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Opinión
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En tránsito, de modernidad y postmodernidad

Lucas López.

A mitad de los ochenta, gracias al profesor Florencio Segura SJ, pude incorporarme al equipo de la revista de literatura Reseña en su área de crítica teatral. En 1986, asistí a una obra titulada “Faltan 14 años para el año 2000”. Lo más relevante de aquella visita al teatro fue la llegada, una vez empezada la obra, de Francisco Umbral, que avanzó hasta las primeras filas. El elenco actoral mostraba una serie de cuadros que se sucedían sobre el escenario repitiendo en diferentes tonos un único texto: “Faltan 14 años para el año 2000”. Umbral, todo un personaje, se levantó también antes de que finalizara el espectáculo. Eran los años del Madrid de la movida, de la postmodernidad, del final de los grandes relatos (el socialismo, el liberalismo, la familia, la religión…). Reinaban las pequeñas historias, sin grandes pretensiones ni palabras, como las escenas representadas en un escenario que repetía una y otra vez que faltan 14 años para el año 2000.

Fui como reportero al X Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz (el FIT ya va por su trigésimo quinta edición). Llamó mi atención este contraste: los grupos latinoamericanos ponían en escena propuestas sobre grandes valores (libertad, justicia, verdad…) y las propuestas europeas apostaban por pequeñas historias intrascendentes. Una de esas propuestas partía de la novela “Momo”, de Michael Ende, que trata del tiempo y de historia, para convertirla en un espectáculo de efectos especiales vaciado de cualquier hondura mayor. Lo comenté con un miembro del grupo y me contestó cerrando la conversación: “Es que la profundidad de Michael Ende es cristianoide”.

En la Facultad de Filosofía de Comillas se estudiaban los autores de la postmodernidad. Aunque muchos eran franceses (Lyotard, Baudrillard, Lipovetsky, Castoriadis o Foucault) llamaba especialmente nuestra atención un italiano, Gianni Vattimo, que consagró la expresión “il penssiero debole”: que el pensamiento no tiene fundamento en la realidad, sino que es más bien juego de palabras, charla entretenida que refleja el poder social, cultural, político, económico de quien habla. Ya por entonces, el profesor José Gómez Caffarena SJ nos remarcaba en sus clases la perplejidad de un pensamiento teológico y filosófico que, tras siglo y medio incorporando los razonamientos de la modernidad ilustrada, se encuentra entonces con la crisis de la racionalidad y con que en la nueva cultura pop tiene el mismo valor el tarot, la astrología o la ouija que la teoría de la relatividad o la filosofía elaborada durante siglos.

25 años después (2011), trabajando ya en ECCA, tuve el privilegio de entrevistar para Diálogos de Medianoche a un anciano Caffarena. Fue una conversación centrada principalmente en su última obra: “El enigma y el misterio”. De ella, nos dice el profesor y escritor José Egido, “es una obra que alberga grandes logros, quizá uno de los cuales –y tal vez no el menor– es que deja abierta gran cantidad de preguntas y no pocas perplejidades acerca de su objeto (nada menos, en último término, que aquel Sujeto al que solemos aludir con el sustantivo Dios) y de los vínculos que los humanos solemos establecer con ese referente, no sólo  enigmático, sino también misterioso”. Frente a las seguridades que pretendía aportar la filosofía neoescolástica, propia del tiempo en que se había formado, durante nuestra conversación Caffarena, con honestidad intelectual impresionante, recogía la crítica postmoderna y proponía una perplejidad comprometida y abierta.

Ya en sus clases de Filosofía del Lenguaje, el profesor Caffarena nos hablaba de cómo la caída de los grandes relatos – fenómeno cultural a la vez que filosófico – nos ayudaba a comprender mejor el disparate ideológico y teórico que había dado sustento a los grandes totalitarismos del siglo XX. La constatación de la diversidad de cosmovisiones y el pluralismo religioso provocaba en nuestro insigne profesor un talante empático de acercamiento a la racionalidad de cada una de las propuestas. De ese modo, en “El enigma y el misterio”, Caffarena nos acerca a una visión más modesta de nuestro humanismo, tan duramente puesto en cuestión por los estructuralismos. Sin renunciar al fondo de una humanidad abierta al sentido y la trascendencia, el profesor nos animaba a apuntar no solo al gran relato, sino también a las pequeñas historias, con minúscula, donde se vive con intensidad y se trata de atisbar la gran Historia, con mayúscula, que siempre debe mirarse como un Misterio, un horizonte que está más lejos cuanto más nos acercamos, sin límites, sin una configuración que responda a la pura racionalidad humana. En las clases, más que de Dios, Caffarena proponía hablar de sus “ángeles”, es decir de las noticias siempre parciales de lo divino que se despliega en el mundo.

Caffarena falleció dos años después de nuestro encuentro en ECCA. El 7 de febrero de 2013 tuvo lugar el funeral en el que sus amistades, familiares y compañeros jesuitas agradecimos a Dios su paso por nuestras vidas. En la homilía pronunciada por Juan A. Guerrero SJ, alumno suyo y, por entonces, su superior jesuita, decía unas palabras con las que quiero acabar este recuerdo y su desafío: «encontrar a Caffarena  nos ha enriquecido, nos ha abierto los ojos, nos ha  hecho pensar y nos ha hecho mejores. Con frecuencia se nos ha quedado dentro como  interlocutor y nos sorprendemos dialogando o discutiendo con él».

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