Marynieves Hernández.
¡Cuántas cosas pudiera contarles!…
¡Cuántas historias y soledades guardadas!
Pensamientos que navegan sin rumbo
entre saludos de volcanes que miran al océano,
de las playas más batidas
de las más áridas montañas, de las más teñidas.
Líquido de amapolas sobre la arena hirsuta,
soledad crecida con las sombras.
Inevitables sombras, arañazos que han quedado
entre la piel y el alma.
Sobre el azul del océano
una goleta extiende su blanca cabellera.
Un adiós que aún retumba en los oídos.
Los campesinos en retirada
van con paso lento, paso de atardeceres cansados,
marcando recovecos de viejos caminos.
Quiero arrancarle una palabra al viento.
¡El viento, el viento!… ¡siempre el viento!
Presencia omnipotente, rachas de furia,
sus alas quebrando azucenas,
la piedad ausente ignorando el llanto.
Muchas cosas pudiera contarles:
de mantos dorados en primaveras
tejido de polen que hacen las abejas,
luz de juventud siempre encendida
con el color del amor, de la poesía,
miradas taladrando horizontes
entre el olor de las cosechas y el temor a las tormentas.
Podría contarles
del temblor de los pájaros bajo las ramas,
del huracán que nos llevaba en alzas,
de enarbolados arreboles y racimos.
Muchos de ustedes han estado conmigo en esta aventura,
lo sé,
los he sentido.
Muchos, como yo, han experimentado las delicias
los sinsabores de aquella tierra,
a veces dulce panal, a veces estrella herida
donde la vid y el trigo
ondulaban nuestro nombre en las laderas.
Muchos, como yo, han sufrido lejanía,
desapego, olvido
Gritando a veces en silencioso llanto
con el rostro entre las manos
pero andando, siempre andando
con la bandera en la frente
y la esperanza en el alma.
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