Lágrimas de lava resbalan
por las mejillas y los corazones
de los habitantes heridos de la Isla Bonita.
El estertor del volcán en erupción
cruzó el túnel de la cumbre…
ya nada es impasible… y hasta los vientos alisios
insomnes irrumpen en ataques de tos
por las cenizas que ascendieron al cielo
y cayeron incluso al otro lado de la hilera
recubriéndolo todo en un manto de desesperación.
El magma abrió en Cumbre Vieja
varias fauces voraces
exhalando al aire dióxido de azufre, gases, ceniza;
y lenguas de lava dantescas van arrastrando
a las tierras tanta desolación y tristeza
que hasta el alma se resquema.
Día y noche sin dar tregua el volcán se desgañita,
quizá emulando las erupciones de antaño
del volcán de San Juan y el de Teneguía,
mientras la luna llena magnate
contempla como la noche sangra en el monte
y esas llamaradas fieras
suplantan su fulgurante cuarzo
por enrojecidas fogatas manando
del interior de la tierra,
como un delirante rugido incesante
desamordazando a las tinieblas.
Y las coladas de lava descendieron por el Paraíso,
Las Manchas, Todoque, como bestias quemadas
tras el bálsamo cicatrizante de sal del océano Atlántico,
mas ninguna de ellas sepultará las décimas,
leyendas, tradiciones e ilusiones de sus gentes, calles y barrios.
Cómo sería desenterrar versos cuando el malpaís lo cubra todo
y los maltrechos rostros tan solo mirando una foto vuelvan a sonreír.
Versos como aquellos que escribiera un poeta tijarafero al volcán de San Juan
y que un buen hombre en la calle Acerina de los Llanos de Aridane
me recitara una tarde al saludarlo al pasar.
Él, que habiendo vivido ya con éste tres volcanes
no halla consuelo alguno a la catástrofe más sórdida que fue la pérdida de su mujer.
Él… que presumiéndose en desgracia recupera la memoria
cuando un poema empieza a recordar…
Lágrimas incendiarias arrasan recuerdos, vigas,
paredes de piedra levantadas por familias
en un sálvese lo que se pueda,
lágrimas sangrientas asolan las labranzas que desenvainaron
los aguerridos palmeros de antes,
lágrimas abrasivas surcan secas pencas de tuneras y
tatúan sobre ellas la tragedia: del desgarrador paisaje
al que las entrañas de la tierra arrebató sus brotes y
únicas pertenencias.
Y ojalá no logre engullir la esperanza humana
de aquellos que forjaron hermosas haciendas y humildes bodegas,
y sembraron esta hermosa isla
de caña de azúcar, yuca, papas, viñas,
plataneros, aguacateros y almendreros.
Pero que sobre todo araron y cultivaron en estos campos su
querencia cantarina, su música parrandera,
sus queserías deleitosas, sus mieles selectas,
sus historias migratorias, sus conquistas menos pretenciosas
que las que desembarcaron por las costas,
su resignación, entereza, sacrificio y
una ejemplar templanza ante la penuria
que emergió con el magma.
Y esta vez la Reconquista no sucederá en la península,
esta vez la reconquista tendrá lugar
en una isla de las Afortunadas
ya mencionada por Juba y Plinio allá en la antigüedad:
una isla de belleza y laurisilva sin igual.
La reconquista será una odisea
(con otros Homeros que quizá la lleguen a narrar)
porque el alma cubierta de lava
no es solo un pueblo marchito,
es un vergel hundido que entre todos
habrá que hacer reflotar.
Para que vuelvan en primavera a florecer
tagasastes en las miradas y vuelvan a broncearse
las pieles ceniza con la brisa marina
de los valientes
palmeros de tierra y mar.
Mª del Pilar Rodríguez Domínguez
Por todos los damnificados de La Palma, la Isla Bonita
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