Días atrás apareció una nota de prensa en los diarios palmeros que hacía referencia a la reunión mantenida entre los máximos representantes del Cabildo, el Ayuntamiento y la Administración General del Estado con el presidente de la Autoridad Portuaria y el director de Puertos de Tenerife, que viajaron expresamente a La Palma para presentar el Plan Director de Infraestructuras del Puerto de Santa Cruz, cuyo borrador, expuesto en el Cabildo Insular, consistía en una serie de «actuaciones a abordar» encaminadas a mejorar la operatividad de dicho puerto capitalino.
La propuesta presentada recogía principalmente la ampliación del Dique Exterior en no sé cuántos metros (para las cifras oficiales me remito al artículo original), la ampliación de la zona de preembarque y la prolongación del Muelle Polivalente, lo que en este caso significaría una nueva explanada de treinta y tantos mil metros cuadrados. Y acabada la presentación, todos los allí reunidos, especialmente los señores de Tenerife (que ya podrían haber venido antes con ese mismo afán trabajador para tratar otros asuntos de relevancia local, como la restauración de la vieja Glorieta o el remozado de la Casa del Césped, ambas arrinconadas vergonzosamente entre vallas), es de suponer que debieron de frotarse las manos entusiasmados, ansiosos por aprobar el borrador del Plan Director y soplar la velita de una tarta «a repartir» que costaría 45 millones de euros.
Y hasta ahí la noticia oficial, esas mejoras que, bien mirado, solo beneficiarían claramente a un par de navieras conocidas y a dos o tres consignatarias, pero en modo alguno a la capital en sí o a la isla en general, ya que, con la excepción de un posible aumento de cruceros, me temo que todas esas ampliaciones no supondrán sino metros y más metros de hormigón, cemento y asfalto, sean lineales o cuadrados. Esas propuestas que, no obstante, no han tenido en cuenta, o han preferido silenciar, los aspectos negativos de su ejecución. Es decir, que no se comenta si con la prolongación del Polivalente se cargarán todo el muelle pesquero o quedará reducido a un muellecito tirando a ridículo, casi de juguete; o si, por el mismo motivo, desaparecerán la cofradía de pescadores y la pescadería, el kiosco El Puertito, el Restaurante El Coral y, sobre todo, la escuela de Vela Latina. Con lo cual, si teníamos pocos lugares de esparcimiento relacionados con el mar o cercanos a él, ahora serán menos, especialmente para los jóvenes aficionados a la vela.
O sea, que discrepo muy mucho de esas mejoras anunciadas que pretenden vendernos las citadas autoridades. En mi opinión, no tiene sentido ampliar un muelle en el que ya caben perfectamente un portacontenedores y un ferry, que es lo que se consiguió con la última prolongación del Polivalente. Aquí no hay tanto tráfico como para que los barcos deban fondear a la espera de atraque, y no solo porque no haya fondeadero, sino porque, sencillamente, no se acumula la faena, por así decir. O porque con el procedimiento habitual seguido por prácticos y consignatarias, el de comunicarle a un buque que modere o se mantenga a la espera, las cosas vienen funcionando a la perfección. Es sabido, por otra parte, que cada semana suele atracar el mismo número de barcos, y que si a veces coinciden dos buques que ocupan el mismo lugar por cuestión de tomas y tuberías (digamos un cementero con un gasero), uno de ellos se da una vueltecita por ahí, siguiendo instrucciones del práctico, y vuelve justo a la salida del otro, sin que pase nada ni se arme el cacao padre ni quede desabastecido el comercio palmero. Seamos sensatos, pues, y no despilfarremos en lo que puede solucionarse a golpe de móvil o walkie-talkie. Más barato y eficaz, imposible.
Por otro lado, y aunque no se la nombre, me parece ver cierto interés por parte de la Marina (famosa por sus tarifas populares y sus alquileres flexibles y negociables) en «acoger» todas las embarcaciones deportivas que hoy se amarran en el pesquero; esa misma Marina a cuyo dueño no le salió de los cojones bajar los alquileres durante la anterior crisis, asistiendo impasible, impertérrito y cabezón, al paulatino cierre de todos aquellos locales (como la tienda de efectos navales, las boutiques, las cervecerías, la guardería o el Spar) que tanta vida le dieron a la ciudad por un corto tiempo, condenando a los adolescentes, sea dicho de paso, a juntarse nuevamente en el Césped y a consumir hamburguesas. Luego el beneficio también sería, bien mirado, para el mentado dueño de la Marina (y sin invertir en ello un solo euro).
En cuanto a lo de ampliar los metros de la explanada de preembarque, esto no es más que un pretexto para agrandar el tamaño y el coste de la tarta. La explanada, como he podido comprobar personalmente en más de una ocasión, se basta y se sobra para atender el movimiento diario de vehículos, salvo los domingos, claro, que es cuando los barcos de Armas y de Fred. Olsen atracan a la misma hora, también por cuestiones de entrepierna armadora. Y porque la Autoridad Portuaria de Tenerife no tiene autoridad (con los millones que se ahorrarían así, soltando una buena bronca a tiempo) para obligar a las navieras a que modifiquen el horario de los domingos. Así que se opta por la solución menos enfadosa pero más costosa: la de meterse en obras. Y que tampoco nos vengan con el cuento chino de que ese espacio añadido facilitará una mayor cobertura al movimiento de guaguas, taxis y turismos, porque para aligerar el tráfico bastaría con abrir esas puertas (cuando se pueda, porque hoy en día, con medio muelle destripado por el asunto de los noráis «que hay que cambiar», es impensable), bastaría, decía, con abrir esas puertas que se cierran justamente cuando más se precisa de fluidez rodante.
Lo de la ampliación, en cambio, del Dique Exterior, sí que parece hartamente justificado, y no solo porque a veces haya que meter los cruceros con calzador, sino porque, habiendo más espacio, aumentaría la afluencia de los mismos, que ya no se verían desviados interesadamente a otros puertos.
Y en lo tocante a las infografías con que pretenden vendernos la moto, yo no veo más que una explanada más con algunas palmeritas y un montón de transeúntes ficticios, como si se tratara de la explanada de una gran ciudad, rodeada de centros comerciales y cafeterías, en que todo el mundo anduviera comprando y consumiendo alegremente. Ese espacio vacío solo se aprovecharía para la Danza de los enanos, una vez cada cinco años (pandemias mediante) y para algún evento musical, en cuyo caso no sería descartable que se dejara tapiado el recinto, como ya es costumbre por parte de alguna concejalía, por una larga temporada. Y no sé, no sé… También se veía muy bonita, dentro de su urna, la maqueta de la Nueva Terminal del aeropuerto, expuesta junto a la terraza desde la que se contemplaba el aterrizaje y el despegue de los aviones: ¡y resultó ser la mayor cagada de España en materia de terminales! Una cagada monumental que, salvo por algún desastre natural (no lo quiera nunca Dios), ya no hay manera de enmendar. Luego espero que ese cambio de fisonomía de la ciudad, si se diera, no nos lleve a lamentar el cambio, a vivir entre la nostalgia y la rabia.
La nota de prensa aludida se remata con el anuncio de un parking subterráneo (del que de momento desconocemos su capacidad), cuya obra pudiera ser, dada la proximidad del mar, y dado el historial capitalino de reveses urbanísticos (ahí tenemos el ejemplo permanente de los preciosos accesos peatonales del parking del Puente), que terminara por salirse de presupuesto.
En fin, que si yo pudiera elegir, me dejaría de ampliaciones (con la salvedad del lado Este, como ya quedó dicho), porque todo seguiría básicamente igual en cuanto a movimiento de contenedores y vehículos. No hay que aportar informe alguno ni ostentar un cargo de la hostia para darse cuenta de ello, es algo que se ve a ojo. Eso sí, obligaría a una de las navieras (pongamos la de Armas, por méritos propios) a modificar el horario dominical de su barquito (le gustara o no a don Antoñito, que bastantes gastos ha ocasionado ya a causa del Taburiente, como si este fuera el centro del universo marino), y guardaría todos esos millones sobrantes para otras ejecuciones verdaderamente necesarias. Y entre estas estaría la de convertir el muelle no comercial (se entiende que en ausencia de turismos) en un lugar de esparcimiento ciudadano para todas las edades y alguna que otra actividad deportiva, para lo cual empezaría por facilitar la reapertura de la cafetería de la estación marítima, cerrada por la pandemia pese a su importancia. También procuraría cambiar la fisonomía del muelle, incluido el pesquero, sustituyendo tantísima valla de carretera en obras por algo más decente. Y ya puestos, haría por habilitar alguna zona para aparcamientos, ayudando de ese modo al Ayuntamiento con uno de sus mayores problemas, y no haciendo del muelle un territorio cerrado y apartado de la ciudad. Es más, dado que este no es un puerto como el de Tenerife, adecuaría las normativas portuarias a sus necesidades particulares y permitiría el tránsito general abriendo esas puertas que solo se abren un día al año, para la procesión de la Virgen del Carmen.
Y si al final resulta que impera el sentido común (qué bonito es soñar…) y la tarta sale algo reducida, pues qué se le va a hacer, lo sentimos muchísimo, de verdad, ¡con el interés que le habían puesto…!, pero seguro que ya encontrarán otra velita que soplar.
José Lorenzo.
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pinoseles
Estoy completamente de acuerdo con usted. Complicado que atiendan.
Para que se haga usted una idea de que van estas cosas le invito a que lea el artículo que trae hoy (29/6/2021) Cotizalia, el suplemento económico de El Confidendial, dice así:
La megaampliación del puerto de Valencia, en el aire por un contrato irregular a Boluda
https://tinyurl.com/kxv4hwp
La Abogacía del Estado y la Intervención fuerzan al consejo de la Autoridad Portuaria a tirar para atrás una concesión millonaria al naviero y generan incertidumbre sobre el proyecto
Mucha sabiduría y resistencia harían falta.
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