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Opinión
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Verdad: éxodo hacia los horizontes

Si sólo el amor es digno de crédito, es decir, si únicamente en el amor reconocemos la verdad, entonces el acceso a la verdad exige el mismo éxodo de nuestro propio interés y autocomplacencia, de nuestro propio ego. Quien admira y respeta la realidad podrá ser servidor de la verdad. Esto tiene consecuencias en nuestra vida cotidiana. En concreto, en el mundo de la comunicación periodística, la verdad es una exigencia ética que implica un trabajo riguroso y desafiante. La mentira, que a veces toma aspecto de información veraz, es decir, de desinformación, es un acercamiento a la realidad mediado por miedos, deseos o intereses egocéntricos.

Para Hans George Gadamer, la verdad no es una expresión de la subjetividad. A la verdad se accede a través de un diálogo dinámico y contextualizado, donde el lenguaje y la historia son relevantes. Con rigor metodológico y una profunda determinación, es posible el diálogo entre horizontes diferentes (el del texto y el del intérprete del mismo) y alcanzar su fusión: una comprensión que trasciende los prejuicios del intérprete para acoger la tradición del texto y sumarla a un entendimiento compartido y transformador. A este proceso se le dio el nombre de hermenéutica, un término griego que significa interpretar.

Gadamer vivió 102 años. Nació en la ciudad alemana de Marburg con el siglo XX y murió a comienzos del tercer milenio un poco más al sur, en Heidelberg, a la que llegó tras la Segunda Guerra Mundial después de abandonar el rectorado de la Universidad de Leipzig, en la por entonces Alemania comunista, precisamente por su actitud crítica frente al régimen. Gadamer publicó “Verdad y método”, su principal obra, con sesenta años, al comienzo de la “década prodigiosa”. Veintiséis años después, en 1986, amplió su obra con un segundo volumen: “Complemento a verdad y método”. Gadamer es otro autor sin prisas.

Quizás los dos adversarios filosóficos con los que más relación tuvo fueron Habermas y Derrida. Jürgen Habermas le invitaba a reflexionar cómo su búsqueda de la verdad a través del diálogo entre las tradiciones diversas estaría condicionada por el poder y desvirtuada por los conflictos. Desde su teoría de la acción comunicativa, Habermas sostenía que la hermenéutica de Gadamer podría significar una aceptación acrítica de la tradición y del poder de los grupos privilegiados. Por su parte, Jacques Derrida achacaba a Gadamer que tenía una idea demasiado optimista del lenguaje. A juicio del pensador francés, la propia estructura del lenguaje, hecha para distinguir y evolucionar, hace imposible un consenso estable entre las personas que dialogan. Más todavía, Derrida acusaba a la fusión de horizontes hermenéutica de privilegiar una visión etnocéntrica y acrítica favorable a quienes tienen la capacidad de imponer su horizonte de comprensión.

Gadamer trató de dar respuestas a las críticas del heredero de la Escuela de Frankfurt en su segundo libro. La mirada de Habermas a la hermenéutica no la desacreditaba de forma conjunta, sino que la invitaba a considerar más la necesidad de una actitud crítica ante los conflictos y los poderes. Por eso, Gadamer defenderá que la hermenéutica no desatiende las dinámicas de poder y conflicto sino que los integra en los horizontes que deben dialogar. Gadamer sostiene que no se trata de una aceptación acrítica o pasiva del pasado o de las estructuras de poder que hemos heredado, sino que exclusivamente en ese diálogo con el pasado podemos ser críticos con muchas interpretaciones del mismo y también con los poderes actuales donde se impone acríticamente el pensamiento de moda o la interpretación de los poderes más actuales del mundo contemporáneo. A juicio de Gadamer, sólo podemos interpretar bien el presente si fusionamos nuestra mirada con lo que hemos recibido. En la obra colectiva “Las repercusiones de Gadamer”, de 2004, Habermas participó con el texto titulado “Después del historicismo”. Allí lo describe como el autor con un “temperamento mediador (…) empeñado en la conexión y no en la segregación, que prefiere aceptar ambigüedades a señalar alternativas (…)”. Y afirma que es hora de rendir respeto “a su persona y a su papel de mediador entre dos generaciones de filosofía”.

La crítica de Derrida a la hermenéutica puede parecer un rechazo de plano. Fue en 1981 cuando ambos autores participaron en París en un encuentro en el marco del simposio Textos y diálogo. Quizás de aquel desencuentro intelectual nació la reflexión ulterior de Gadamer que le llevó a publicar cinco años después “Complemento a Verdad y Método”. Frente al concepto de “diferencia” por el que Derrida afirmaba que el lenguaje siempre desplaza los significados y divide a los interlocutores, Gadamer defendía que el diálogo es posible y que se pueden establecer consensos que respeten la realidad recibida (la tradición) y los nuevos acercamientos que aporten los tiempos que vivimos. La actitud crítica no es algo que afecta solo al pasado (la tradición), sino también al presente. Gadamer no niega que el lenguaje, efectivamente, puede desplazar y dividir, pero sostiene que también sirve para mediar entre las culturas y las personas y unir en proyectos sociales comunes. De ese modo, Gadamer piensa que la mentira se da en el momento en el que nos negamos a abrirnos al proceso histórico y lingüístico en el que nos acercamos a las cosas, a los acontecimientos, a las personas. Si el refranero popular nos sirve para expresar a Gadamer, aquel que invita a no tirar al niño con el agua sucia sería muy apropiado para explicar su incorporación de la tradición. A la muerte de Gadamer, Derrida publicó un sentido homenaje en el que afirmaba la gran estatura intelectual y personal de Gadamer: “¿Podré expresar con precisión y fidelidad mi admiración por Hans-George Gadamer? (…) Cada vez que conversábamos, en francés, a decir verdad, más de una vez aquí en Heidelberg, pero a menudo en París o en Italia, y por cada asunto que me confiaba, con una amistad que me honraba con su calor, me conmovía y me animaba, tenía la sensación de comprender mejor un siglo de pensamiento, de filosofía y de política alemanes, y no sólo alemanes”.

Frente a las personas que piensan que la verdad está exclusivamente en lo aprendido de nuestros mayores, Gadamer invita a la fusión con los horizontes de la cultura y el tiempo presente. Pero frente a quienes creen que el único modo de avanzar hacia un futuro brillante es la ruptura con lo recibido, Gadamer alerta del dogmatismo que lleva detrás y de la importancia de avanzar desde la propia memoria. Para lo que nos toca vivir cada día, en un mundo plagado de desinformación y mensajes directamente mentirosos, la hermenéutica de Gadamer es una invitación a confiar en que podemos alcanzar un consenso sobre la verdad. Pero es evidente que esa verdad va a requerir de cada parte un esfuerzo de descentración: salir de nuestro propio querer e interés para reconocer lo recibido, respetar la realidad y ponernos al servicio de un proyecto común. Me parece que es eso lo que Gadamer entiende por fusión de horizontes. Ese esfuerzo es posible con la impresionante energía que nos da el amor, ese éxodo de nuestro propio ego.

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