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De la metafísica a la misericordia, teólogo y cardenal

Lucas López. Archivo.

En el sur de Alemania, en Heidenheim an der Brenz, nace el 5 de marzo 1933, Walter Kasper. El futuro teólogo y cardenal católico vio la luz una semana después de que ardiera el Reichstag, el parlamento de la República de Weimar, el régimen político de Alemania tras la Gran Guerra. Conocedor de su propia historia, tuvo Kasper, ya como cardenal de la Iglesia, una intervención crítica con el proceder Vaticano ante la retirada de la excomunión en enero de 2009 al obispo Richard Williamson, un tradicionalista negacionista del Holocausto. Kasper era responsable del diálogo con la comunidad judía y afirmaba su sorpresa porque esta decisión se tomara sin una consulta amplia que hubiera permitido detectar la inconveniencia. Como responsable del diálogo con los judíos, Kasper había tenido ya otra intervención, un año antes, que resultó polémica: salió en defensa del derecho de los cristianos a incorporar en sus oraciones la petición de que el pueblo judío reconozca al Cristo, al Señor. Se trata de una oración que se reza en los oficios del viernes santo y que molestó a algunos representantes de la comunidad judía. Kasper mostró cómo la reforma litúrgica había quitado términos que pudieran resultar insultantes, pero insistía: “No puede ser obstáculo para el diálogo el que formulemos con claridad la fe de la Iglesia”. Y la fe de la Iglesia se articula en torno a Jesús, el Cristo.

Probablemente, el libro más importante del teólogo Kasper, sea “Jesús, el Cristo”. Se trata, en buena medida, del resultado de su experiencia docente, iniciada en 1964 en Münster, ciudad de Renania-Westfalia, al norte de la República Federal Alemana, continuada en la universitaria Tubinga, ya en el sur del país, y culminada en la primavera de 1974, en la Universidad Gregoriana, en Roma. Muchas páginas del libro fueron reescritas durante estos diez años y, en palabras del propio autor, “cada vez fue reelaborado a fondo, puede decirse que apenas si quedó piedra sobre piedra”. La centralidad del Cristo en la fe cristiana parece una obviedad para quien mira en profundidad el movimiento cristiano. Sin embargo, la catolicidad incorpora a lo largo de su historia un amplio abanico de experiencias religiosas y espirituales que provienen de las diferentes sociedades y culturas donde se implanta. En ese sentido, la incorporación de gran variedad de formas de piedad, de ritos o modos de culto, caracterizan a una tradición, la católica, abierta siempre a incorporar para su propia mirada cuanto de “bautizable” percibe en la cultura donde habita.

No puede extrañar que, defendiendo el respeto a la comunidad judía, sus tradiciones y culto, Kasper reclame el derecho cristiano a orar para que la humanidad, incluido el pueblo en el que nace Jesús, reconozca al Cristo como presencia de Dios en nuestro mundo. Kasper considera que su cristología es heredera de la escuela teológica de Tubinga: centralidad del Cristo, recuperación del Jesús de los Evangelios y de la gran tradición de la Iglesia, pero en diálogo con las líneas fuertes de las culturas de cada momento. Cuando Kasper escribe, a comienzos de los años 70, quizás podamos decir que su diálogo cultural principal se establece con el corrimiento hacia el sujeto que ha tenido el pensamiento filosófico desde Descartes a Kant. Sostiene Kasper que se ha dado un proceso por el que la persona “se concientiza de su libertad como autonomía, convirtiéndola en punto de partida, criterio y medio de su interpretación total de la realidad”. Esa centralidad de la persona es, para Kasper, una buena pista para repensar la teología y, en concreto, la Cristología, la reflexión que quiere dar cuenta de la experiencia cristiana de que Jesús es el Cristo.

Y es aquí donde podemos entender el choque con la comunidad judía y cualquier otra cosmovisión diversa de la cristiana. Al afirmar que Jesús es el Cristo, decimos que una persona concreta, que vivió apenas unas décadas en un espacio geográfico pequeño y determinado, es significativa de modo decisivo, trascendental, para toda la humanidad y, más sorprendentemente, para toda la creación, para todo ser. Kasper concluye que la importante aportación de las ciencias humanas al quehacer teológico, aunque imprescindible es, sin embargo, insuficiente para dar cuenta de una experiencia tal. Quien hace cristología debe contar con mentalidad metafísica, sin que eso suponga optar por una escuela metafísica determinada (como muchas veces pretendió el pensamiento escolástico). A comienzos del pontificado de Francisco, el papa recomendó encarecidamente durante una oración del “Ángelus” otro libro de Kasper: “La misericordia”. Aquí, lejos de su pretensión más académica, vemos al cardenal Kasper dialogar con una sociedad que quiere justicia, pero que necesita también un amor gratis, que va más allá de toda exigencia ética. Es probable que el joven profesor, que formula la necesidad de un pensamiento metafísico, mire con extrañeza al viejo cardenal, que, sin embargo, con los años, parece reconocer que lo único decisivo es el amor incondicionado, la misericordia.

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