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Opinión
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La Pavona: Identidad, riqueza y futuro

Llevo varios días dándole vueltas a una idea que me ronda la cabeza y se me ha cosido al corazón. Siento la necesidad de compartir con quienes leen este diario, una historia  que he conocido recientemente. Se trata, de las vivencias de una familia querida en mi municipio, Breña Alta. Si digo Adal Expósito, quizás le conozcan muchas personas, pero si además añado que es el actual director de la  Agrupación de Castañuelas de Breña Alta, no tendrán duda de quien hablo. Sin embargo, lo que a continuación relato, bien podría ser la historia de muchas familias de mi localidad, puesto que su modo de vida coincide con nuestra  historia y cultura, no solo en las Breñas, sino en La Palma, pudiendo hacerse extensible a Canarias.

El sábado pasado subí a su finca. El día estaba radiante y el sol brillaba reflejándose en cada una de las hojas del monte que allí crece con vigor y salud. Un día así no es lo habitual, puesto que a estas alturas del año, lo normal es que la bruma se enrede entre las hojas y ramas, aferrándose para que la brisa no se la lleve lejos. ¿Será esto una manifestación más de la crisis climática? No lo sé, pero hace ya tiempo que no llueve y eso sí empieza a preocupar…

Como decía, el sol lucía fundiéndose en un cielo azul brillante y no se divisaban nubes de la cumbre a la mar. Llegamos por el camino real, disfrutando de transitar esas vías que nuestros antepasados abrieron para subir y bajar de la cumbre. Tantas personas han andado por allí, que cada piedra del camino se tiñe de su biografía para configurar la historia de este sendero. Los caminos reales son herencia del pasado indígena de la isla. Eran una compleja red de vías trazadas para salvar profundos desniveles y transitar un terreno salvaje, del que debían arrancar sus frutos para sobrevivir, como bien nos dicen Jorge Pais, Néstor Pellitero y Carlos Asterio, autores del libro: Los antiguos caminos de La Palma. Vías de comunicación para la subsistencia.  Durante siglos han seguido siendo transitados, diversificándose sus usos  con los años.

Estamos en San Isidro, en la zona de la Rehoya. Cuando llegamos, Adal estaba terminando un trabajo. Había subido a su finca con dos amigos para sustituir la tapa del aljibe, corroída por el paso del tiempo y la humedad del lugar. Allí nos contó su historia.

Ya son cuatro las generaciones de su familia que han vivido de esta tierra y disfrutado de este lugar. Fueron su abuelo Wenceslao y su abuela Dedicación, quienes, a principios del siglo pasado, compraron con esfuerzo e ilusión, la finca de la Rehoya con la Casa de los Caballeros, que antaño perteneció a la familia Sotomayor.

En aquellos tiempos se sembraba tabaco. El cultivo del que se habla en nuestro museo del Puro Palmero y que constituyó la base de la economía de quienes retornaban de la emigración a Cuba a principios del siglo pasado. Solo en las Breñas llegaron a existir hasta 90 marcas distintas de puros. Adal nos cuenta: “Mi abuela Dedicación se encargaba de bajar el tabaco para secar”.

MUJERES CARGANDO EL CUJE CON HOJAS DE TABACO. https://www.purosartesanosjulio.com/nuestro-taller/historia-del-tabaco-en-la-palma

Mujeres cargando el cuje con hojas de tabaco. 
https://www.purosartesanosjulio.com/nuestro-taller/historia-del-tabaco-en-la-palma

Había también, coles, papas, frutales, además de cereales plantados para alimentar la suerte de animales que criaban: cabras, vacas y cochinos. Estos últimos pastaban libres por los canteros, alimentándose de las bellotas que caían de los árboles de encinas, hoy gigantes ancianos cuyas barbas crecen gracias a las brisas cargadas de humedad.

Como ven la historia se teje alimentada por las vidas de las gentes de estas Breñas y solo así tiene sentido. Eran tiempos en que nuestros alimentos no llegaban por el muelle y, como decía mi abuelo, había que procurarse “el conduto”.  Cada parcela estaba pensada y cuidada para cubrir las necesidades de la familia. Desde las ciruelas amarillas y negras, los nogales, castañeros, perales, manzaneras, nispereros y limoneros, hasta la actual planta de Kiwi que crece en el patio y que con su sombra cobija dando frescor en verano. Todavía hoy las vacas de Jonay suben a estos pastos en verano. Como manifestación de la solidaridad rural, Adal le cede un lugar para que se alimenten tranquilas. Este modelo de ganadería tiene gran valor, por ser respetuoso con el medio y con los animales que habrán de alimentarnos.

Volviendo a nuestro amigo, sus ojos brillan cuando acude a su memoria un recuerdo… “Mi abuelo tenía una yegua, con la que se trasladaba a la finca desde San Isidro (…) Yo desde chico subía a ayudar. Mi labor era ir colocando la hierba que mi padre cortaba para ir formando los fejes y poder llevárnoslos para los animales”.

Foto de la Cruz de la Casa de los Caballeros.

Foto de la Cruz de la Casa de los Caballeros.

Continúa hablando de sucesivas reuniones en que se mezclan familiares, amigos y vecinos para celebrar las festividades, como el tradicional día de la Cruz, que tanto arraigo tiene en nuestro municipio. Desde el mismo patio de la casa de los Caballeros, con su propia Cruz enramada, podían asistir, llenos de entusiasmo, al esperado pique de voladores entre La Cruz del Morro y La Cruz del Centro. O ver subir al cielo una hilera de globos de papel que, con sus llamitas, iluminaban la noche de las cruces. “Un año fueron más de cien”, nos cuenta su amigo Francisco, y se dibuja en su cara la sonrisa de quien evoca un lindo recuerdo en su memoria.

Luego, ya de mayor, vinieron los San Martines con amigos. Asando las castañas que caían de los castañeros que rodean la casa, las canciones se prolongaban durante las madrugadas de noviembre. De todo se hace una fiesta, como las reuniones para plantar los canteros de papas y para recogerlas, festejando lo que nos da la tierra no sin el importante esfuerzo de quien la surca. La familia de Adal ha vivido por generaciones vinculada a la tierra, cultivada por sus antepasados hasta la actualidad, dándoles riqueza y bienestar, todo ello aliñado con dosis de trabajo y empeño, de los que él mismo, es heredero.

En la casita de Los Caballeros, no hay piscina privada. No una de las 54 que hay proyectadas por inversores que viven a miles de kilómetros de aquí: Puerto Calero Marinas, SL. y a las que han dado la calificación de  “Interés Insular” todos los partidos políticos de nuestro Cabildo Insular, CC, PP y PSOE. En la casa de los Caballeros hay un aljibe, como en casi todas las casas del entorno, porque la sabiduría popular entiende que en esta isla cada gota de agua es importante y no hay sitio para el despilfarro. Se recogen en aljibes, no para baños de turistas ricos que accedan a las villas de lujo que se quieren construir o para regar un césped estéril cargado de productos químicos, sino para alimentar la tierra sedienta en el verano y procurar los árboles que nos darán sus frutos. Esto si es sostenibilidad.

En la finca de Adal, como en muchas otras colindantes, cobra sentido la palabra sostenible y el concepto de riqueza con el que pretenden engañarnos quienes venden el destrozo de La Pavona como fuente de desarrollo para el entorno. Porque en San Isidro, los beneficios se generan por y para quienes explotan la tierra. Se genera aquí y se queda aquí. No es así con el tipo de proyecto del que hablamos, pensado por inversores de afuera y cuyos beneficios apenas se quedarían en migajas para quienes vivimos en el municipio. Según el Informe 2022 del Observatorio Turístico de Canarias, solo el 28% del gasto realizado por un turista tiene lugar en el Archipiélago, mientras que el 71,4% se queda en su origen.

No nos engañemos, el uso tradicional de estas tierras, especialmente roturadas y cuidadas por generaciones de palmeros y palmeras sí que es sostenible. Esta tierra no está abandonada, se sigue utilizando y refuerza la economía de las familias del lugar, excepto, claro está, aquellas  parcelas que fueron vendidas ante el miedo infundido de la expropiación hace alrededor de dos décadas. Hace 20 años la madre de Adal recibió la visita de un señor. Con gran angustia escuchó su oferta. La pusieron en la tesitura de que, o les vendía la finca y la casa o más adelante se la expropiarían por poco dinero. Ella no fue la única que recibió este tipo de visitas.

La Pavona, en San Isidro, constituye un paisaje cultural que forma parte de nuestra identidad, que genera riqueza complementando las rentas y las alacenas de las familias que la cuidan, la protegen y la aman. Destruir este entorno y los usos que se han hecho y hacen de él, es dar muerte a una parte de nuestra propia identidad, historia y futuro.

Según el Ministerio de Cultura, Paisaje Cultural es: “El resultado de la interacción en el tiempo de las personas y el medio natural, cuya expresión es un territorio percibido y valorado por sus cualidades culturales, producto de un proceso y soporte de la identidad de una comunidad”. No podrán más que coincidir conmigo en que lo relatado constituye una porción de este patrimonio que, además, nos pertenece a todas y todos y que comparto ante mi temor de que pueda sernos arrebatado.

Hago un llamamiento a los vecinos y vecinas de este municipio para que se pronuncien sobre el destrozo que se pretende hacer en la Pavona. Defendamos el legado que generaciones de Breñuscos han cultivado y del que han vivido y siguen viviendo. Un lugar con tal valor no debe ser destruido para construir villas de lujo, piscinas privadas, apartamentos, un macroresort y un campo de golf.

Este mismo llamamiento hago a nuestras autoridades locales, que han nacido y se han criado en este municipio, alimentándose de lo que nos  da la tierra. Debemos unirnos para preservar esta herencia que forma parte de nuestra identidad, porque lo que está en juego no es poco.

Paisaje desde la Casa de los Caballeros.

Paisaje desde la Casa de los Caballeros.

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