No lo olvidaré. Estaba sentado en la sala de casa, al cuidado de mis padres ya mayores y con la tele de fondo. En cuanto dieron la noticia salí de casa y al mirar hacia poniente una inmensa columna de humo ascendía a unos pocos kilómetros, al otro lado de Cumbre Vieja. No puedo tampoco olvidar lo que fueron los meses siguientes. Ni las dificultades que se nos vinieron encima ni el impresionante desborde de solidaridad, resistencia, colaboración, amistad, oración, esperanza, lucha. Pero al igual que fijó recuerdos, el volcán nos convocó a una reflexión sobre nuestro modo de vida y sobre nuestro modo de cuidar el hogar precioso y vivo que es la isla donde nacimos.
Ignacio de Loyola, a partir de las enseñanzas de la filosofía clásica, invitaba en sus Ejercicios Espirituales a meditar mediante los tres grandes poderes de la psique: la memoria, el entendimiento y la voluntad. Ahora que se cumple un año de la erupción y unos pocos meses desde el final de aquel torrente de fuego y ceniza, la memoria permanece vívida, el entendimiento se mantiene desafiado y la voluntad, aquella que mostramos durante los días más duros, que nos mantuvo firmes, trabajando unas personas por otras, unidas todas en dar respuesta, sigue dándonos la fuerza para afrontar todo el camino que queda por delante.
Hace unos días pasé por la carretera que atraviesa la colada desde La Laguna y pasa sobre el lugar donde estuvo en su día el pueblo de Todoque. La memoria de tantas personas que tuvieron que dejar sus hogares y de la implacable marcha de la colada hizo que brillaran mis ojos y que alguna lágrima se escapara por mi mejilla. Pero mi memoria de aquellos días es, principalmente, la de miles de personas que supieron afrontar lo que sucedía, que pusieron de su parte para ayudar, que cumplieron las normas de seguridad, que se aliaban con instituciones y asociaciones para responder a las necesidades, incluso, a veces, con desmesura. Mi memoria es también la de quienes acudían al santuario de Tajuya, al de Las Nieves, a sus parroquias provisionales, para dejarse tocar por el misterio de Dios y responder a su llamado de solidaridad inteligente haciendo de cada rincón un santuario.
Claro que dio para pensar. Para empezar, sobre la increíble capacidad que tenemos de afrontar lo más duro cuando dejamos de lado las discrepancias y los protagonismos y nos ponemos a trabajar por el bien común. También dio para pensar sobre cómo el volcán y sus coladas afectaba a muchas personas que habían venido a vivir a nuestra isla madre desde otras tierras, desde otras sociedades. Esas personas sufrieron igual y aportaron todo lo que estuvo en sus manos. No se es ciudadano o ciudadana por derecho de origen, sino por empeño de convivencia y de compromiso. Por supuesto, también daba para pensar las oraciones de tantas personas en los santuarios o en la intimidad, pidiendo a Las Nieves que pusiera su mano para que pudiéramos ir más allá y mantenernos firmes en nuestro compromiso y nuestra esperanza. Finalmente, me dio mucho para pensar el desigual comportamiento de los medios de comunicación, que en ocasiones fueron más fuente de confusión y morbo, alentando un periodismo espectáculo de enganche, que portadores de una información apropiada para que las personas que teníamos que vivir con aquella situación tuviéramos los datos y mensajes apropiados para vivirlo.
Aquellos días tuvimos una voluntad firme de unidad y respuesta. No podía ser de otro modo. No significa que no tuviéramos visiones diferentes sobre cómo responder. Significa que aquellas diferencias se gestionaban en los foros oportunos y siempre con las formas necesarias para mantenernos unidos en la búsqueda del bien común: la población más afectada y el conjunto de la isla. Quizás, ahora, que estamos en ese proceso que damos en llamar reconstrucción, nos toca mantener la misma voluntad: la de poner en el centro la ayuda a las personas, el cuidado del territorio frágil de la isla, promover la vida más digna posible de nuestra gente (naciera donde naciera, son nuestra gente), y resolver nuestras diferencias en los foros apropiados y con las formas necesarias para no rompernos, para sumar en vez de restar. Por supuesto, yo seguiré peregrinando al Santuario de Las Nieves, ese que me sirve para recordar que toda persona y también la isla entera es santuario.
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