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Opinión
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Tristes, tristes

Tristes guerras

                Si no es amor la empresa.

 

                Tristes. Tristes.

 

                Tristes armas

                Si no son las palabras.

 

                Tristes. Tristes.

 

                Tristes hombres

                Si no mueren de amores.

 

                Tristes. Tristes.

 

Miguel Hernández, Cancionero y romancero de ausencias. (1938-1941)

 

A medida que flores y frutos de temporada han ido coloreando  los campos de la Villa de Mazo, la polémica, y la tristeza, se ha instalado en los medios, en las redes y en el boca a boca de los macenses. Las empinadas y emblemáticas calzadas de este habitualmente tranquilo pueblo se han convertido en tema de discusión y centro del debate que a medida que las centenarias piedras van desapareciendo de las calzadas, el tono de la controversia va subiendo de color.

Por parte de muchas personas del municipio se han expresado los distintos puntos de vista, polarizados en dos ejes fundamentales: accesibilidad frente a patrimonio. No voy a profundizar en ninguno de estos dos puntos porque ya se han esgrimido en profundidad, especialmente, al menos lo que hasta a mí ha llegado, los que atañen a la necesidad de conservar, por múltiples razones, para mí obvias, el patrimonio, o lo que debería serlo, de nuestro casco antiguo, pues es lo que nos define e imprime personalidad a nuestro pueblo. Por otra parte, tampoco podría defender la accesibilidad en unas calzadas que por su propia inclinación no pueden ser accesibles a todas las personas, por muchas aceras que se construyan.

Solo me gustaría con mis palabras poder reducir el problema, al margen de la política y del politiqueo, a una cuestión de futuro. Y así, con mucha tristeza, llevo haciéndome esta pregunta: ¿A qué corporación municipal le gustaría pasar a la intrahistoria, como decía Unamuno, de nuestro municipio como la que destrozó las calzadas de Villa de Mazo? Si fuésemos capaces de transportarnos a un tiempo venidero, sí, incluso los que estamos radicalmente en contra de lo que se está llevando a cabo en las calzadas, nos acostumbraremos a verlas con esas aceras tan poco adecuadas al empedrado original. Si viéramos a algunos felices padres con un cochecito de bebé paseando por ellas, cosa que dudo mucho que ocurra, diremos: “Bueno… para algo han servido”. O si nos encontráramos con una persona mayor ayudada por su bastón utilizándolas, torceremos brevemente nuestra sonrisa, pensando… pensando que de todas formas  se pudieron haber remodelado rigiéndose por criterios más estéticos y equilibrados. Lo que sí me atrevería a afirmar es que nunca veremos por ellas una silla de ruedas, por muy injusto que nos pueda parecer.

Entonces, cabe la pregunta: ¿merece la pena conformarnos con ese futuro que prevemos? Mi respuesta es que no. Y por eso apelo a los versos del poeta alicantino, puesto que el sentimiento que me embarga ante este desatino, pasada la desesperación, es la tristeza. La tristeza sobre todo de que las armas fundamentales en esta guerra, no hayan sido la palabra y el amor a lo nuestro.

Miembros de la corporación que rige mi pueblo, alcaldesa, Goretti, puedo suponer que tampoco para ustedes habrán sido días fáciles, quizá también tristes, utilicen la palabra, no solo para imponer, sino, si acaso, para convencer, o al menos para saber escuchar la palabra del otro. En este caso no apelo al amor, pues es un sentimiento que en modo alguno se pueda o se deba imponer. Pero sí me atrevo a sugerir que no se conviertan en esa entidad que no supo escuchar, ni dialogar y, además, destrozó las calzadas de nuestro pueblo.

MERCEDES BARRERA TABARES

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