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Jesús San Gil, pasense, físico, meteorólogo, médico y psiquiatra

Prototipo de palmero inquieto que no se conformó con alcanzar brillantemente la carrera de Ciencias Físicas en la Universidad de Barcelona, sino que además ejerció como meteorólogo, y luego se empeñó en ser médico, y no solo eso, su objetivo irrenunciable era ejercer la especialidad de Psiquiatría, porque siempre estaba valorando e intentando averiguar el comportamiento humano, algo que le obligaba a hacerse preguntas continuamente, lo que le absorbía su tiempo y su conocimiento. Tanto le atraía la mente humana que hizo una sorprendente tesis doctoral sobre la influencia del tiempo y del clima en la salud mental, y en las conversaciones que manteníamos siempre se preguntaba el porqué de las cosas y de todos los temas que salían a colación en nuestras tertulias. No paraba de preguntarnos a los demás y de preguntarse a sí mismo.

Lo conocí cuando juntos vivimos en Santa Cruz de la Palma en la pensión de doña Zenobia, junto a la Iglesia de El Salvador, en un piso encima de la Comisaría de Policía, estudiando ambos el preuniversitario de Ciencias. Cada vez que entrábamos o salíamos, el Policía Armada de guardia, con su mirada desconfiada, nos analizaba de arriba abajo y de abajo arriba. Allí vivimos con Roberto González, profesor de Filología Inglesa, Pedro Pais Yanes, ingeniero industrial, Nelly, de Mazo, y Pili, de Los Llanos de Aridane.

Él vivía en El Paso y un servidor en Los Llanos de Aridane, y aunque por eso, y otras cosas, a veces discutíamos, sin embargo, nos llevábamos bien. Pertenecíamos a esa especie rara de palmeros que nos empeñamos en unos tiempos muy difíciles, con mucho sacrificio, en irnos a estudiar a la Península, él Física y yo Medicina. Luego coincidimos como médicos, él psiquiatra y yo cirujano.

En aquella época viajábamos a la Península en barco, en mi caso a Cádiz y él a Barcelona. En una ocasión, recuerdo que me avisó, aunque no sé muy bien cómo lo hizo, supongo que por teléfono fijo, para decirme que hacía una escala en el puerto de Cádiz camino de Barcelona, y quería verme. A mí me gustaba mucho el exquisito queso de almendra que hacía su madre, él lo sabía, y me puso en aviso de que me regalaba uno.

Efectivamente, me llevé el queso de almendra a mi habitación del Colegio Mayor Beato Diego José de Cádiz, e invité a degustarlo a un compañero canario que se fue de la lengua. Inmediatamente se llenó mi habitación de canarios que se zamparon el queso y casi no lo pruebo.

Jesús San Gil, Suso para los amigos, tocaba el timple muy bien, no se perdía la Bajada ni las fiestas de El Pino, ni los carnavales, ni las romerías, como buen amante de las tradiciones y del folclore canario. Amante de la naturaleza, hacía senderismo, y tal como me contó Roberto González, en una ocasión, sobre la marcha, los dos se metieron en La Caldera, y les costó sudor y lágrimas el regreso.

Deja una esposa que lo dio todo por él, y un hijo encantador que, ya en quinto de Medicina, será como él, un brillante médico. ¡¡Hasta siempre, mi querido amigo!!

 

*Doctor en Medicina y Cirugía

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