“Cuántas cosas dejan huella, cuántas se recuerdan”, canta Pedro Guerra en Huellas (2008), una canción que nos invita a reflexionar sobre el impacto que dejan las personas y aquello que verdaderamente importa. Este año, Santa Cruz de La Palma despide con tristeza a dos figuras entrañables que marcaron a varias generaciones de palmeros y palmeras: Pepe y Maribel. Sus voces, sus historias y sus enseñanzas seguirán vivas en la memoria colectiva de quienes tuvimos la fortuna de conocerlos y aprender de ellos.
Nuestros queridos Pepe López y Maribel Arrocha, profesores emblemáticos del IES Luis Cobiella Cuevas y antes antiguo Instituto de Bachillerato Femenino de La Palma, nos han dejado con apenas dos meses de diferencia, y precisamente en año de Bajada de la Virgen. ¿Casualidad o causalidad? Para algunos, lo primero; para otros, una señal algo más profunda e intrínseca. Lo cierto es que se han marchado un gran historiador e investigador, y una amante apasionada de las letras, la literatura y la escenografía, justo en un año lustral, con todo lo que ello simboliza y representa para los palmeros.
Privilegiados fuimos y somos, los alumnos que pasamos por sus manos a lo largo de los años, conformando generaciones enteras de palmeros y palmeras marcados por su sabiduría y su dedicación a la docencia. Hay personas que, sin querer -o, como en su caso, queriendo y con plena vocación- dejan una huella imborrable. ¿Qué decir de Pepe o de Maribel que no se recuerde? Tal vez la cercanía de ambos fue su mayor emblema. Pepe te atrapaba en su mundo, lleno de historia e investigación, con clases que iban más allá del aula, auténticas lecciones de vida sobre política, sociedad y pensamiento crítico. Más de uno se planteó seguir una carrera en la política gracias a su pasión contagiosa. Sus relatos diplomáticos nos abrían los ojos al mundo, al tiempo que nos sembraban de una vena crítica y rebelde que muchos conservamos hasta hoy. Humanista y social, afable y con carácter; lo mismo te explicaba los grandes hitos de la historia internacional que los entresijos de las logias y la masonería en La Palma, con una claridad y profundidad que solo él conocía.
Hace relativamente poco me encontré con Pepe López en la Sociedad La Cosmológica. Como siempre, fue una conversación interesante, casi improvisada pero llena de contenido. Me contó, con esa pasión que le caracterizaba, que estaba inmerso en una nueva e intrigante investigación sobre hechos históricos acontecidos en La Palma. Tiempo después supe que, en diciembre del pasado año, había publicado su último libro: ‘La Palma, cruce de destinos: Las maletas de García Atadell y el destierro del marqués de la Eliseda en Canarias’. Un trabajo más que se suma a su incansable labor como investigador y divulgador.
Pepe fue, sin duda, un gran abanderado de la historia de esta isla. Siempre comprometido con su tierra y con el deber de rescatar, preservar y contar nuestro pasado. Espero sinceramente que su partida nos lleve a valorar aún más su esfuerzo, su dedicación y su incansable labor divulgativa de la historia en la isla. Gracias, Pepe, por tu legado. Por haber trascendido más allá de lo estrictamente pedagógico. Por tu huella imborrable y duradera. Por tus publicaciones, que muchos de tus alumnos desearíamos guardar y coleccionar como el recuerdo más tangible y preciado de todo lo que nos enseñaste y nos dejas. Porque tú no solo enseñabas historia, la vivías, la compartías y nos hacías sentir que también formábamos parte de ella.
Ambos, tanto Pepe como Maribel, fueron profesionales multifacéticos. De esos que no se ven todos los días, de los que no se conforman con lo aprendido, porque sienten la necesidad vital de seguir nutriéndose de conocimiento. José Melquiades López Mederos, más conocido como Pepe López, además de ser profesor de Historia, ocupó cargos públicos relevantes, fue diputado y también responsable de la Dirección Insular de la Administración General del Estado. Maribel Arrocha Lugo, por su parte, fue profesora de Lengua Castellana y Literatura, y supo combinar su vocación docente con su amor por las artes, siendo actriz amateur de teatro y guionista de cine. Hoy, ambos se erigen como referentes ineludibles de la cultura y la historia del siglo XX en Santa Cruz de La Palma. No solo por su labor docente o por sus roles intelectuales, sino por el impacto humano que dejaron en diferentes generaciones de alumnos y alumnas.
De Maribel podría decir tantas cosas, que no me alcanzarían las páginas. Su entusiasmo por las letras y el teatro, por la literatura en todas sus formas, y especialmente su férrea defensa de los autores canarios, la hacían brillar con luz propia. Pero lo que más la caracterizaba era su forma de comunicar: mágica, cercana e inolvidable. El aula se le quedaba pequeña, a pesar de su baja estatura. Porque como toda gran actriz protagonista, llenaba el espacio con su voz rota que tanto la definía, su presencia y su manera única de enseñar. Sus clases eran auténticas puestas en escena, nos mantenía boquiabiertos con sus relatos, anécdotas y cuentos sobre la vida cotidiana. Fue una adelantada a su tiempo. Una innovadora en la docencia, aunque quizás no lo supiera. A pesar de la diferencia generacional, supo encontrar la fórmula para conectar con su alumnado. Introdujo metodologías activas, participativas, y estrategias para que hasta la temida Generación del 98 se hiciera más cercana y comprensible. Aún conservo, como oro en paño, sus esquemas de literatura que son verdaderas joyas educativas.
Maribel era dicharachera, “desinquieta” -como decimos aquí-, una mujer con garra, sociable y muy curiosa por el saber. Siempre dispuesta a aprender, a absorber nuevo conocimiento para no quedarse atrás. No solo se sentía joven, además lo era. Daba igual qué temas estuvieran de moda; ella se sumergía en ellos, en las conversaciones, en la música del momento. Todo con tal de ser más cercana y de poder conectar mejor con sus “chicos y chicas”, como le gustaba llamarnos. Porque su vocación iba más allá de las materias, era profundamente humana.
Y vaya que sí llegaban y transmitían los dos, sus clases eran tan esperadas y ansiadas, que sus pérdidas nos han dejado un poco huérfanos a todos y a todas. Se nos han ido dos excepcionales personas, dos seres admirables y dos grandes docentes. Y con ellos también se va una parte de nosotros: de nuestra esencia, de nuestra juventud, de nuestra manera de entender el mundo, de esos años en que su ejemplo y su palabra ayudaron a forjar lo que hoy en día somos. Una parte de todo aquello que nos moldeó como personas también se marcha y se va con ellos.
En este año especial para nuestra isla, su partida nos duele aún más. Pero también nos invita a recordar que educar, como ellos lo hicieron, es una forma poderosa de trascender. Ahora que la figura del profesorado está más infravalorada que en otros tiempos, aquí mi pequeño homenaje a estos dos grandes maestros. Gracias, Maribel y Pepe; por todo y por tanto. Gracias por pertenecer a esa generación de docentes que inculcaron profesionalidad y humanidad a partes iguales. Por saber contar historias y relatos de una forma más amena y pedagógica, por querer comunicar y transmitir conocimientos más allá de una planificación didáctica, por innovar constantemente tanto dentro como fuera de las aulas, por entusiasmarnos en la lectura crítica, la investigación y el aprendizaje continuo a lo largo de la vida. Por ser fieles defensores de la libertad de expresión y de cátedra. Por la cercanía demostrada y por ser referentes ya no solo educativos, sino también vitales. Por todas esas huellas imborrables con las que nos hemos formado con vuestras palabras y mensajes; esas que siguen brillando en el tiempo, aunque ya no estén.
Ojalá quienes tuvimos el privilegio de aprender de ellos y quienes, con el tiempo, elegimos seguir su camino en la enseñanza, -tanto profesores, como padres y madres-, sepamos mantener viva su manera de entender la docencia de una forma cercana, apasionada y humana. Que en cada clase y en cada conversación con nuestro alumnado o hijos podamos reflejar un poco lo que fueron Pepe y Maribel. Y que, sin darnos cuenta, sus voces y sus aprendizajes, sus ideas, sus gestos y sus huellas perduren en lo que dejamos en los demás. Porque así, de algún modo, ellos seguirán estando presentes, no solo en el recuerdo, sino en la forma en la que seguimos educando, inspirando y acompañando a los más jóvenes. Y así, sepamos honrar el camino trazado por ellos y dejar en los demás, al menos la mitad de aquellas cosas bonitas que con el tiempo aún se recuerdan.
Nunca se van del todo quienes siempre están en la memoria, que el cielo los reciba con grandes historias y relatos que todavía quedan por contar y descubrir. Porque, sin duda, todavía les faltan muchas páginas por escribir, allá donde estén.
Cristina Pino López
Periodista, docente y escritora
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JHA
IN MEMORIAM
En un lejano mes de septiembre de 1978 llegué a la isla de La Palma destinado como profesor de Lengua Castellana y Literatura en el antiguo Instituto Femenino de esa ciudad (hoy Instituto Luis Cobiella).
Me presenté en el Centro para tomar posesión de mi plaza y pregunté si alguien sabía de algún sitio para alquilar y poder establecerme. Varios respondieron que hablase con Pepe López, que era una persona que tenía muchos conocidos y que quizás me pudiera ayudar. Contacté con él y gracias a sus contactos pude alquilar un ático en la calle trasera (Alvarez de Abreu).
Éste fue el comienzo de una amistad que dura hasta hoy y que se extiende a toda su familia.
Pepe, mi querido amigo Pepe, fue como un ángel de la guarda para mí. Se comportó como un hermano. Siempre estuvo dispuesto a ayudarme en todo lo que necesitaba. Me presentó a su familia, me invitó a su casa y vi crecer a sus hijos.
Nunca podré olvidar lo que hizo por mí y más tarde por mi mujer.
Todos ellos han sido, son y serán nuestra querida familia palmera.
No quiero dejar de mencionar la magnífica figura de Maribel Arrocha, compañera del departamento de lengua. Desde el principio me dio a conocer el centro, los profesores, los métodos de trabajo y, sobre todo, sus charlas sobre los temas más diversos y de los que era una gran conocedora.
Junto a ella las horas pasaban sin darnos cuenta.
Sólo deseo que descansen en paz en ese lugar reservado para las buenas personas y que sepan que siempre estarán muy dentro de mi corazón.
Vuestro amigo siempre
Jorge Híjar Abril
Antiguo profesor del Instituto Femenino
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