Maricarmen Schaerer y a Guillermina Kanonnikoff, hermana y esposa respectivamente de Mario Schaerer, muerto en las salas de tortura de la seguridad del general Alfredo Stroessner. Me contaron cómo desde su fe cristiana afrontaron las injusticias en las que vivía la sociedad paraguaya, sometida a un tirano que descabezaba el país y sostenía a algunas élites sociales sobre la pobreza enorme, inmensa e injusta de una gran mayoría. Desde el final de los ochenta, las víctimas de la dictadura pudieron clamar: “Ko’anga roñe’eta”: “ahora vamos a hablar”.

No fue Mario Schaerer la única víctima de la dictadura, ni el último mártir de su fe en los años terribles de la represión en latinoamérica. Entre los muchos nombres, podemos citar a, al menos, tres obispos: Romero, Posadas y Angelelli y a miles de personas a las que se secuestró, torturó, asesinó o se hizo desaparecer por sus posicionamientos sociales y políticos a cuenta de la fe que les impulsaba. Lo cierto es que “Vivir como hermanos” muestra que esa propuesta, la fraternidad, puede tener las mismas consecuencias para quienes la buscan hoy que las que tuvo para aquel profeta nazareno, ejecutado en el siglo I, en Jerusalén. Es decir, el sueño de la fraternidad, que aparece en el lema republicano de la Revolución Francesa, puede, con frecuencia tropezar con la muerte. Esa es la paradoja del “Vivir como hermanos”, que en no pocas ocasiones supone morir. Aquel librito, nacido al calor de la Teología de la Liberación, tiene como peculiaridad que no es un libro académico producido por la reflexión de Sobrino, Gutiérrez, Boff o Betto. Es más bien la síntesis personal de un cura de barrio y aldea que se sienta a leer la Palabra y se pone a la escucha con la gente con la que vive.

Por supuesto, “Vivir como hermanos” se ha editado numerosas veces desde los años 70. En muchos lugares de América Latina, Asia y África. También en España. Para nuestra sociedad actual, más consumista, económicamente desarrollada y religiosamente secularizada, el librito elaborado por José Luis Caravias SJ sigue siendo, al menos, una pregunta: ¿podemos vivir con una fraternidad universal solidaria y en una humanidad reconciliada? Personalmente, creo que es una pregunta que se puede plantear como un horizonte de deseo (¡ojalá seamos capaces de vivir esa fraternidad!) o como una hipótesis negativa de trabajo (¿qué pasa en nuestro mundo cuando no vivimos la fraternidad?). La respuesta a la segunda la observamos en muchos aspectos de la vida: cuando alguien se cree con más derechos que otras personas, la gente inocente muere (es crucificada). Por otro lado, conocemos a mucha gente que pone los valores de la fraternidad por delante. Nos sirven de estímulo y ejemplaridad. Por tanto, parece que no estaría mal que nos acerquemos a la obra de Caravias, cincuenta años después y nos pongamos a leer y a actuar, al fin y al cabo, se trata de “Vivir como hermanos” (hermanas).

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