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Opinión
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Nos lo podemos permitir, de un país cartesiano y de la búsqueda de la tierra sin mal

“Veinte años es nada según dice la canción”, digo como contestación a su pregunta: “¿Qué cambió en Asunción desde el tiempo en que viviste aquí?”. Por supuesto, en mi respuesta debo matizar que sí hay cambios: la Costanera norte, espléndida infraestructura viaria y de espacios cívicos recién inaugurada junto con el puente que cruza el río Paraguay hacia Chaco’i dando a aquella rivera un valor inmobiliario desconocido hasta ahora. No soy especialista en urbanismo, pero la fachada de la ciudad queda muy mejorada gracias a estas vías que llevan desde el aeropuerto Silvio Pettirossi hasta el palacio presidencial. Luego sabré que también ha supuesto cambios no tan positivos para los entornos de las familias empobrecidas de Los Bañados (barrios ribereños afectados por las subidas y bajadas del nivel del río). Por lo demás, es como si nada hubiera cambiado en el cruce de Colón con Ygatimí, donde está el Colegio de los Jesuitas. El asfalto en mal estado, fachadas siempre avejentadas, edificios melancólicos que permanecieron, arboleda en los jardines y las aceras, ruido del tránsito y ese olor intenso que arrebata la ciudad cuando las lluvias avanzan sobre ella. “Sí, amiga, veinte años es nada”.

“Ahora, con la edad, con mi historia, puedo permitírmelo”, dice mi interlocutora, periodista, amiga de un tiempo que no me parece tan otro. Pero es cierto, eso también cambió: ella ahora puede permitírselo. Me cuenta que habla en los medios de comunicación de asuntos que no se mencionan ni por los periodistas de siempre, quizás desencantados, ni aquellos recién llegados o que mudaron su piel afines al nuevo poder al que se rinde pleitesía “cartesiana” (clara y distinta) sobre la avenida España, en Asunción. Mi amiga se permite hablar de derechos de las mujeres, de la actitud depredadora contra los indígenas, de los efectos devastadores de la violación del medio, de la vida en Los Bañados, del precio de los alimentos, de las dificultades para acceder a la salud. “Pero así no más me dan palo en las redes sociales”, dice con una sonrisa que ha sobrevivido al desencanto y muestra la satisfacción de la resistencia.

A partir de lo relatado por unas y otras personas, podría formularse como hipótesis que Horacio Cartes, el que fuera presidente de la República, líder de una facción de la Asociación Nacional Republicana que lleva por título “Honor Colorado”, sigue gobernando el país. Vive en la Avenida de España. De acuerdo a esta hipótesis por contrastar, Peña, el actual titular de la máxima magistratura, acudiría allí a rendir cuentas ante su mentor. El actual presidente sería algo parecido al canciller, ministro de asuntos exteriores. Siguiendo con la hipótesis, no tendría mucha voz en ninguna cosa relevante de lo que sucede en los negocios de esta nueva y vieja oligarquía colorada. El cartismo, que denuncian como hipótesis diversos grupos de periodistas de la resistencia y buena parte de las organizaciones de la sociedad civil en el país, pervive a pesar de que su titular ya no es presidente, a pesar de que, y esto no es hipótesis, desde julio de 2022, figura en la lista Engel elaborada por la administración norteamericana para señalar a actores manifiestamente corruptos y antidemocráticos. Dicen las personas responsables de formular esta hipótesis, y no diré quiénes son, que la fortuna cartesiana emergió a partir del contrabando del tabaco y que el lavado o blanqueo es todavía hoy origen relevante de su creciente empoderamiento. Pero debemos sospechar que esta hipótesis no se sostiene sobre auténticas pruebas, puesto que ningún fiscal vivo o muerto (o asesinado) consigue llevar este entramado “cartesiano” (¿claro y distinto?) ante los tribunales.

Desde que volví a Paraguay, veinte años después de haber vivido en este país donde habitó en sus orígenes el pueblo guaraní, que buscaba la tierra sin mal, sí que oigo hablar de derechos, de necesidades educativas, de urgencias en salud, de indígenas que vienen a Asunción ante el empuje de la actividad depredadora de nuestros negocios, del cambio climático acelerado, de la tala indiscriminada, de lo efectos dolientes de la agroindustria. Radio Fe y Alegría, una emisora de AM que emite hace dieciséis años, es un espacio mediático para esos temas a los que la supuesta oligarquía de la anterior hipótesis de trabajo no presta mayor atención. Pero “veinte años es nada”, me oigo repetir cuando visito la antigua Pa’i Roga, en Bañado Sur, donde la Vicaría Cristo Solidario se levantó a finales del pasado siglo con un esfuerzo de trabajo social, en el que desempeñaba ya un importante papel Radio Solidaridad, una FM comunitaria atosigada hoy por una legislación que no está hecha para facilitar la vida a estos medios alternativos. No es necesario que nadie me lo diga: las cosas están peor. Bañado Sur es territorio crecientemente frágil ante los empujes de las lluvias y los calores de ese cambio climático que todavía se permiten negar algunos. Las comunidades que allí viven son cada vez más frágiles ante la apisonadora de los clanes mafiosos que explotan principalmente a las familias empobrecidas con extorsiones insufribles y tientan con las drogas y su “protección” a la gente joven. Aquí están las escuelas de Fe y Alegría y también algunas personas de esas que pueden, como mi amiga periodista, mostrar con su sonrisa el corazón convencido en su actuar de resistencia: formación para las mujeres, acompañamiento de los menores, actividades lúdicas y educativas, labores académicas y educación no formal, arte que sobrevive y que se imparte para hacer soñar a estos niños y niñas con un futuro abierto a la esperanza, una fe sencilla que no se deja encandilar.

“A ver si encontramos dónde estacionar”, dice mi amiga. “Los zorros (agentes) le buscan las vueltas para coimear”, concluye. Veinte años es nada, porque la corrupción sigue ahí como una cultura política adueñada de las conciencias, porque sigue ahí la estructura oligárquica de un partido político que se apropia del país como repartija de prebendas y negociados, porque se sigue explotando al indígena y expulsándolo de sus territorios. Veinte años es nada, porque con certeza el dinosaurio todavía estaba allí cuando despertó, según el cuento de Monterroso.
Sobre la avenida Colón, junto al colegio de los jesuitas, un artista plasmó los rostros de personas que hace dos décadas estaban y ahora no. Pa’i Oliva, Pa’i Munarriz y tantos otros que ya están en la gloria del Dios del Amor y la Vida. Mis compañeros de antes tienen ahora nuevos rostros. Al conversar con mi amiga periodista, al compartir con las religiosas de una humilde comunidad, al ser testigo de la labor de un artista que hace de su casa taller para jóvenes soñadores, al atosigar a preguntas a una comunicadora que trabaja para una organización de pueblos indígenas, al escuchar a una mujer que trabaja con menores privados de libertad, al escuchar las esperanzas de unas jóvenes de la red ignaciana o del alumnado de las escuelas de Fe y Alegría, al dejar que resuenen dentro de mí las voces de nuestra emisora hablando de esos temas que no interesan a nadie, siento que veinte años no es nada porque el dinosaurio sabrá, también con cartesiana certeza, que no estábamos muertos, que solo dormimos a ratos, para descansar y tomar con nueva fuerza la esperanza, “ohekávo pe yvy marane’ỹ” (buscando la tierra sin mal). Con mi amiga, a estas alturas, nos lo podemos permitir.

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