La plataforma Netflix ha estrenado su miniserie titulada La Palma, en la que se incide sobre la teoría de que habrá un gran tsunami porque la isla se va a partir en dos y el enorme oleaje va a producir una catástrofe de alcance mundial. Una teoría de hace veinte años, que ha quedado desacreditada por numerosos expertos. Pero la producción noruega de esta miniserie insiste en el catastrofismo, y flaco favor le hacen a la isla con estos episodios en los que la población local no queda bien parada, por ejemplo un recepcionista de hotel queda evidenciado como un tonto incapaz de conseguir un coche para sus huéspedes. Con un guion lleno de tópicos, la miniserie intenta fusionar la erupción del Stromboli y la destrucción de Pompeya, y ese fondo histórico lo traslada a La Palma. Menos mal que los visitantes seguirán recuperando sus visitas a la isla, en la medida en que se va restableciendo la conectividad aérea. Porque la recuperación del enorme daño que hizo el volcán Tajogaite es otro capítulo: va muy lenta, con muchas contradicciones, con una enorme burocracia, con aciertos y errores que están a la vista.
Dispuestos ya a cantar villancicos y a inflarnos de turrón, ha llegado una bajada de las temperaturas y una momentánea despedida de los calores y de la calima que nos visitarán de nuevo. En lo positivo, es evidente que en la ciudad de Las Palmas estas Navidades nos muestran más luces decorativos, está el tradicional Belén de Arena que cada año recibe más reconocimientos, los angelotes de la Plaza de Santa Ana, los emblemas comerciales de la calle Triana y Mesa y López, las atracciones del Parque Santa Catalina y la bola gigantesca de La Puntilla. Hay una tendencia a sustituir los árboles de Navidad por esas grandes bolas decorativas, no solo sucede aquí. Pero lo cierto es que este año el ayuntamiento ha puesto energía e imaginación.
La Navidad evoluciona como todo, y dentro de unos pocos años tal vez ya se ha de llamar de otra manera. Ya hay quienes celebran el Día de Acción de Gracias como si fuésemos norteamericanos, ya adoptamos la horterada del Halloween sin mayores problemas y hasta brindaremos por Donald Trump cuando sea su toma de posesión. Pues, aunque seamos ultraperiféricos, formamos parte del Imperio.
Y en el capítulo negativo tenemos el otro lado de la moneda: la aparición de gigantescas ratas que andan a sus anchas por los escaparates de las tiendas. Por un lado, el excelentísimo ayuntamiento mejora la gestión luminaria pero por otro lado se descuidan las acciones preventivas respecto a las plagas que esta ciudad portuaria atesora: legiones de ratas y legiones de cucarachas.
La limpieza de la ciudad casi siempre ha sido un asunto conflictivo. Ha habido épocas en que este tema se resolvía mejor, pero últimamente el vecindario clama porque la situación ha empeorado. Los contratos con las compañías especializadas no siempre han tenido el éxito esperado, y ahora se sabe que el control de plagas lleva caducado desde mayo del año pasado, por lo cual el ayuntamiento capitalino actúa de manera parcial y ha abandonado las acciones preventivas.
Hay otro problema nada desdeñable, y es que las ratas están presentando mayor resistencia a los raticidas, un asunto que se ha comprobado ya en diversas ciudades tanto en España como en otros países. Entonces, los técnicos tienen que seleccionar adecuadamente los productos utilizados para combatir este problema. Sucede lo mismo que con el consumo de antibióticos, que a fuerza de tomarlos para una simple gripe van perdiendo su eficacia.
Otra cuestión que demuestra la descoordinación del gobierno es la ausencia de representantes españoles en la reinauguración de la catedral de Notre Dame, en París. Esta circunstancia hace pensar que estos políticos que nos mandan están caducados y su supervivencia es solo una cuestión estratégica mientras se nos distrae con disquisiciones y reyertas verbales, denuncias mutuas de corrupciones, etcétera.
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