En esta pequeña isla de producciones agrarias de monocultivos de exportación, las hambrunas se combatían con la emigración y con gofio y bollos de raíces de helechos.
El cavar helechos se convirtió en una trashumancia hacia los montes durante tres o más meses y en un trabajo comunal del vecindario. En las zonas de El Refugio del Pilar en El Paso y el Bailadero de Garafía se tiene constancia que nuestras gentes construían cabañas de piedra cubiertas de vegetación y en las que resguardaban en un hoyo víveres y enseres mientras realizaban los trabajos de cava.
Dos veces por semana el improvisado hábitat-campamento recibía la visita de otros vecinos que recogían las raíces del preciado helecho y las llevaban hacia sus respectivos pueblos. Coincidiendo con la recogida por la noche organizaban bailes “en el cual se pintaban” y se alumbraban con grandes hogueras, luchaban y cantaban.
La raíz una vez seca la molían y hacían “bollos” que mató el hambre de muchos palmeros. Heredera de la vida misma de La Palma es la gastronomía en general y la repostería en particular.
Con cereales tostados y molidos, a modo de harina, se obtiene el tradicional gofio, con alto valor nutritivo. Sencillas recetas se complementan con el gofio, sustitutivo del pan como alimento básico. Se prepara de diferentes formas: en escacho, mezclando el gofio con papas, queso, pimienta verde, cebollas, orégano y sal y, escaldado que se obtiene añadiéndole al gofio caldo de potaje de verduras con carne o de pescado.
Las garbanzas compuestas es el primer plato preferido de los palmeros, el segundo es la carne de cerdo (cochino) acompañado de mojo colorado de pimienta seca, y se prepara en bistec a la brasa de carbón vegetal adobado con diferentes salmorejos (ajos y orégano), o sola con sal.
El pescado se suele comer como plato único; frito las cabrillas, sama y salema; guisado, la vieja y el mero. La salsa para el pescado es el mojo verde. Tanto las carnes como los pescados se acompañan con papas arrugadas. Los canarios las comemos con piel. En el ahorro del agua, parece estar el origen de esta peculiar manera de cocinar las papas, que necesitan poca agua e incluso se pueden hacer con agua de mar.
La repostería es el mayor tesoro de los palmeros, goloso a la fuerza. Las crisis comerciales de los cañaverales y trapiches obligaron a transformar el azúcar en dulces, mermeladas, conservas, bizcochos y rosquetes. La más conocida y popular golosina palmera es la rapadura, elaborada con miel de caña y gofio. A la que le siguen los almendrados, el bienmesabe, marquesotes y pan de leche.
A principios del siglo XVI, los quesos curados de la isla ya eran objeto de exportación hacia América y llegaron a matar hambrunas insulares, por pertinaces sequías, que repercutieron en los pastos. Hoy, la vieja tradición quesera cuenta con denominación de origen como “Queso Palmero”. Se elaboran de forma artesanal con leche cruda de cabra de raza palmera, alimentadas fundamentalmente con plantas forrajeras endémicas de La Palma, como es el tagasaste y sazonados con sal marina de la isla, rica en yodo.
Los nuevos colonos de la isla pocos años después de la conquista insular en 1493 se interesan por el cultivo de la vid. En una data de 25 de agosto de 1505 de tierras y aguas para la siembra de viñedos “con todo el sitio que es necesario para ingenio e tierras para viñas y huertas”, esta concesión a Juan Cabrera y Fernando del Hoyo se tiene por las primeras cepas sembradas en La Palma. En 1514 a los colonos Cristóbal Valcárcel y Vasco Bahamonte se les conceden tierras donde en las que según varios autores sembraron viñas próximas a la Caldera.
La fiesta o “pica” del vino nuevo en La Palma se celebra por San Martín, 11 de noviembre, costumbre compartida desde el siglo XVI con el antiguo condado centroeuropeo de Flandes. La influencia y costumbres populares de los flamencos azucareros afincados en la isla, cinco siglos después, perduran. La isla es la única del archipiélago que celebra a San Martín en relación con el vino nuevo. De igual manera lo celebraban en Flandes, ejemplo lo tenemos en la tabla de Pieter Brueghel, el joven, (1564-1638) en el Museo del Prado (Madrid) que lleva el título: El vino de la fiesta de San Martín. La historia vinícola de La Palma es muy amplia. Esa cultura agraria de más de 500 años se conserva en la Denominación de Origen que agrupa a unas 19 bodegas.
La propia naturaleza de la isla proporciona a La Palma una riqueza inusual comparada con otros lugares, teniendo en cuenta la extensión y la población. El ir y venir de barcos de las dos orillas del Atlántico y el establecimiento de culturas diferentes (castellanas, portuguesas, flamencas, italianas, inglesas e irlandesas) desembocaron en un peculiar y buen gusto en los trabajos artesanos.
El textil palmero está representado por los bordados de Richelieu, con puntadas de presilla y realce sobre tela de lino blanco muy fino, elaborados con hilo gris, blanco o beige con suntuosos y barrocos diseños. De punto perdido o indefinido se hacen flores o paisajes con puntadas paralelas donde un sinfín de colores va marcando la figura y dándole matiz. Las traperas se trabajan en telares manuales con urdimbre de lana de la isla o hilos foráneos, en el tapume (trama) se utilizan trapos de mil colores y estampes, usados o nuevos. Los trabajos artesanos en seda, con los mismos métodos y útiles con que llegaron a la isla en el siglo XV, se siguen manteniendo con iguales y ancestrales técnicas y útiles. Ante esta peculiaridad, única en Europa, se ha dicho que en la isla siguen viviendo envueltas mágicamente, siete siglos después, hilanderas medievales. Doce pasos, partiendo desde la crianza hasta el telar manual, son necesarios para obtener una pieza de seda artesana palmera., hoy BIC.
En este pequeño mundo de exuberante naturaleza, atrapada en tierra volcánica regada con generosidad por abundantes aguas, hombres y mujeres han sabido arrancar a la tierra los mejores frutos: sencillos recetarios de gastronomía –pero no por eso menos sabrosos-; firmes manos curtidas que logran dar belleza, resistencia y buen acabado a cestos para cargar piedras; frágiles y ensoñadoras piezas de barro en las reproducciones prehispánicas.
Las manifestaciones festivas responden a la idiosincrasia e identidad del palmero. Las fiestas lústrales de la Bajada de la Virgen, la última en el año 2015, renueva la disposición eclesiástica de 1676 de bajar a la Virgen y patrona de la isla, Nuestra Señora de las Nieves desde su Santuario, en el monte, hasta la ciudad de Santa Cruz de La Palma. En su honor se desarrollan regocijos que fueron comunes con otros lejanos lugares de la España imperial, como son los Carros Alegóricos con representaciones de temas marianos, con personajes, música y letra compuesta, cada lustro, que realizan los propios palmeros.
El momento mágico de las fiestas de la Bajada de la Virgen lo marca la Danza de los Enanos, reminiscencia de los fastos actos de Corpus Christi donde gigantes y enanos danzaban entorno a la procesión del Santísimo Sacramento. Desde 1833 se tienen referencias de seis enanos y seis enanas que danzaban por las calles de Santa Cruz de La Palma. Hoy, son veinticuatro que, después de una primera parte que representan a diferentes personajes, se transforman, en el tiempo que tardan en atravesar corriendo una caseta de madera, en saltarines y risueños enanitos. Es el momento esperado y deseado cada cinco años. La emoción se refleja en el brillo de las lágrimas contenidas de los palmeros, mientras, los forasteros no entienden nada y preguntan cómo lo hacen. Todos sonríen, pero nadie responde. Es el secreto mejor guardado de La Palma.
Las prohibiciones franquistas del carnaval no llegaron a La Palma. Por suerte, las viejas tradiciones no se perdieron y hoy, además de las peculiares mascaritas pidiendo una pesetita –ahora unos céntimos de euro- por toda la isla surge la costumbre de arrojar polvos de talco.
La máxima manifestación de los empolvados se encuentra en Santa Cruz de La Palma, donde una singular batalla de polvos de talco recibe a la parodia de la Llegada de los Indianos, son hacendados y ostentosos emigrantes con sombrero de paja planchada que regresan cargados de jaulas con vistosos loros, baúles de cedro, gigantescos tabacos puros y alguna que otra “negrita”. El dulce acento y cadencia del habla palmera se une con los hermanos de un mismo acento y verbo procedentes de la Gran Antilla, Cuba.
En torno al amplio ciclo festivo insular, no existe un mes del año en que no haya una fiesta, en la que se produce el reencuentro con la indumentaria tradicional de la isla. Marcadas reminiscencias medievales en el tocado con una peculiar gasa de seda artesana que rebosa la cabeza de la mujer, rematada por montera o sombrero de paja. En el siglo XIX, la universalidad del romanticismo forjó la exaltación del vestir cotidiano de campesinos, labradores y clases acomodadas. Fruto de ello resultaron tres marcados y diferentes modos y estilos de la indumentaria palmera: el traje de faena, el más cotidiano en la vida de isleña, con textil, en faldas, calzones y chalecos, de lana de oveja palmera tejida en telar manual, a dos lisos; el de gala, con falda y chalecos de seda; y el denominado manto y saya, extraordinaria pervivencia entroncada con las famosísimas tapadas mozárabes y barrocas, en la que la mujer vestía tres faldas, enagua, saya y manto y con esta última, elevada desde los pies hasta la parte posterior de la cabeza, podía ocultar su bello y misterioso rostro femenino. Al menos desde el año 1719 se encuentra documentado, por escrituras testamentarias, el uso de la indumentaria del manto y saya y su uso cotidiano, alejado del concepto actual de traje tradicional, aunque pervivía con cotidianidad, en 1846, al decir del palmero Antonio Lemos y Shalley (1788-1864) que en una boda las mujeres: “Llegadas a la iglesia, se ponen sobre dichas ropas sus mantas y sayas y sus sombreros”.
Nacida entorno a Taburiente, la isla canaria de La Palma es contraste. Contraste de colores y paisajes, contraste de costumbres y de gentes… contraste de culturas. Arbolada al poniente, surcada por profundos barrancos, se ha acostumbrado a vivir con rojos y negros volcanes que hoy duermen.
… La Palma, la isla que mira al cielo…”no es soledad / es la cabeza de puente / que sobre los océanos / tendieron los continentes /… mar y tierra son caminos / y andarlos le pertenece” (La Palma, Pedro García Cabrera)
* Cronista Oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (2002), miembro de la Academia Canaria de la Lengua (2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (2009).
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