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Opinión
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Ignacio Jesús Pastor Teso/ Abogado

Los Indianos, los polvos canariones y el copyright

  • Una reflexión de máxima actualidad

Nacho Pastor, abogado.

Artículo escrito y publicado en 2009 pero que su autor, Nacho Pastor, nos ha remitido para su publicación dada su máxima actualidad tras la reciente celebración de la fiesta de Los Indianos.

Pasada la resaca de los Carnavales y respetando un tiempo de duelo tras el Entierro de la Sardina, me he planteado hacer unas reflexiones y trasladarlas a los lectores desde esta tribuna de celulosa, en la seguridad de que estas pueden ser tamizadas y objeto de valoración y critica que, de antemano, ya acepto.

Si acudimos a la enciclopedia de las enciclopedias, un Carnaval se define como una celebración pública que tiene lugar inmediatamente antes de la Cuaresma cristiana y que combina algunos elementos como disfraces, desfiles, y fiestas en la calle, siendo una característica común entre todas las celebraciones la de ser un período de permisividad y cierto descontrol. Sin pretender emular a don Julio Caro Baroja, sí parece que los Carnavales son ya una copia cristiana que toma elementos de antiguas fiestas y culturas, como la fiesta de invierno, o las celebraciones dionisíacas griegas y romanas.

Claro está que sobre Carnavales y cómo celebrarlos nadie tiene el copyright de lo original y/o único, entendido como un derecho de propiedad intelectual o industrial, que pueda oponerse frente a otros. Admitida esta realidad, no podemos obviar otra no menos palmaria, y es que los distintos pueblos, a través de manifestaciones culturales, de orígenes variados y variables, han ido creando y consolidando sus particularidades que, a fuerza de repetición y común aceptación, han pasado a ser parte de su acervo cultural propio, transformándose en seña de identidad a modo de marca comercial consuetudinaria que diferencia a ese pueblo de otros. De esta manera, ninguna ciudad italiana osaría competir, ni plagiar, los Carnavales de Venecia, como tampoco parece que haya ciudad brasileña que pueda hacerlo con los de Río de Janeiro.

En España se celebran Carnavales en todas sus comunidades, pero lo cierto es que carecen de la celebridad que gozan en Cádiz, y en Santa Cruz de Tenerife y, aunque recuperados más tarde y al abrigo de tiempos mejores, también en Las Palmas de Gran Canaria. Los dos primeros tienen además algo de heroicos, por cuanto a pesar de las dificultades lograron sobrevivir en tiempos revueltos sorteando férreas censuras y pacatas prohibiciones del régimen del general Franco.

Centrándonos en las Islas Canarias, es obvio que siendo tierra de movimientos migratorios de población, y de fructíferos intercambios comerciales, sus Carnavales, como hecho cultural, se han enriquecido de las aportaciones de elementos tan variados como los han sido sus pobladores y visitantes, armónicos sedimentos de las distintas culturas que han dado en formar un producto cultural canario novedoso, dotado de originalidad. Es fácil convenir en que este proceso no puede calificarse como plagio sino como mezcla, y sin duda los Carnavales en las Islas Canarias son deudores de las comparsas brasileñas y las murgas gaditanas, pero con un sabor canario propio no cuestionado; eso es mestizaje cultural.

Esta idea del mestizaje enriquecedor en contraste con la mera copia me traslada al Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria. Sobre la ciudad poco se puede hablar más allá de alabanzas a la belleza de su casco histórico y su importancia económica y cultural, y sin embargo si de Carnaval hablamos en esa capital, a diferencia de la isla vecina, ha permanecido durante un largo período de tiempo como manifestación menor; han sido los nuevos tiempos y sus nuevos políticos quienes han tratado de revitalizar un hecho cultural en letargo, procurado su reactivación mediante la aportación de nuevos episodios dentro del Carnaval como celebración popular total, usando el recurso del pleito insular como fuelle para un fuego que no interesa apagar. La competencia, bien entendida, enciende ingenios y aviva labores, y una leal competencia en clave de ja entre ambas islas puede servir como biela que mueve todo un motor. El guante bien lanzado, y mejor recogido, no debiera preocupar a nadie, al contrario.

El Carnaval, por tanto, aglutina todo y a todos, y en Las Palmas de Gran Canaria han dado con un producto único y diferenciador que reúne los elementos más transgresores del Carnaval: la Gala de la Drag Queen, una celebración de múltiples dimensiones, de largos brazos y más largas piernas, que gracias al buen hacer de sus organizadores y el apoyo institucional, pero sobre todo a la aceptación popular ya trasciende de la isla canaria al resto del mundo; enhorabuena, qué lección para otras ciudades, y qué buen camino a seguir.

Si fácil resulta aplaudir la originalidad creativa, no es difícil hablar con desdén de la burda copia, como ocurre con un simple trasunto como es la fiesta de los polvos, la polvacera, el pasacalles popular o como quiera que pretendan que se llame en Las Palmas, pero que esconde un mero plagio a la fiesta de los Indianos de Santa Cruz de La Palma; nada hay de originalidad, o de mezcolanza, o de raíces comunes o complicidades isleñas; nada de eso se advierte con esa fiesta han derivado a una simple copia a lo chino.

La diversión es libre y ningún corsé se le puede colocar al pueblo y, por definición, menos en Carnaval, pero sí entra en la responsabilidad de los representantes políticos proteger aquellas manifestaciones culturales propias frente a situaciones agresivas propiciadas en perjuicio de las mismas. Si protegemos los vinos, los quesos, las carnes y si queremos hasta a los gamusinos, cómo no hemos de proteger una fiesta del tremendo calado popular y raíces tan profundas en el pueblo santacrucero y por extensión palmero.

Pocas fiestas reúnen tantas bondades como esta; por su origen, la manifestación del sentido burlón del palmero; una respuesta irónica ante el indiano, ese antes emigrante que se presentaba de regreso de Cuba ante sus paisanos, haciendo ostentación de sus riquezas -reales o fingidas-; la fiel sirvienta, la Negra Tomasa; es la fiesta de la participación popular; los mojitos y la caña de azúcar; todos son actores y espectadores a la vez; el respeto de todos y a todos; es la fiesta de las fiestas, que de lo particular pasa a lo general y coloca a La Palma en un centro del Carnaval universal; y no, decididamente no debiera permitirse la necedad de perderla, o de adulterar o dejar adulterar un producto tan peculiar y tan palmero.

Uno puede entender que unos ciudadanos de La Palma evoquen sus fiestas, pues ese parece el origen de la fiesta grancanaria, faltaría más, pero traslado otro escenario: ciudadanos de Pamplona residentes en Las Palmas de Gran Canaria que añoran sus Sanfermines decidan vestirse el 7 de julio con sus pañuelos rojos y camisas blancas, el pueblo canarión animado y animoso secunda esa fiesta y finalmente desde el Ayuntamiento sus representantes acaben gritando Ño, gora San Fermin, se lance un chupinazo y por la tarde se abra un encierro taurino… No parece concebible, ¿o sí?

Cierto es que el daño está hecho, pero hay remedios para su sanidad, no es sencilla, ni unidireccional, la fiesta ya ha calado en Las Palmas y es difícil que se diluya, pero bien podemos practicar un ejercicio colectivo de respeto, respetar y ser respetados, sin fomentar más pleitos; para debilitar los agravios es precisa la buena voluntad de todos, buscar alternativas en varias direcciones; y en todo caso escuchar a las partes en conflicto.

Es el momento de que todos aportemos ideas: avanzar en la protección legal de la fiesta a través de las declaraciones ya instadas por el ayuntamiento capitalino el pasado 23 de febrero de 2009 como Fiesta de Interés Turístico de Canarias y Fiesta de Interés Turístico Nacional e Internacional, multiplicar su implantación en la Isla mediante una llamada hermana a la participación activa de los ayuntamientos de todos los municipios de la isla, y también del Cabildo; fomentar el asociacionismo en defensa de la fiesta; amplificarla a través de los medios de comunicación nacionales e internacionales; campañas publicitarias al efecto y con la antelación suficiente planificadas y, finalmente, trasladar al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria al menos dos apotegmas unidos al sentido de la Justicia que todos entendemos: "No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti" y "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Hay que aceptar que todos tenemos derecho a la diversión, pero admitiendo que la de Los Indianos es una fiesta vinculada a Santa Cruz de La Palma y así debe ser conocida y reconocida en Las Palmas; y dada la aceptación de la fiesta en esta capital, reconducirla, bien como homenaje, o bien como complicidad con la isla menor, incluir en sus fiestas una representación de Los Indianos, pero nunca como celebración independiente y competitiva frente a la fiesta original de Santa Cruz de La Palma.

 

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