La Caldera. MVH.
Hace millones y millones de años, fortísimas convulsiones geológicas azotaban el planeta tierra. Los continentes tomaban su posicionamiento como territorio firme y el mítico continente de Platón, la Atlántida, sufría magmáticas erupciones volcánicas que le supuso ser engullida por el océano.
En este desolador y telúrico panorama la vida estaba naciendo. Unas tierras desaparecían, otras emergían empujadas por las fuerzas telúricas. En este nuevo suelo, la isla canaria de La Palma emergió de las profundidades del mar-océano, cúspide y templo que ocuparon los valerosos y míticos dioses atlantes.
Prueba contundente del origen marino de la isla son las marcas de las cicatrices pétreas de las llamadas geológicamente almohadillas, por recordar su forma a una almohada, con tonalidades verdosas y grises. La erosión milenaria de la lenta caricia del agua las ha dejado al descubierto formando, como si de un gigantesco panal se tratara, las paredes de los márgenes del barranco de las Angustias en una cota de unos 430 metros.
Estas tierras, que un día estuvieron sumergidas en las profundidades del mar, emergieron con tal fuerza y empuje que llegaron a alcanzar, en sólo 706 kilómetros cuadrados de superficie insular, cúspides de 2.426 metros de altura en el Roque de los Muchachos, hoy ocupado por uno de los más modernos observatorios astrofísicos del mundo. A los pies de las blancas cúpulas, que apuntan hacia la noche cuajada de miles de estrellas, el parque nacional de la Caldera de Taburiente, topónimo castellano que evoca, por su contorno, la forma circular del útil doméstico llamado caldera. El mundo científico adoptó este nombre para denominar formaciones geológicas semejantes. Con tal fuerza se implantó su topónimo original que un día para diferenciarla de ella misma se le agregó el de Taburiente.
El antiguo reino prehispánico de Aceró –‘lugar fuerte’- lo ocupa la gigantesca depresión de la Caldera de Taburiente –parque nacional por decreto de 6 de octubre de 1954- con una superficie de 4.690 hectáreas abrigadas, en el mismo centro de la isla, por 20 kilómetros de circunferencia de inexpugnables paredones pétreos, casi verticales, y 10
Kilómetros de diámetro, con un desagüe natural que forma el barranco de las Angustias, hacia el mar-océano de poniente. Aquí vivía el valeroso jefe prehispánico, Tanausú, con su pueblo.
El alimento fundamental de este pueblo se lo proporcionaban los rebaños de ganado ovino, de una peculiar raza de ovejas sin pelo, hoy extinguida. A finales del siglo XV, su vida pastoril y cultural –Edad de Piedra- se vio truncada por el castellano Alonso Fernández de Lugo que, con afán de conquista desembarcó el 29 de septiembre de 1492, según la tradición, por las negras arenas de El Puerto de Tazacorte.
El lugar de Aceró resistió y el engaño fue el único medio para, vilmente, derrotarlo. Tanausú fue hecho prisionero y llevado en un bajel de guerra de blanco velamen rumbo a la península ibérica, para presentarlo, según algunos, ante la corte. La profundidad del azul océano, que lo alejaba de Benahoare –nombre prehispánico de la isla-, fue su tumba. Mientras rechazaba alimentos y agua, repetía exclamando agónicamente: ¡vacaguare! –‘quiérome morir’-.
El bajel iba surcando espuma marina hacia un desconocido destino. La silueta de La Palma se alejaba de Tanausú hasta que se escondió entre nubarrones por el horizonte del sur. El aroma de la isla lo acompañó durante las jornadas de navegación, como dijera, a mediados del siglo XVI el fraile Juan Abreu y Galindo en Historia de la Conquista de las siete islas de Canaria en referencia a la isla decía: “…y era tan copiosa de yerbas y árboles, hasta encima de la cumbre de ella, que en los veranos era tan intenso el olor y fragancia de las flores, que tres leguas de mar de noche alcanzaba”.
De este pueblo valeroso, que defendió su integridad territorial, quedan vestigios de su cultura en los numerosos yacimientos arqueológicos y en los sonoros y bellos nombres de la toponimia, como: Tigalate, Tenisca, Time, Teneguía, Amagar, Arecida, Todoque, Aridane, Tiguerorte, Tijarafe, Uquén, Tajuya, Gazmil, Tenagua, Aguatabar…
La vegetación de la Caldera de Taburiente, en el término municipal de El Paso, la ocupa mayoritariamente el pinus canariensis. Tupidos bosques de pino canario de olorosa, roja y valiosa madera se reparten entre barrancos, vaguadas y riscos y llegan a alcanzar una altura máxima de unos 60 metros y una longevidad de hasta 500 años. Entre las características peculiares de este árbol, símbolo vegetal de la isla, destaca su resistencia al fuego gracias al aislamiento que le proporciona su gruesa corteza que protege su interior. Después de un pavoroso incendio, un lluvioso invierno realiza el milagro de ver brotar de nuevo las ramas del pino canario. El catálogo de la flora de este lugar se completa con 380 especies, subespecies y variedades de plantas. De éstas, tres son exclusivas del parque nacional; unas 34, de la isla; 69, del archipiélago canario; 21, de la macaronesia y el resto de amplia implantación y distribución.
Las siguientes especies de este riquísimo patrimonio natural se encuentran amenazadas: Genista behehoarensis, leguminosa arbústica; Viola palmensis, pensamiento de cumbre o violeta; Bencomia exstipulata, con una población en 1998 de unos 20 ejemplares; Helianthemun cirae, en los años noventa del siglo XX se encontró un solo ejemplar y se recolectaron semillas; y cinco variedades de híbridos.
La formación volcánica del parque nacional debería estar, a priori, reñida con el agua. Sin embargo, en este lugar no es así: agua y fuego o fuego y agua han convivido en armonía natural formando la cuenca hidráulica más importante de Canarias en suelos de piedra semipermeables. El agua es un elemento fundamental en su formación geológica y hoy, el único recurso aprovechable por el hombre.
En estos parajes, el reino animal tiene su mayor población en las aves. La graja (Pyrrhocorax pyrrhocorax), símbolo animal de La Palma, vive en comunidades en un hábitat de riscos y barrancos; bandadas de ellas cruzan continuamente los cielos con su peculiar ajijido, grajeo que multiplica el eco. Aunque las protege la legislación, tradicionalmente ha sido fácil domesticarlas y por esa razón, las ahora llamadas catanas por los palmeros se convierten en un travieso animal de compañía, que roban dedales y todo aquel pequeño objeto que brille, e incluso llegan a pronunciar palabras como si fueran un loro. En Canarias, sólo viven en la isla canaria de La Palma.
Cuervos, cernícalos, dos razas de palomas endémicas (la rabiche y la turqué), el capirote, la banderita, la tórtola y el pinzón (Fringilla coelebs palmae exclusivo de la isla), vuelan libremente protegidas al cobijo del parque nacional de La Caldera de Taburiente.
En 1861 se adentró en “Aceró”, la Caldera, el célebre e ilustre economista aridanense Benigno Carballo Wangüemert (Aridane 1826/ Madrid 1864) y a su regreso a Madrid publica Las Afortunadas, Viaje Descriptivo de las islas Canarias. Carballo en el apartado que dedica al hoy parque nacional admira, sorprendido, la “extraordinaria agilidad y sangre fría” de sus acompañantes arrieros y guías “pues con su lanza” con ambas manos “hacen verdaderos prodigios” en los desplazamientos entre rocas y barrancos. Continúa diciendo: “Hay palmeras, es decir, mujeres de La Palma, que circulan por La Caldera con la misma envidiable facilidad, manejando su lanza a guisa de hombres”. Las mujeres de la misma manera y modos que los varones “circulaban”, con “envidiable facilidad”, por los agrestes parajes del hoy parque nacional de La Caldera de Taburiente, en el término municipal de El Paso en la isla canaria de La Palma, y por ende en toda la isla.
CONTINUARÁ
* Cronista Oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (2002), miembro de la Academia Canaria de la Lengua (2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (2009).
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