Pito, flauta de caña, de San Andrés. San Andrés y Sauces. Foto MVH.
Satisface el placer encontrar trabajos de investigación sobre la música ancestral de la isla canaria de La Palma. Es el caso del trabajo Flautas o pitos de pastor, una experiencia personal de Héctor Piñero Rodríguez y César Cabrera Vargas en el número 5 de Lustrum, Gaceta de la Bajada de la Virgen, que será presentado el viernes 11 en el Las Nieves, Santa Cruz de La Palma. En este enlace lo pueden encontrar:https://www.escuelainsulardemusica.org/las-flautas-o-pitos-de-pastor-una-experiencia-personal/
Conocí los pitos, flautas de caña rueca, de San Andrés, San Andrés y Sauces, en la Nochebuena de 1984 o 1985. Aquel sonido, mezclado con castañuelas, marcó, a una lega absoluta de cultura musical, de que aquello era peculiar y único.
Aprovechando esos recuerdos personales años después, en 2012 en Breña Alta, tuve la satisfacción de poner en marcha desde el Cabildo el proyecto “Encuentros de Música y Danza de Navidad” y desde esa toma de conciencia del valor patrimonial y cultural de esas manifestaciones se ha aumentado los trabajos de investigación y se hacen esfuerzos por recuperar e incorporar a las nuevas generaciones a este ancestral legado de nuestros antepasados.
Han pasado casi 40 años de mi vivencia personal y hoy los pitos de San Andrés se consolidan con la publicación de Cartas Diferentes. Estamos de enhorabuena.
A propósito de los pitos, flautas de caña, de San Andrés, San Andrés y Sauces, parece aconsejable recordar reseñas y antecedentes de esta ancestral música.
La interpretación del antiguo folclore musical palmero se articulaba a través de distintas combinaciones instrumentales entre castañuelas, tambor, pandero, cascabel, flauta y chirimía (pequeño instrumento de viento madera).
El paso del tiempo, la proliferación de otras danzas folclóricas y, sobre todo, la progresiva incorporación de instrumentos de cuerda propició el lamentable desuso de las castañuelas palmeras, hasta tal punto que en algún momento han llegado incluso a causar asombro a los que las desconocían, que han creído equivocadamente que se trataba de un modelo de reciente introducción desde otras islas.
Las danzas con castañuelas, flautas y tamboril se refugiaron —y por eso han perdurado— casi de manera exclusiva en los repertorios musicales del ciclo navideño, si bien, en la antigüedad constituían una forma generalizada en cualquier festejo o regocijo, ya fuera civil o religioso.
Fueron los autores eruditos ilustrados los que, desde finales del siglo xviii y principios de la siguiente centuria, iniciaron una auténtica campaña desacreditadora que terminó empañando la percepción positiva que hasta entonces el pueblo había tenido de estos repertorios tradicionales y, en especial, de los instrumentos con los que se interpretaban. Ya en su trabajo Usos y costumbres de los aldeanos de la Isla de La Palma el palmero Antonio Lemus y Smalley (1788-1867) manifiesta sin tapujos su desprecio hacia estos repertorios, que, según su criterio, «carecen de variedad y melodía, pues se reduce a dos tambores, que acompañan las castañuelas de los que bailan, llevando el compás los concurrentes con sus palos en el suelo».
Lo cierto es que en esos años la llamada “música culta”, con partituras, con órganos y pianos y otros instrumentos, ya se encontraban en La Palma y eran las clases más pudientes, que sabían leer y escribir, las usuarias y además con total desprecio a la música, cantos y danzas del pueblo llano.
Al margen de sus prejuicios, la cita de Lemos da noticia del uso común de castañuelas y tambores en las celebraciones rurales palmeras del primer tercio del Ochocientos.
Algunos años más tarde, el economista natural de Los Llanos de Aridane Benigno Carballo Wangüemert (1826-1864) menciona en su libro Las Afortunadas (1862) el uso del tamboril en el marco de la romería del 15 de agosto que los aridanenses realizaban al santuario de Nuestra Señora de las Angustias: «véseles cruzar por las calles de Los Llanos, por Argual y por los demás puntos, haciendo una gran algazara, tocando el tamboril, cantando y llenando el aire con sus gritos de alegría». Por segunda vez refiere que dos o tres hombres tocaban «el tamboril con el acompañamiento de una pandereta». Carballo describe también el baile del Santo Domingo, en el que los danzantes «dan grandes saltos y zapateados, sudando, cuando es posible sudar».
Por esa misma época, el semanario insular El Time, en su edición de 7 de agosto de 1863, informa sobre los modelos musicales practicados en otra romería estival, la que conducía a los peregrinos venidos de todos los rincones de la isla hasta el santuario de Nuestra Señora de las Nieves: «No faltaron en la víspera las clásicas baladas campestres cantadas al son del tamboril».
A principios del siglo XX los instrumentos de la navidad palmera, y por ente de todo el hoy llamado folclore, se componía de tres instrumentos fundamentales: flauta, tambor y castañuelas. Así lo atestigua el periódico El Heraldo de La Palma de 20 de diciembre de 1900 diciendo: “En la ermita de las Monjas, así que termine en la noche del 24 del corriente los oficios en la parroquia Matriz, habrá también su correspondiente Noche-Buena, con sus villancicos acompañados de flautas, tamboriles y castañuelas”.
Lo cierto es que esa peculiar música y danza de Tajaraste, cuando era general para cualquier manifestación festiva popular en La Palma, se refugió —y por eso han perdurado— casi de manera exclusiva en los repertorios musicales del ciclo navideño de cada uno de los municipios.
Por suerte la Nochebuena es un día señalado en el calendario anual, 24 de diciembre y en cada parroquia de la isla se celebraba sin conocer los toques y danzas diferentes de cada localidad. Este extremo, no “contaminadas” por las de los vecinos, revaloriza el valor etnográfico de las figuradas, según la tradición y liturgia cristiana, de las llamadas “ofrendas de pastores” que se acercaban al portal, nacimiento, del Niño Dios en la isla de La Palma.
*Cronista Oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (desde 2002), correspondiente de la Academia Canaria de la Lengua (desde 2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (desde 2009).
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