En nueve días del mes de octubre de 1729 años, falleció D. Jacinto Martínez Puntallana, venerable beneficiado de esta iglesia parroquial; confesó y se le administró el santo sacramento de la extrema unción por D. Pedro Yanes». Han pasado 293 años.
Así reza el acta de defunción del clérigo Jacinto Martínez Puntallana que consta en el libro correspondiente de la parroquia de San Blas de Villa de Mazo, isla canaria de La Palma. Al difunto no se le pudo administrar el santo sacramento de la eucaristía por el accidente mortal que había sufrido.
Aún de forma vaga, generación tras generación, la memoria del pueblo viene recordando y en sus documentos recoge el palmero Antonino Pestana Rodríguez (1859-1938) que, después su fallecimiento, los parroquianos de San Blas tuvieron al venerable sacerdote por «santo», propiciando con ello que a su memoria se votaran promesas o que se encomendara a su custodia el hallazgo de los objetos extraviados. Las cosas aparecían y, de este modo, el favor sentó la devoción.
Entre finales del siglo XVII y principios del XVIII vivió este presbítero, natural de La Palma, quien pasaría muy pronto a ser conocido por los palmesanos como «patrón de las cosas perdidas».
Importante y profunda debió ser esta creencia popular como para que el recordado erudito e investigador palmero Antonino Pestana, fallecido en 1938, diese testimonio del recuerdo de este protosanto milagrero entre su copiosa documentación de hechos y sucesos de la isla de La Palma, hoy conservada en El Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria y digitalizada en el Archivo General de La Palma, Cabildo Insular.
El padre Jacinto ejerció su ministerio en las parroquias de San Blas (Mazo), de Nuestra Señora de Candelaria (Tijarafe) y de El Salvador (Santa Cruz de La Palma). Aunque desconocemos otros detalles sobre su vida y obra, es posible que su generosidad testamentaria, a favor de la fábrica parroquial mazuca, aumentara el agradecimiento de los fieles, que pusieron sus pedimentos al Altísimo bajo la intercesión de sus manos. Con ello, la leyenda corrió de una generación a otra.
El cura Martínez Puntallana otorgó testamento el 6 de mayo de 1728. Para su entierro dispuso «que su cuerpo difunto fuera enterrado en esta iglesia [de San Blas] en la sepultura que está delante del altar mayor, al lado del Evangelio». Mandó, asimismo, que el día de su entierro, «el venerable beneficiado que lo viniere a hacer le haga encomendación de alma en su casa, donde ha de comenzar el entierro», acompañándole seis sacerdotes, y que, en el tránsito de dicha casa a la iglesia, se le hicieran seis posas. Por estos años, los entierros tenían diferentes categorías y las posas eran paradas de descanso para los que cargaban el féretro, acompañadas de cantos y lecturas fúnebres.
Don Jacinto ordenó también que se dotara a las cuatro cofradías de la parroquia de San Blas de una fanega de trigo o de arvejas. Determinó que varios de sus bienes pasaran al beneficiado sucesor de la parroquia: las casas que habían sido de su habitación, un tanque y un pedazo de viña, juntamente con un pedazo de tierra y casa de tea «suallada», que estaba empedrada en Los Corderos, donde dicen el Tanquito —que linda por abajo tierras de Pedro de Paz, por arriba tierras propias suyas, por un lado tierras de Juana Francisca y por el otro «camino real que va a la banda»— y, asimismo, un asiento y casa de tea con tanque y árboles que poseía en Los Canarios de Fuencaliente.
Con este legado pretendía cubrir los gastos de «las nueve misas que dicen de la Luz, dos por el señor doctor D. Bartolomé de Abreu y Santa Cruz y las siete por su intercesión; con más la fiesta de la Concepción de Nuestra Señora y un oficio por las ánimas en el domingo infraoctavo de la Concepción»; se incluía, también, la cera necesaria para estas funciones. Entre sus bienes muebles, dejó a la fábrica parroquial de Mazo «un cáliz de plata sobredorado, patena de lo mismo y una chapa de plata que se pone sobre la hostia».
El beneficiado de El Salvador, Santa Cruz de La Palma, Tomás Sánchez Carmona, trayendo consigo al sochantre y sacristán de su parroquia, hizo «toda la función conforme lo dispuso el referido venerable beneficiado, habiendo en todos los actos seis capellanes presbíteros».
La leyenda del cura Martínez Puntallana y el favor de su intervención, ante el ruego de los vecinos para encontrar las pertenencias perdidas, se ha ido desvaneciendo entre los vecinos de Villa de Mazo, aunque en la memoria popular perdura el legado de las tierras de Los Corderos y la disposición de las nueve misas de Luz —que precedían a la Nochebuena—, pero sin saber a ciencia cierta quién es el legatario de tales mandas pías.
A partir del año 2002 el 9 de octubre se celebraba una misa en memoria del venerable sacerdote. En la actualidad lo ignoro, aunque se debería continuar recordando su memoria y su legado.
Tal y como determina el ceremonial para un presbítero, Félix Santana, quien fuera párroco de Villa de Mazo e impulsor de la celebración, comenzaba encendiendo el cirio pascual, situado junto al lugar donde debe reposar el sacerdote. Sobre el espacio que ha de ocupar la tumba se colocan una estola y una casulla, símbolos del sacerdocio. A continuación, los Santos Evangelios, en virtud de la tarea vocacional de don Jacinto, que «tuvo en este mundo la misión de anunciar el Evangelio de Cristo». Finalmente, van el cáliz y la patena. Termina el ceremonial, introductorio a la eucaristía, con una oración colectiva entre el oficiante y los fieles. Dentro del ritual hay continuas referencias al presbítero Martínez Puntallana. Sabemos que durante todo el año los fieles «encargan» misas en agradecimiento al venerable sacerdote.
El cáliz de plata, en su color, empleado en la ceremonia anual, pudo haber sido utilizado por Martínez Puntallana en los oficios que presidió en el templo de San Blas. La pieza, catalogada por la recordada Gloria Rodríguez, data de finales del siglo XVI, de procedencia mexicana. Recordemos que Martínez había legado a la parroquia Villa de Mazo un cáliz, si bien no hemos logrado identificarlo con éste.
Por los libros de visita que se custodian en la parroquia, a los que hemos tenido acceso gracias a la estimable colaboración del párroco Félix Santana, sabemos que Martínez Puntallana desempeñó el cargo de beneficiado de Mazo desde 1687 y que toma posesión efectiva en 1694. Antes de 1688, había ocupado el mismo puesto en la parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria de Tijarafe.
Los restos del padre Jacinto Martínez Puntallana deben reposar, sin lápida indicativa, en el lugar elegido dentro del templo de San Blas de Villa de Mazo. Su leyenda y su devoción reviven cada año al ser recordado por el pueblo como «patrón de los objetos perdidos» y son muchos los que aún se encomiendan al padre Jacinto y reciben sus favores.
Tal día como hoy, 9 de octubre, se debería seguir recordando en el calendario de Villa de Mazo y por ende en el de la isla de La Palma.
* Cronista Oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (2002), miembro de la Academia Canaria de la Lengua (2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (2009)
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