Con el automóvil de los jesuitas de Almería, que era mi comunidad por entonces, recorríamos la carretera camino de Úbeda para asistir a un encuentro con otros compañeros. Era, sin embargo, un viaje muy especial porque me acompañaba mi madre. Estamos todavía a mitad de los noventa. Ella había venido a visitarme a Almería un par de semanas. Mamá y yo veníamos conversando sobre hechos familiares dolorosos que nos desconcertaban tratando de mirarlos con sentido esperanzado. El paisaje de inmensos olivares, trazado con filas y cuadrículas precisas, se extendía a uno y otro lado de la carretera y hasta el horizonte, transmitiendo una sensación de un orden irrompible. De vez en cuando, en la conversación, ella exclamaba: “Sagrado corazón de Jesús, en vos confío”.
Adela Cortina, en la conferencia que tuvo en Valparaiso, en 2016, “La ética, el alma de una sociedad justa”, nos recordaba que “la confianza es el gran capital humano que hace posible la vida social, la sociedad política”; de ese modo, señalaba a la corrupción como la gran enfermedad política de los tiempos. Pero en muchas ocasiones, los hechos propician la cancelación de la confianza. A comienzos de este último abril, mientras participaba en un encuentro de las redes de misión vinculadas a la Compañía de Jesús en América Latina y el Caribe, el análisis de la realidad era contundente: crecimiento de la pobreza y aumento de las brechas económicas, culturales, tecnológicas, entre quienes se enriquecen y quienes empobrecen; crisis medioambiental con muchas heridas y con una mirada sobre el comportamiento depredador de nuestras sociedades en la Amazonía, el pulmón y la fuente de agua en la América del Sur; la guerra en Europa recibida con cierta desafección en las sociedades menos favorecidas y que, sin embargo, pronto está afectando a su economía, principalmente a la de las personas más vulnerables; crisis de las democracias, no solo latinoamericanas, con la corrupción en el corazón, que invita a otear un horizonte próximo donde el autoritarismo seduce a muchas sociedades… Como mi madre, en el camino hacia Úbeda, hace treinta años, nos toca seguir diciendo: “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”.
El teólogo alemán Karl Rahner SJ publicó su libro “Oyente de la Palabra” en 1941, es decir, en plena Segunda Guerra Mundial. En el escrito, el jesuita alemán propone que las personas no podemos aspirar a un sentido al margen de la historia y que esa historia no puede tener ningún sentido al margen de las personas. Es precisamente en las cosas de cada día, en los negocios y las tareas, en los amores y las penas, en los conflictos y en las fiestas, donde las personas estamos siempre a la orilla del Misterio. Sin embargo, para muchas personas, el Misterio es solo un silencio. Reconoce Rahner SJ que la cultura contemporánea, tan llena de nuevos saberes, perspectivas diversas y respuestas técnicas a los problemas cotidianos, no puede aceptar, sin más, las formulaciones de sentido de la fe tal y como habían sido trasladadas en los siglos precedentes. La mezcla de un lenguaje narrativo antiguo con la abstracción propiciada por la filosofía grecolatina dio, a su vez, lugar a una formulación de la fe entendible y creíble para varias generaciones de comunidades cristianas. Hoy, sin embargo, parece que, al menos en el marco de la cultura tecnocientífica de occidente, en ocasiones no resulta entendible ni se percibe como pertinente para la vida social. De ese modo, el mundo occidental ha privatizado con cierto éxito la vivencia y la expresión de la fe, dando carácter subjetivo a la credibilidad de la invocación que mi madre y yo hacíamos (y hacemos): “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”.
En 2009, Adela Cortina participó en la Cátedra de Teología de la Universidad Menéndez Pelayo. Cortina se preocupa por mostrar “qué aportan de positivo las religiones en este mundo contemporáneo”. Para eso, da dos pasos. El primero se pregunta por el lugar social de las religiones allí donde la democracia liberal y el pluralismo encuentran en el diálogo y los consensos básico un modo de afrontar los conflictos y propiciar la convivencia; las iglesias han dejado de ser el entramado legitimador de la organización política; pero propone Cortina que las religiones participen activamente en esos diálogos expresando sus visiones construyendo también la polifonía de sonidos de nuestra sociedad. Se distancia Adela Cortina del pensamiento del norteamericano Rawls que exige que solo lo ya aceptable para una sociedad pueda ser mensaje público por parte de las religiones (¿con lo que Rawls haría callar a Ghandi o al propio Martin Luther King?). Por el contrario, la profesora Cortina sostiene que, al pensamiento religioso también le toca participar con respeto y sin imposiciones en los diálogos que acaban generando los valores generales sociales para una humanidad mejor; si la religión, u otras propuestas, dejan de hacer ese diálogo, las éticas cívicas perderán posibilidades de mejora y el sentido de una humanidad que siempre va más allá de los acuerdos ya conseguidos. Así que, a su juicio, aunque otras personas tengan otras invocaciones, mi madre y yo estamos legitimados para proclamar nuestro “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”.
Da otro paso Adela Cortina: trata de mostrar las aportaciones específicamente religiosas aquellos elementos que no se aportan desde otras instancias. Citando el pensamiento de Horkheimer y de otras escuelas filosóficas, Cortina señala que (son citas sueltas de su discurso) “la primera afirmación de cualquier religión es que Dios existe (…); y que eso es una buena noticia porque entonces es posible un mañana (…), para que haya una esperanza y un sentido (…). La única esperanza de que haya un mañana para las víctimas (…). Si Dios no existe, entonces, la injusticia es la última palabra de la historia”. A juicio de Cortina, esa confianza en Dios no es en absoluto un opio para el pueblo (lugar que parece atribuir más a la liga de fútbol), sino el motor que nos empuja al compromiso y a la transformación de la sociedad. De hecho, Cortina cita a Marx cuando afirma en sus manuscritos que “la religión es el grito de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón”. Visto así, quizás sería una irresponsabilidad que calláramos y no insistiéramos en aquella oración sencilla: “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”. Al fin y al cabo, se trata de “corazonar”, de dar confianza y ternura a este mundo tantas veces descorazonado.
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