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Opinión
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Elogio de la dulce mediocridad

Luis León Barreto. Foto de Jesús Ruiz Mesa.

La gente cambia mucho cuando se la contempla de cerca. Javier Bardem, por ejemplo, hizo el papel de su vida en aquella magnífica No es país para viejos. Sucedió con él algo parecido a lo que aconteció con un actor amable como Anthony Hopkins, que pareció genialmente diabólico cuando hizo El silencio de los corderos. Pues bien: a Bardem cuando uno lo ve haciendo declaraciones tiene un aspecto de abusador de la vida, de ir tan sobrado como cuando rechazó el nombramiento de Hijo Predilecto de la capital grancanaria. Hay algunos VIP que, pese a tener muchos triunfos en la vida, van por ahí con cara de cabreo porque quieren ser sublimes, no mediocres.

La mediocridad es un estado mental que permite al ser humano adaptar un comportamiento lejano al de su verdadero potencial. La brecha entre la actitud media de una persona y lo que él mismo podría lograr dando lo mejor de sí, hace que los resultados varíen muchísimo. Según una encuesta del portal de empleo a un 72% de los españoles le gustaría ser empleado público. Casi tres de cada cuatro adultos quiere ser funcionario. Además, sólo el 17% alega vocación, mientras que el 55% se decanta por ganar un sueldo para toda la vida y disfrutar horarios cómodos. En España hay menos emprendedores que en la media de los países europeos, somos un fruto de la precariedad y del deseo de hacernos funcionarios. Asfixiante mediocridad en los puestos públicos. Burocracia, papeleos, demoras, incumplimiento, corrupción. Un país que se estanca.

Un reciente estudio señala que solo el 4 por ciento de los españoles tiene intenciones emprendedoras. Es decir, pocos aspiran a montar una empresa, un porcentaje que sitúa a los españoles muy abajo. Los jóvenes se encuentran instalados en una desesperante medianía que a la larga terminará acompañándolos en todas las épocas de la vida.

El poeta Horacio habló de esa dorada medianía y saludable moderación. Aurea mediocritas es una expresión latina que alude a la pretensión de alcanzar un punto medio. Hay que conformarse con lo que se tiene y no dejarse llevar por las emociones desproporcionadas. El que se contenta con su dorada medianía / no padece intranquilo las miserias de un techo que se desmorona, / ni habita palacios fastuosos / que provoquen a la envidia. Para los griegos esta mediocridad fue un atributo de la belleza, la simetría, la proporción y la armonía.

En política también debería instalarse el sentimiento de la dulce mediocridad. Porque desde siempre en todos los partidos ha habido tortazos por el protagonismo. Hay que recomendar a los políticos que sean tan mediocres como manifiesta su aspecto: sean de derechas, de centro como Albert Rivera, de izquierdas, independentistas o ultras. Da igual que del PP o del PSOE. Sánchez frente a Susana Díaz, Casado frente a Ayuso.

La vida provinciana tiene sus encantos. Mi columna la entrego los viernes por la mañana, y en enero, a pesar de que horas después la UD ganaría al Tenerife en el Heliodoro, advertí que el trompazo del superdeportivo de Jonathan Viera días antes en el sur podría ser un síntoma del trompazo amarillo. Ni cambio de entrenador ni recetas mágicas: la UD está instalada en la dulce insignificancia y menos mal que, casi con seguridad, el próximo curso habrá otro equipo canario en primera. La afición se ha ido borrando por hábitos que arrancan desde un presidente codicioso para vender jugadores jóvenes, evidentemente un mal gestor, e incluye a los técnicos y se potencia con la mediocre actitud de jugadores consentidos. Para estos viajes no se necesitaban alforjas. Mejor tranquilitos en segunda, sin molestar. Recuerdo cuando Ángel Víctor Torres, por entonces responsable de Deportes del Cabildo, le respondió a Ramírez que para qué quiere un estadio de 40.000 espectadores si normalmente solo van diez mil.

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