A menudo, a raíz de algunos de los escritos publicados en El Apurón, alguien me hace notar que son de lectura compleja. Recuerdo la primera vez que tuve en mis manos los apuntes de Javier Monserrat SJ, profesor de “Epistemología evolutiva y teoría de la ciencia” en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Comillas. Tuve la impresión de que solo entendía los artículos (el, la, los, las…) y las preposiciones (a, ante, bajo…). Con el tiempo comprendí que aquella dificultad respondía a dos cosas: a la complejidad inherente a la realidad que estudiábamos y a un uso del lenguaje al que no estaba acostumbrado, el que se intuye en la expresión “inteligencia sentiente” del filósofo Xabier Zubiri: sentimos entendiendo, entendemos sintiendo. Ambos movimientos tienen lo otro como punto de salida o de llegada. Lo otro es distinto de nosotros mismos.
A eso “otro” se refiere el filósofo vasco como “lo de suyo”. Entendemos pasando a lenguaje lo sentido (que no deja de ser “de suyo”). Ese proceso tiene mucho que ver con la escritura que pone lo pensado a disposición de otras personas. Al entender nuestro sentir a través de las palabras, haremos abstracto lo que propiamente está ahí sin necesidad de mi sentir, mi entender o mi lenguaje. Lo que ahora escribo resulta de nuevo de lectura compleja, porque Emmanuel Lévinas pretende fundar las relaciones humanas a partir de un modo diferente de entender la filosofía.
Nacido en Kaunas, Lituania, en 1906, Lévinas se nacionalizó francés en los años treinta. Al declararse la Segunda Guerra fue movilizado como traductor de ruso y alemán por los aliados. En 1940 cae prisionero y pasa el resto de la contienda en un campo de concentración en Hannover. Probablemente sobrevivió, porque, a pesar de ser judío, recibió un trato más condescendiente dada su condición de oficial francés. Su esposa y su hija consiguieron esconderse en el convento de San Vicente de Paul de Orleans. Pero casi toda su familia judía y lituana fue asesinada en Auschwitz. De alguna manera, la experiencia de la guerra y de los totalitarismos influye en el modo en que afronta su tarea filosófica. Lévinas parece convencido de que la metafísica, el pensamiento del ser, posibilitó una conceptualización de la sociedad y las personas que daría lugar a los regímenes totalitarios al despersonalizar a los seres humanos concretos tras un concepto de humanidad general, ya sea el pueblo ario, ya sea la sociedad comunista.
En el mundo clásico, el lugar preeminente de la filosofía lo ocupaba la metafísica (el ser y sus causas), denominada “filosofía primera”, la tarea esencial de la filosofía que sirve para dar fundamento al resto. Con la modernidad, a partir del Renacimiento, ese puesto será conquistado paulatinamente por la gnoseología o teoría del conocimiento. Contribuyó a ello René Descartes, que asegura que la base indiscutible de toda filosofía es que “pienso”, de lo que puedo deducir que existo y todo lo demás. Todavía tendremos otro cambio cuando Immanuel Kant nos diga que lo que debe afrontar la filosofía es responder a otra pregunta: “¿Qué es el hombre?”. Para darle respuesta, el filósofo de Königsberg (actual Kaliningrado) cree que debemos dar cuenta de estas cuestiones ordenadamente: ¿qué podemos conocer?, ¿qué debemos hacer?, ¿qué nos cabe esperar? Así, el lugar más alto en el podio era ocupado por la antropología.
Lévinas está convencido de que ese modo de pensar (metafísico, gnoseológico y antropológico) fundamenta el pensar totalitario y excluyente. Quiere que la ética adquiera el rango de filosofía primera o fundante del resto. Si la ética se fundamenta en el sujeto que conoce, todo se subjetiviza y nada tiene valor. Si la ética pone su fundamento en el “deber ser”, el concepto de ser dominante se hace totalitario Si la ética se fundamenta en lo que nos cabe esperar, todo queda limitado a nuestra capacidad conceptual. Por eso, Lévinas quiere poner el fundamento en la Otra persona, que exige un deber hacer que nunca ignora que la persona es Otra, es decir, no tiene que responder a mis intereses o a mi modo de entender la vida, la humanidad, la espiritualidad o la sociedad. No tiene que responder a mis preguntas. Están ahí sin necesidad de mis preguntas.
Emmanuel Lévinas habla del ser con una expresión impersonal: “hay ser”, evitando así cualquier expresión que trate de acotarlo o definirlo. El profesor Joan Solé titula su libro sobre el pensamiento de Lévinas así: “La ética del Otro”. Utiliza como metáfora el escenario en el que trabajó una cámara de cine: sigue estando aunque la cámara ya no lo filme. También usa otra imagen, en este caso sonora: la música se hace sobre el silencio subyacente. Finalmente, nos propone también el ejemplo de los cuadros de Caravaggio, donde muchos personajes miran hacia afuera, apuntando a una realidad que no cabe en nuestro marco. Eso que es totalmente otro y que queda tras lo filmado o que subyace al sonido de la música o que está más allá del marco de un cuadro nos asoma de puntillas al misterio de la Otra persona y de lo Otro, imposible de reducir a lo que podemos conceptualizar. Por eso, más que el concepto, las palabras o el lenguaje, nos queda solo el Amor, que viene a nuestro rescate frente a ese empeño conceptualizador y siempre auto referencial que tanto destruye.
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