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Opinión
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Interpretación y fundamentalismo

Lucas López. Archivo.

El pasado mes de octubre, en The New York Times, Jennifer Medina aseguraba que la comunidad evangélica latina, a pesar de su origen inmigrante, apoya a Trump porque es el único que respeta la Biblia: “En el presidente ven a un líder que protege su libertad religiosa y designa jueces que se oponen al aborto”. Con ese apoyo, la comunidad evangélica latina expresa su autocomprensión como comunidad marginal que hace de la identidad religiosa un dato más determinante que las políticas migratorias a la hora de votar.

Durante los estudios de Teología, en Granada, vivía en el barrio de Almanjáyar, de población gitana. Trabé amistad con un joven predicador de una comunidad cristiana. Cuando hablamos sobre la Biblia, descubrí que la leía de modo literal: donde yo veía una narración teológica que expresaba la comprensión de la fe y la inspiración divina, él leía hechos de la historia, incluyendo la creación del mundo, del hombre (Adán) y su costilla (Eva). Mi amigo no podía disimular su perplejidad porque yo pudiera creer que los humanos veníamos “de los monos”. Ambos teníamos la misma fe (que Cristo es Libertador, Salvador, Señor); sin embargo, su lectura literalista de la Biblia lo situaba en un mundo cultural (el fundamentalismo) distante del mío.

El modo en el que nos comprendemos y nos damos sentido tiene consecuencias para nuestra manera de participar en la sociedad donde vivimos. Hans Georg Gadamer, filósofo alemán que nació con el siglo XX (1900), señala que eso de comprender (él lo llama “hermenéutica”) es “el movimiento fundamental de la existencia”. Somos como nos comprendemos en nuestra historia y en nuestras circunstancias. Esa autocomprensión es personal, pero también social, cultural y comunitaria y, por tanto, lingüística. Toda existencia se hace comprensible mediante las palabras.

Gerhard Ebeling, nacido en vísperas de la Gran Guerra (1912), afrontará en la segunda mitad del siglo XX, la aplicación de la hermenéutica para los estudios bíblicos. En los años de Hitler se unió a la Iglesia Confesante, que se opuso a las políticas nazis. Conoció a Bonhoeffer en el seminario de Finkenwalde, donde el insigne profesor dirigía unos estudios prohibidos por las autoridades del Tercer Reich. En aquella lucha, que costó la vida a Bonhoeffer, se discutió la conveniencia de que el joven Ebeling hiciera una tesis doctoral. Según nos cuenta Álvarez Bolado SJ, ante las resistencias de quienes pensaban que sólo había tiempo para la lucha, Bonhoeffer exclamó: “Una iglesia que no puede conceder a sus hombres en formación dos años para hacer un doctorado es una Iglesia que morirá pronto”. Ebeling hacía una tesis sobre la interpretación de los Evangelios en Lutero. Se trataba, por tanto, de comprensión, de hermenéutica. Siguiendo el talante del maestro Bonhoeffer, Ebeling defenderá que la honestidad y la responsabilidad son las claves de toda teología hermenéutica: así el literalismo quedaría denunciado como intelectualmente deshonesto.

Más adelante, en 1965, cuando la Iglesia católica cerraba el Concilio que había publicado el documento Dei Verbum sobre la Palabra en la Iglesia, Ebeling publica el ensayo “Teología hermenéutica”, donde afirma: “hermenéutica es lo que solicita y ayuda a percibir la responsabilidad de la Palabra”, alejando a la teología tanto de un puro espiritualismo como de un cientismo que ignorase que entre el dato y el que lo estudia siempre está la interpretación. Ebeling señala que el hecho fundante de la fe (la acción de Dios en Cristo) nos llega a través de la palabra escrita. Por eso, una lectura literal del texto bíblico no solo fija el escrito, sino también quiere fijar al Dios que se expresa (Palabra) no sólo para aquella época y cultura, sino también para la nuestra.

En 2012, durante la entrega de diplomas del curso de alfabetización de ECCA en Agadir, una alumna habló en nombre de sus compañeras. “Nunca pensé que yo, una mujer, podría hablar delante de tantos hombres importantes”, comenzó. Tras los agradecimientos, dijo: “Este tiempo de estudio me hizo preguntarme: ¿por qué no estudié yo mientras mis hermanos iban a la escuela islámica? Y me pregunto: ¿por qué mi hijo va a la escuela y mi hija, no?”. Concluyó con una promesa: “Voy a dedicar mi vida a que no solo mis hijos, sino también mis hijas puedan estudiar”. Aquel momento me ayudó a comprender qué sentido doy a mi vida y, en concreto, para qué trabajamos en Radio ECCA.

Para mí, creyente cristiano, aquel momento cobraba sentido desde Jesús, el Maestro, el Libertador. Su testimonio me ayudaba a dar profundidad y trascendencia a mi trabajo como directivo de la Institución. En Agadir, aquella alumna, fiel creyente musulmana, hablaba desde un horizonte mayor que su propia historia personal, desde la memoria de un pueblo y de sus mujeres. Nuestra alumna, al aprender a expresarse de un modo nuevo (lecto escritura), adquirió una comprensión más amplia de sí misma y del sentido de su vida.

Para mi amigo de Almanjáyar y para buena parte de la comunidad evangélica latina de los Estados Unidos, el modo en que leen la Biblia -literalista o fundamentalista- determina su autocomprensión y sus comportamientos sociales y políticos. El literalismo de la lectura bíblica, lejos de ser fiel a la Palabra que lee, nos impide comprenderla en el contexto en que Dios sigue actuando, a través de su Espíritu, en la cultura, la historia, la experiencia del momento cotidiano que vivimos. Y eso puede hacer que la experiencia del Cristo, lejos de ser una experiencia de vida, sea un impulso fanático que nos encierra en un mundo que no existe.

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