Durante estos últimos meses tuve el privilegio de dedicarme al acompañamiento de mi madre y mi padre, ya mayores. Mi padre llena estos años de una dulzura que se refleja en la expresión que más veces repite al día: “Te quiero mucho”. Mi madre siempre fue más dulce y mantiene un tono divertido junto al gen exigente de mi abuelo Juan, el Canseco. En todo caso, el cariño desborda en nuestra casa. En estos párrafos quiero compartir algunas observaciones principalmente a partir de dos libros que me impactaron sobre el amor: “El Arte de amar” (1950), de Erich Fromm y “Elogio de Amor” (2009), de Alain Badiou; alguna referencia haré también a “Amor líquido” (2003) de Zygmunt Bauman.
“Dios es amor”, señala San Juan. Erich Fromm, en “El arte de amar”, apunta a que el amor es una tarea que se puede aprender. No depende tanto del “objeto” de ese amor (la otra persona y sus múltiples cualidades), sino de la competencia para amar (el cultivo paciente de las cualidades que nos hacen capaces de amar). Ignacio de Loyola propone que el amor es un movimiento recíproco entre el amado y el amante. En su mirada, siempre hay un don de gratuidad inicial: quien me ama me da todo y hasta me hace capaz de responder en Amor. Levinas nos advierte del error de pensar desde el objeto o desde el sujeto: el dinamismo humanizador es pensar hacia lo Otro, la otredad; nos hace responsables. En “Elogio del amor” (Badiou, 2009) se nos dice que no hay amor “riesgo cero”, por más que Meetic lo use como gancho publicitario.
El amor tiene que ver con la palabra “todo” y con la propuesta “para siempre”. Hay, sin embargo, un gen social que se resiste al todo y a la promesa de eternidad. Nuestra cultura simplifica las pruebas para considerar una experiencia como acto de amor. Ni la totalidad ni la eternidad (“solo tú, para siempre tú” del matrimonio católico) son exigencia habitual de nuestro entorno para hablar de amor; por eso, ahora hablamos más que nunca de enamorarnos: “No es que más gente esté a la altura de los estándares de amor en más ocasiones, sino que esos estándares son ahora más bajos” (Bauman, “Amor líquido”, 2003). Loyola sitúa al final de sus “Ejercicios Espirituales” la “Contemplación para alcanzar Amor”. Su propuesta pasa por el reconocimiento de “tanto bien recibido”. De esa manera, seremos capaces de “… en todo amar y servir”. Todo.
Ya dijimos que para Fromm (“El arte de amar” 1950) la capacidad de amar supone una tarea y requiere un aprendizaje. A su juicio, quien mucho se enamora no refleja tanto una gran capacidad de amar cuanto una insignificante capacidad de soledad. Todo deja un cierto resabio amargo porque porque no se puede huir de la soledad, hay que afrontarla. El amor hace que el amante ame en la persona amada a toda la realidad, a todas las personas. Para Badiou (“Elogio del amor”, 2009), amar es “estar más allá de cualquier soledad, conectado con todo aquello que anima la existencia del mundo”. El amor es reconocer en la persona amada la fuente de mi propia existencia. San Ignacio, en el s. XVI, insiste en que para alcanzar amor hay que contemplar todo como don, incluso la capacidad de donarse es un don. Eso sí, desde un realismo que chilla, que no casa bien con el subjetivismo líquido actual, Ignacio afirma que el amor es más cosa de obras que de palabras.
Amar supone encuentro. Es el inicio. Sin dos, no hay amor. Dos es diferencia. Sin diferencia no hay amor. El acontecimiento del encuentro se da en la diferencia. Para Fromm, es tan poderoso el encuentro que conlleva engaño: se confunde con el amor. Enamorarse no es amar, dirá Fromm. Badiou (“Elogio del amor”, 2009) muestra el encuentro como milagro. Es fascinante. La diferencia libera energía en el encuentro. Pero el encuentro es todavía del mundo del ego, no del Dos. El encuentro es la mirada, la entrega, el goce del uno. Desde el encuentro, que podría consumarse y consumirse en la misma operación, el Dos emerge para construir. La diferencia que construye es el mundo del Dos. Entonces, el amor no es un recubrimiento del sexo, sino una construcción para la que también trabaja el sexo. Parece que amar hoy supone ir contra la corriente del dominio cultural del yo. Tanto yo puede ser a día de hoy nuestro malestar en la cultura puesto que nunca está satisfecho.
Después de más de sesenta años de matrimonio, mi madre y mi padre continúan viviendo su proyecto familiar ahora más asistido que nunca. Tuvieron problemas, desencuentros, momentos tensos y de no encaje, de los fuimos testigos. Pero perseveraron en la decisión respetuosa de seguir juntos con su familia. En mi vida, también tuve desencuentros, desencantos, crisis e ilusiones, sueños, deseos. Tengo que reconocer que, en buena medida, seguí adelante teniendo presente el ejemplo vivido en casa. No se trata de personas que nunca erraron, sino que decidieron afrontar y permanecer incluso cuando la caminata se hace equivocando los pasos.
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