Luis León Barreto. Foto de Jesús Ruiz Mesa.
Un año decidimos pasar las fiestas navideñas en un país de África Occidental. Tan cerca y a la vez tan lejos, porque esos lugares están a tan solo dos mil kilómetros, la misma distancia que tenemos con Madrid, pero son mundos lejanos, contrapuestos. Según la Unesco el continente africano tardará más de cien años en poder alimentar a sus conciudadanos. En primer lugar, pesan las realidades socioeconómicas, en segundo lugar figuran las diferencias culturales que aportan las propias religiones. Por ejemplo, en estas festividades que hemos dejado atrás no ves ningún árbol de Navidad ni ningún Papá Noel en las calles, tan solo alguno en los hoteles y restaurantes. Pero, curiosamente, como ejercicio de tolerancia tanto en Senegal como en Gambia las televisiones estatales daban en directo la Misa del Gallo en Nochebuena. En países donde hay mezquitas en cada calle sorprendía en el recorrido por las carreteras ver pequeñas iglesias católicas. Así que En Senegal la Misa del Gallo era transmitida desde Dákar y en Gambia desde la parroquia Santa Teresa de Calcuta. Un espectáculo curioso: en países estrictamente musulmanes respetan las fiestas cristianas, no en vano en el Corán se menciona a la Virgen María y a Jesucristo. Para ellos Jesús es uno de los profetas y la Virgen María es una figura tan venerable que es festivo el 15 de agosto.
Senegal y Gambia son países moderados donde el visitante es bien recibido, en Gambia el lema turístico es “Somos el país de la sonrisa. Aquí no hay problemas.” En ambos países muchos jóvenes sigan soñando con la escapada hacia Europa, a pesar de la peligrosidad de la travesía. Claro que con el paso del tiempo en ciertas mezquitas se tiende a formular un mensaje de radicalización. Por ejemplo: nos decían que Canarias fue África hasta que España conquistó el archipiélago, pero en el futuro ellos van a recuperar el territorio. Es el mismo espíritu que cuando en ciertos medios hablan de la reconquista de Al Ándalus.
El 11 de septiembre de 2001 cayeron las Torres Gemelas de Nueva York, con varios miles de muertos y unas consecuencias terribles a muchos niveles, no en vano aquel fue el punto más alto de las acciones del terrorismo islámico. Poco después surgió el proyecto de la alianza de civilizaciones, la idea fue propuesta por el presidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero en la 59.ª Asamblea General de la ONU, el 21 de septiembre de 2004. Aquella propuesta defendía una alianza entre Occidente y el mundo árabe y musulmán con el fin de combatir el terrorismo internacional por otro camino que no fuera el militar.
Esta idea recuperaba, centrándose en una alianza entre islámicos y occidentales, la propuesta de desarrollar un Diálogo entre civilizaciones formulada por primera vez por Mohammad Jatamí, presidente de Irán, quien en 1998 introdujo la idea en contraposición a la teoría del Choque de civilizaciones de Samuel P. Huntington. A partir de ello se proclamó 2001 como el Año del Diálogo entre Civilizaciones.
El programa tenía como puntos fundamentales la cooperación antiterrorista y la corrección de desigualdades económicas. Antes de ser asumido por la ONU, la propuesta consiguió el patrocinio del primer ministro de Turquía, Erdogan, así como el respaldo de una veintena de países de Europa, Latinoamérica, Asia y África, además de la Liga Árabe. En febrero de 2006, la secretaria de Estado de los Estados Unidos, Condoleezza Rice, declaraba su interés en la iniciativa y su confianza en que los proyectos de la Alianza “sean compatibles con los objetivos de Estados Unidos”. Al cabo del tiempo, todo aquello parece letra muerta: en varios países islámicos las mujeres carecen de los mínimos derechos, ni siquiera se pueden escolarizar. ¿Qué decir de Irán, Afganistán, Arabia Saudí, los Emiratos y un largo etcétera?
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Siempre que leo algún artículo que hace referencia al Africa Occidental, supongo que al igual que a muchos compatriotas canarios que anduvimos por aquellos lugares en tiempos pasados, nos vienen a la memoria muchos recuerdos que en mi caso, he de confesar que siento con nostalgia.
Sin duda las situaciones sociales y políticas no son las mismas hoy que durante el último cuarto del siglo pasado, época en la que que tratándose de Senegal y Gambia, eran dos remansos de paz, donde casi siempre nos sentíamos bienvenidos, además de que agradecían la utilidad de nuestro trabajo y ayuda. Al menos tuve la suerte de que fuera mi caso.
Creo que al menos en estos dos países (que a mi juicio deberían de ser solo uno), tuvieron la suerte de contar a la sazón con dos magníficos y honrados gobernantes, que consiguieron un nivel de tranquilidad y tolerancia entre sus habitantes, que hicieron posible un funcionamiento democrático bastante aceptable para ser países acabados de salir del colonialismo.
En Senegal, Leopold Senghor, intelectual de peso y de intachable honradez que encaminó al país hacia unas formas que aun hoy perviven.
En Gambia, Dawda Jawara, que mientras estuvo al mando, fue capaz de sacar lo mejor del pequeño país que es, para tanto en turismo como en pesca, encontrar las dos fuentes económicas con las que el país puede aspirar a contar. Después en su falta, el aprendiz de dictador Jahya Jammet, hizo las cosas a la manera que tristemente suele hacerse por la zona.
Mientras al mismo tiempo en los países vecinos se llevaban a cabo las tan consabidas algaradas “revolucionarias”, (Guinea Conakri, Guinea Bisau, Liberia, Sierra Leona) , En Senegal y Gambia había orden, paz y bastante seguridad en general que permitía que tanto la pesca como el turismo avanzaran de año en año.
Si bien a la larga (a mi juicio bastante larga), las cosas tenderán a mejorar, los países que no cuentan con riquezas naturales aparte de la pesca (hoy esquilmada por las grandes flotas) y el turismo, (hoy menguante), nunca podrán salir del agujero mientras no resuelvan el desproporcionado crecimiento demográfico. No puede ser que en los años ochenta, Gambia tuviera 600 mil habitantes y hoy tenga 2 millones trecientos mil, o que Senegal tuviera que dar de comer a 5 millones y hoy se sienten a la mesa 18 millones que cuando no hay para todos, seguro que si no es en kayuco trararán de venir nadando.
Me da la impresión que la mayoría de nosotros los canarios, cuando oímos hablar de que entre los desafíos que el futuro nos plantea se encuentra la llamada “bomba demográfica africana”, lo achacamos a nuestro histórico pesimismo o a presagios trasnochados, pues nosotros vivimos en el jardín tropical de belleza sin par y lo demás son tonterías. Ojalá así sea, y el que ve nubarrones en el horizonte sea yo, que ya se sabe, con los años uno se vuelve pesimista como es bien sabido.
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