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Lo absoluto, lo relativo y la cuántica

Lucas López.

En el gran Buenos Aires, en julio de 2004, Gonzalo Zarazaga SJ nos recibió en el por entonces noviciado de los jesuitas de San Miguel. Me tuvo que llevar al médico, porque el frío del invierno argentino me arrastró a una gripe, mucha fiebre y una bronquitis preocupante. Viajaba con Diego Molina SJ, profesor de Eclesiología en la Facultad de Teología de Granada, que dedicaba sus veranos (inviernos argentinos) a impartir sus lecciones en el teologado de los jesuitas bonaerense. Gonzalo, profesor de Misterio de Dios, se mostró como un hombre cordial y un magnífico anfitrión, que tanto servía de guía para presentar la ciudad y sus alrededores, como mostraba su habilidad gastronómica o cantaba un tango con voz melancólica y sonora. Diego, que conocía mis inquietudes, sonrió cuando, en mitad de la comida, pregunté: “Gonzalo, ¿cómo se puede hablar de Dios hoy después de la física cuántica, la filosofía estructuralista y la teoría general de la relatividad?”.  Y aclaré: “¿Podemos seguir hablando de materia y forma, sustancia y accidente, esencia y existencia… como si la física continuara siendo la de Aristóteles y la teología tuviera que usar el lenguaje de Tomás de Aquino?”

La cultura contemporánea plantea muchas formas de hablar sobre Dios. Algunas utilizan términos heredados de la metafísica griega y se refieren a Dios como sustancia para preguntarse por su Naturaleza (divina), su Poder (omnímodo) y su Ser (eterno). Otras formas proponen connotaciones religiosas y expresiones antropomórficas y narrativas: Dios es Padre y Amor, y nos creó a su imagen y semejanza; se hizo parte de nuestra historia en el Hijo (encarnación) y se manifiesta presente en toda la realidad a través de su Espíritu (vivimos el tiempo del Espíritu). Hay lenguajes teológicos que acentúan lo personalista: Dios sería el maestro interior, nuestra conciencia, nuestro sentido de la vida. Por supuesto, también hay posiciones que entienden que la ciencia contemporánea nos lleva a prescindir de los lenguajes anteriores porque no hay nada en la realidad que tenga que ver con Dios: son leyes físicas que establecen las relaciones sorprendentes de todo cuanto existe sin necesidad de un punto de creación o un ser supremo que las sostenga.

En 2015, Gonzalo publicaba Hablar de Dios en el nuevo escenario científico y cultural. Me llegó el texto a través del repositorio de la Biblioteca Digital de la Universidad Católica Argentina. Al comienzo del artículo establece sus objetivos: “…realizar un breve análisis de algunos rasgos de ese nuevo escenario cultural, de sus supuestos científicos y sus consecuencias teológicas”.  Gonzalo quiere así renovar “el discurso sobre Dios como fundamento ontológico de lo real”. Entre los muchos cambios producidos por los avances científicos, subraya dos campos: la física cuántica y la relatividad general. Entiende que los descubrimientos y formulaciones en estos campos llevan a cuestionar nuestro modo de entender la realidad como cosas en sí y provocan “una nueva ontología (estudio de lo real) de carácter más estrictamente relacional, sistémico y holístico”.

La propuesta de Gonzalo nos habla de fe en un Dios relacional. Asegura que la ciencia y cultura actual hacen hoy “más cercana, comprensible y sugerente” esa imagen que el cristianismo plasma en la Trinidad. Por un lado, nos evita imágenes excesivamente mecanicistas de Dios: “La fe en la presencia de Dios en el mundo o la acción de su Espíritu no parece tener que buscarse en el ámbito de la mecánica cuántica o el comportamiento de los fenómenos físicos…”. Por tanto, tampoco podemos prescindir de Dios porque no consigamos establecer su posición en las fórmulas de la física teórica. Pero, por otro lado, las ecuaciones de la relatividad general o la cuántica nos sirven para, aceptando siempre el carácter analógico de nuestro lenguaje sobre Dios, acentuar su modo de ser relacional: Dios (la Trinidad) es relación. Siguiendo toda la tradición del Nuevo Testamento, Gonzalo insiste en que esa relacionalidad es, en Dios, Amor. La creación y el ser humano en ella responden a la lógica del Amor (relación) de Dios. No se trata de que Dios es Uno y que luego ama, sino que Dios es relación y esa relación es Amor y en eso consiste su ser, su unicidad.

En 2014, el sacerdote irlandés Diarmuid O’Murchu publicaba Teología cuántica. En palabras del teólogo Haya Prats, “O’Murchu incluso invita a estimular la imaginación para descubrir nuevas posibilidades en la comprensión del Misterio que nos sobrepasa”. El libro de O’Murchu mira la teología y la espiritualidad desde conceptos de la ciencia: teoría del caos, agujeros negros, continuum espacio-tiempo, saltos cuánticos… Es posible que, para quienes estudien críticamente los esfuerzos de O’Murchu, pueda parecer que el autor peca de un exceso de metáfora para presentar un Misterio teológico que no dejará de serlo por mucha innovación que se añada a las explicaciones clásicas. Sin embargo, tras estos años después de aquella primera conversación con Gonzalo Zarazaga, conversación sostenida en el tiempo gracias a las tecnologías y las oportunidades que la vida nos ha brindado, se nos invita a no cejar en el empeño de mirar a la cara a una realidad que desafía todas las ecuaciones y también todas las teologías. De momento, Zarazaga nos propone profundizar en el Misterio en esta dirección: no creemos en un Dios que se relaciona, creemos que lo que llamamos Dios es siempre Relación (Amor).

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