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Opinión
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Los incendios de cada verano

Luis León Barreto. Foto de Jesús Ruiz Mesa.

Ahora nos enteramos de que la Covid fue una bendición. Al menos para nuestros bosques, para esa deteriorada naturaleza nuestra, en permanente proceso de desertificación. Por la época en la que nos encontramos está claro que el régimen de lluvias disminuye de año en año, así como del mismo modo tienden a incrementarse las olas de calor.

La España Vaciada ha abandonado muchos cultivos agrícolas, y ahora los campos están con maleza, están muy propicios para que el fuego se extienda en cada periodo estival. Pero como en aquellos dos largos años de la pandemia las actividades sociales estaban restringidas, debió suceder que los pirómanos no salían de casa de madrugada, siempre con su furgoneta bien cargadas de los pertrechos necesarios: las garrafas con gasolina, las mechas, los ingredientes que saben manejar como nadie para que el bosque arda por los cuatro costados. Es muy difícil identificarlos y es muy complicado que vayan a juicio. Que recordemos, hubo el caso de un contratado por el servicio contraincendios del Cabildo de Gran Canaria que, como despecho, en cuanto lo echaron se fue a la cumbre e incendió los pinares que sobreviven difícilmente. Fue un fuego terrible, que duró muchos días e hizo un daño tremendo en la pequeña masa forestal grancanaria, tan devastada en el pasado y que solo se ha ido recuperando con mucha paciencia y muchas repoblaciones. El pirómano dejó pistas y lo detuvieron, fue a juicio y recibió una condena más bien suave, estuvo en la cárcel unos pocos años pero la huella destructiva que dejó tuvo difícil arreglo.

Pues bien: el señor Feijóo, presidente que fue de Galicia en una larga etapa de mandato, no consiguió desmantelar las tupidas redes de pirómanos que, verano tras verano, incendian aquella verde región de España. Hay que reconocer que es difícil combatir a las mafias de todo tipo, y, en particular, las mafias del fuego. Este año, para no ser menos, las llamas han regresado de manera virulenta a Galicia, pero también a Zamora, a Murcia, incluso a Canarias. España será uno de los países más perjudicado por el cambio climático, que trae largos periodos de sequía, junto al hecho de que las aguas del Mediterráneo se han calentado sobremanera, con la posibilidad de que en otoño e invierno se produzcan lluvias torrenciales de gran intensidad, que generan inundaciones y graves pérdidas. Y a pesar de la gravedad y de la urgencia que conlleva este tema, nos da la impresión de que los funcionarios de la Unión Europea están entretenidos en un blablablá incongruente sin que se tomen las debidas medidas. Una política de gestos vacíos de contenido, con muchas cumbres internacionales, con muchas declaraciones que luego se quedan inútiles al cabo de pocos años. Sin olvidar la actitud negacionista de Donald Trump, Bolsonaro y otros líderes mundiales que practican el no a todo, el regreso a aquella norma de sálvese quien pueda.

Ni los Estados Unidos, ni China, ni la India, ni Rusia, que son los principales contaminantes a nivel planetario tienen políticas eficientes frente al cambio climático. Es como si estuvieran a verlas venir, mientras hacen planes para mandar gente a Marte, a la Luna o a futuros planetas habitables. Como si ya se diera por descontado que la Tierra carece de solución. Parece que todo se reduce a emitir declaraciones complacientes de vez en cuando, anunciando esto y lo otro. Y una de las consecuencias de la guerra de Ucrania es que se vuelven a utilizar combustibles fósiles, de una parte el gas, de otra parte el petróleo, y de otra parte, ante las urgencias planteadas, se considera que la energía nuclear es energía “verde”. Esa terrible guerra tampoco hace ningún favor a la lucha contra el cambio climático. En definitiva: todavía tenemos mucho verano por delante y ojalá nos equivoquemos pero podría resultar devastador.

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