Lucas López.
María se llamaba una jovencita del barrio de Los Almendros, en Almería, que una tarde se acercó por la parroquia para bautizar a su crío. “¿Cómo se llama?” Pregunté antes de iniciar proceso alguno. “¡Jesús!” me contestó con entusiasmo. Y me dijo convencida: “El Jesús y la María debían ser una buena pareja”. “¿Pareja?” Pregunté con sorpresa: “Claro, ella eligió bien a su hombre”, contestó contundente. Luego, María, me habló de que le gustaría que su hijo tuviera una carpintería, como la de Jesús. No hice mucho esfuerzo por aclarar la confusión entre José y Jesús. Al fin y al cabo, María tenía suficiente tarea con salir a chatarrear cada día para ganar el pan para su hijo, el futuro carpintero. Por otro lado, ya por entonces había otras leyendas populares circulando sobre Jesús: su matrimonio con Magdalena, su formación en Cachemira o su origen extraterrestre. A esta suerte de leyendas, la profesora y biblista Junkal Guevara RJM, de la Facultad de Teología de Granada, denomina “nuevos apócrifos”. Cabe preguntarse si podemos decir algo más serio históricamente sobre la figura de Jesús de Nazareth.
La búsqueda del denominado “Jesús histórico”, la persona concreta que está detrás de los relatos de los Evangelios, no ha culminado y difícilmente culminará jamás; pero tras muchas peripecias hoy se dan mayores consensos. Paul J. Meier, profesor actualmente en la Facultad de Teología de la Universidad de Notre Dame, en Indiana (EE.UU.) emprendió hace años la construcción de una obra monumental con este supuesto: “Supongamos que a un católico, un protestante, un judío y un agnóstico –todos ellos historiadores serios y conocedores de los movimientos religiosos del siglo I- se les encerrase en la biblioteca de la Escuela de Teología de Harvard y se les prohibiese salir de allí hasta no haber elaborado un documento de consenso, sobre quién fue Jesús de Nazaret y qué intentó en su tiempo y lugar…”. Con tal óptica nacieron los cinco tomos de “Un judío marginal: nueva visión del Jesús histórico”. Aborda con detalle (más de cuatrocientas páginas cada uno de los cinco volúmenes, y el segundo dividido a su vez en dos libros del mismo grosor) múltiples aspectos: los orígenes, la misión, los milagros, las parábolas, los compañeros de camino.
Ese estudio fue citado por Joseph Ratzinger en el prólogo de su libro “Jesús de Nazaret” (2007). El autor era ya Papa Benedicto XVI. Meses después, coincidiendo con la publicación española del original alemán, el teólogo vasco José Antonio Pagola publicaba “Jesús, una aproximación histórica”, la obra de su género con más éxito editorial en la primera década del siglo XXI: un grueso volumen que superó los sesenta mil ejemplares vendidos en España. Se trata de dos libros francamente diferentes y que nos sirven para estudiar las tendencias en la mirada a Jesús de Nazaret en estos últimos años. Ambas obras tienen mucho en común. Y no es de menor importancia su empeño en responder a esos apócrifos a los que se refería el profesora Guevara: una novelística con apariencia científica que propone un acceso al “verdadero” Jesús que, supuestamente, habría sido encubierto por los evangelios. Recordemos, a modo de ejemplo, la serie de publicaciones “Caballo de Troya” o la muy popular novela y película “El código Da Vinci”.
Pero, ¿es posible acceder al Jesús histórico y su relación con el Cristo de la fe? Ratzinger cree que no hay una metodología histórica apropiada y que todos los estudios muestran siempre más al autor del estudio que al propio Jesús. Por eso, el teólogo alemán sostiene que lo más coherente es interpretar las Escrituras desde las propias Escrituras: la imagen de Jesús más apropiada y, probablemente, la más adecuada a la realidad histórica sería la que los Evangelios nos muestran. Ratzinger no desprecia el método histórico crítico, pero entiende que sus conclusiones son en ocasiones útiles y en otras erróneas y siempre provisionales. A su juicio, para hacernos una imagen veraz de Cristo, no podemos esperar a que esos estudios científicos alcancen resultados definitivos que nunca llegarán.
Por su parte, Pagola cree que el método desarrollado por la ciencia histórica y la lingüística, perfeccionado en las últimas décadas, permite mostrar con bastante certeza al tal Jesús, el nazareno, el que caminó por los campos de Galilea y fue ejecutado en Jerusalén. Además, Pagola sostiene que esa historicidad da fundamento a la fe que profesamos. No se trataría, para Pagola, de despreciar las Escrituras y su mensaje de fe, sino de leerlas con criterio histórico, analizando los diferentes textos y sus contextos, para proponer una imagen coherente y seria de Jesús frente a tanta ficción publicada en la novelística de los “bestsellers”.
Probablemente, ninguno de los dos acercamientos sea desacertado… si no ignora al otro. Con Ratzinger nos acercamos a la imagen que los creyentes de los primeros siglos plasmaron en los Evangelios -y esas comunidades estaban mucho más cercanas a los hechos originales que las actuales-; con Pagola entendemos cómo llegaron a esos rasgos principales y podemos, quizás con más facilidad, adecuarla al momento que nos toca vivir en el que la ciencia y la historia tienen un sentido diferente. Y ambas cosas, la imagen primigenia y su adecuación al momento actual son importantes para quienes se acercan al hijo de la María, aquella mujer de una pequeña aldea de Galilea, que enseñó a su hijo una visión del judaísmo quizá un tanto marginal.
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