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Opinión
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Encargarse del volcán

Ignacio Ellacuría SJ, rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, entendía que la filosofía y la teología tratan de la realidad: hacerse cargo, cargar y encargarse de la realidad. En entrega anterior intentamos aplicar los dos primeros pasos (hacerse cargo y cargar) al momento que vivimos en La Palma.

Desde que los movimientos sísmicos alertaron de la proximidad de la erupción, nuestra sociedad ha tenido que encargarse del volcán. En síntesis, encargarse del volcán ha consistido en garantizar la seguridad de las personas, atender a quienes han sido directamente afectados y poner en marcha medidas necesarias para mantener la sociedad isleña en funcionamiento. En general, sin que podamos salvarlo todo, creo que podemos sentir orgullo al ver cómo han respondido a estos desafíos los diferentes agentes de nuestra sociedad.

Usando la reflexión de Ellacuría, encargarse del volcán es comprometerse con la acción para afrontar esta realidad y transformarla con los principios éticos con los que la “cargamos”: la búsqueda del bien común de acuerdo a criterios como la centralidad de la persona, el cuidado de la casa común, el principio de subsidiariedad para comprometer eficazmente a toda la sociedad y la distinción entre las necesarias medidas propias de la emergencia y aquellas que apuntan a lo que será decisivo para nuestra visión del futuro.

Entendemos la complejidad de la situación y que cualquier reflexión, como esta, debe hacerse desde la humildad: no sabemos todo y no nos toca concretar qué debemos hacer. Pero, al encargarnos de una realidad, el volcán, no bastan los principios éticos. Acontecen tensiones motivadas por actitudes personales y grupales que debemos tener en cuenta. Proponemos seis que, a nuestro entender, entre otras, ya están mostrándose en nuestro comportamiento.

En primer lugar señalamos la tensión entre dejación y sobreactuación. A veces, sencillamente no queremos encargarnos, como si nada dependiera de nuestras capacidades y esperáramos a que todo lo resolviera otra persona u otra entidad (la alcaldía, el Cabildo, el Gobierno o las ONG); pero también, podemos sobreactuar más allá de nuestras responsabilidades y capacidades, en un ir y venir que busca no tanto ser una verdadera respuesta apropiada a la realidad cuanto afirmar nuestro protagonismo, nuestra imagen pública o calmar la ansiedad ante el drama que nos toca vivir.

En segundo lugar, está la tensión entre individualismo y asistencialismo. Es posible que queramos afrontar la situación buscando nuestro beneficio, desentendiéndonos del bien común y prestando atención únicamente a aquello que mejora la propia situación o resuelve, en exclusiva, el propio problema (personal, familiar, partidista, institucional, mediático). Pero también puede suceder que con la presión de la emergencia, impulsados por un altruismo quizás sincero pero poco reflexivo, nos dediquemos a sustituir la responsabilidad de otras personas, o de otras instituciones, incapacitándolas para hacer por sus propios medios lo necesario para asumir el protagonismo de su historia.

Una tercera tensión puede formularse entre la prisa inconsciente y el academicismo engreído. En este encargarnos del volcán es posible que nos dediquemos a un “hacer por hacer” que no estudia con suficiencia lo que está pasando o las consecuencias buscadas y no buscadas de nuestros actos y decisiones, a modo de reacciones inmediatistas y sin brújula. También es posible que, sin embargo, ante la complejidad de la situación, nos situemos en un discurso académico que impulsa un estudio y un debate de egos que siempre nos parecerá insuficiente y que no se concreta en respuestas que, en ocasiones, son de sentido común.

En cuarto lugar, aparece la tensión entre localismo y externalización. De un lado, está la consideración de  nuestra propia respuesta como la más conveniente, por aquello de que somos quienes sufrimos la incidencia, prescindiendo de las consultas técnicas y de la mirada de quienes pueden objetivar más mediante instrumentos de análisis. De otro lado, dado el carácter complejo que supera las capacidades de las personas y entidades locales, se puede plantear un  plan que prescinde de la participación directa de las víctimas y de las instituciones públicas y privadas de entorno local.

En quinto lugar, tenemos la tensión entre reconstrucción e innovación. De un lado encontramos una pretensión meramente reconstructora de lo que se ha perdido, poniendo el acento en volver como sea a los mismos estilos de vida, comunidades y actividades económicas. Del otro lado, aparece la consideración del volcán como una oportunidad para innovar, hacer un nuevo proyecto casi a modo de laboratorio que prescinde de la memoria, identidad y tradición previos a esta erupción que marca nuestras vidas.

Finalmente, podemos considerar una sexta tensión: especificidad frente a generalización. Por una parte está aquella consideración del volcán como un problema que afecta a las personas y comunidades directamente arrasadas por las lavas prescindiendo de las consecuencias para el conjunto de la comarca, de la isla y de la comunidad autónoma. Por la otra, al encargarnos del volcán podríamos ampliar tanto la mirada a las consecuencias del mismo para el conjunto de la comunidad o de la isla que se obviara la necesidad de dar una respuesta lo más potente posible para quienes lo han perdido todo.

Cada día nos encargamos del volcán. La tristeza, sana y natural reacción ante las pérdidas que vivimos, va dejando paso, por la rutina de la lava y la ceniza, a cierto desaliento y desesperanza. Hace unos días, mientras empaquetamos la alimentación que se distribuye a las víctimas, Maricarmen (nombre inventado) nos comenta: “Iba a comprar lo de navidad y cuando cogí unos turrones, una señora que estaba al lado me dice: “Afortunada”. Al preguntarle me cuenta que perdió su casa, su huerta y que no podrá celebrar navidad. Maricarmen concluye: “Me quedé sin ganas, yo tampoco celebraré la navidad”. El resto de las personas entran en la conversación. Cande (también nombre inventado) formula la conclusión general: “Ahora más que nunca. Es la única fiesta que puede sacarnos de esta”. Por supuesto, no bastará la fiesta, necesitamos clarificar las muchas tensiones que se nos plantean y que nos mueven o paralizan para no engañarnos y, de ese modo, elegir las mejores respuestas.

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