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Opinión
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Menos cristianismo, ¿más fe cristiana?

Lucas López.

Una vez se confirmó que Joe Biden contaba con el apoyo electoral para ser el próximo presidente de los EE.UU., María Paz López nos hacía notar en La Vanguardia que “…va a misa cada semana y en los actos públicos suele aludir cómo su fe le ha sostenido ante las tragedias que le ha deparado la vida”. Fernando Canellada, en La Provincia, abundaba en el tema señalando que “Biden parece compartir el mismo manual de política al servicio de la caridad que Francisco ha transmitido a Sánchez en su visita a Roma tan deseada desde Moncloa”. Y no pocos estudios han indagado a dónde ha ido el voto religioso en las elecciones presidenciales.

Tras las elecciones norteamericanas, El Diario publicaba en sus páginas digitales un artículo titulado Ni de extrema derecha ni amantes de las armas que, con la firma de Javier Biosca, se refería a una familia amiga de Chipewa Falls, en Wisconsin. La tesis central del artículo refiere a que muchos de los setenta y dos millones de votantes de Trump no caben bajo el etiquetado de la extrema derecha. Son personas conservadoras en sus valores que temen a los radicalismos de la izquierda y que nunca han tenido especial interés por la política. El artículo parece reflejar una sociedad menos radicalizada que quienes militan en los partidos políticos. Nos cuenta el autor que está familia está comprometida en una especie de misión religiosa en África.

El 14 de noviembre de 1933, Friedrich Gogarten, por entonces profesor de Teología sistemática en la vieja universidad de Breslavia (Breslau), retira públicamente su apoyo al movimiento Cristianos alemanes, después de haberse adherido al mismo el verano anterior. La asociación Cristianos alemanes nació en 1927, en Turingia, como una iniciativa de cristianos protestantes empeñada en promover un cristianismo popular. Tras el ascenso de Hitler al poder en enero de 1933, unos meses después, en abril, la organización pasa a formar una alianza con el nacionalsocialismo. El 13 de noviembre, el profesor Reinhold Krause, cabeza de la asociación, en una reunión de la misma en un palacio de deportes de Berlín, propone quitar autoridad teológica al Antiguo Testamento y al rabino judío Pablo, así como retirar de la moral cristiana aquellas influencias que provienen del judaísmo. Gogarten da un giro a su vida y a partir de aquel momento se distancia de aquel grupo. De hecho, con pequeñas excepciones, Gogarten guardará silencio en cuestiones teológicas durante once años, frustrado con el hecho y las consecuencias de su adhesión a aquella agencia religiosa filonazi.

En su retorno a la reflexión teológica pública, en los años cincuenta, cuando Europa deja atrás las doctrinas autoritarias, Gogarten se pregunta por el lugar de lo religioso en nuestro mundo y sobre la pérdida de incidencia del cristianismo en la sociedad: ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Es incompatible la fe cristiana con la modernidad? Gogarten diagnostica que el cristianismo como estructura política y cultural entra en paulatina decadencia a partir de la Ilustración ante la pujanza de la modernidad. Ni la metafísica que sostenía la teología cristiana, heredada de la tradición grecolatina, ni la moralidad platónica y judaizante, ni las prácticas rituales germánicas y latinas resisten ante los nuevos saberes, las nuevas instituciones y las nuevas costumbres. Pero Gogarten señala que el núcleo de la fe cristiana no es idéntico a los ropajes culturales con los que se ha revestido a lo largo de los siglos.

La tesis que defenderá Gogarten puede todavía hoy sorprendernos: a su juicio, la secularización es un proceso suscitado por el propio cristianismo, promoviendo continuamente una creciente autonomía del ser humano y purificando así nuestra fe de los adornos culturales que se le adhieren a lo largo de la historia. A su juicio, al igual que los fundamentalismos se empeñan equivocadamente en confundir una determinada formulación cultural con el propio cristianismo, también hay una secularización que tira el niño con el agua sucia y acaba desvinculando la cultura secular de sus raíces cristianas.

En 2009, tuvimos la suerte de poder recibir en la comunidad jesuita de Vegueta a José Antonio Pagola, autor de “Jesús, una aproximación histórica”. Tras conferencia en la Sala de Piedra del rectorado universitario, en la que mostraba a Jesús como hijo de su cultura, conversábamos paseando por Vegueta: “Solo llevamos dos mil años del cristianismo, lo que Jesús pueda significar para la humanidad está todavía empezando a verse”, nos comentaba Pagola.  Lejos de una imagen decadente en la que la modernidad arrasaba con la fe cristiana, Pagola confirmaba esa visión en la que desde la Ilustración se despoja a la fe de elementos culturales que pesaban como lastres y que, de ese modo, se podía volver, una vez más, hacia el Maestro nazareno que está en sus orígenes.

Un presidente norteamericano que va a misa cada domingo, unas elecciones en la que los candidatos han perseguido el voto de las comunidades religiosas, una sociedad en la que múltiples formas de religiosidad aparecen por todos lados, cuestiona, en cierta manera, la idea de una sociedad secular sin referencias religiosas. Sin embargo, la reflexión de Gogarten (reconocer un impulso secularizador en el propio cristianismo) o la de Pagola (aprovechar el momento para un retorno al profeta nazareno tal y como fue) nos invitan a seguir preguntándonos por el lugar de lo religioso en nuestra sociedad y en un mundo que es más amplio que lo que pasa en nuestro país.

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