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Opinión
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Espiritualidad, periodismo, política

El pasado 15 de julio, viví una linda experiencia con la Red de Radios Jesuitas. Tuvimos un encuentro en el que se trataba de reflexionar juntos sobre cómo la espiritualidad puede ayudarnos en la misión de abordar la política en nuestra programación radiofónica. Me tocó exponer algunos puntos básicos desde la perspectiva de la espiritualidad jesuita para después trabajar en grupos sobre tres preguntas:
¿Cuáles son nuestros deseos para nuestras radios y nuestra labor comunicadora en torno a la política?
¿Cuáles son las tentaciones que están en nuestro mundo y debemos afrontar al hacer nuestra labor comunicativa con la política?
¿Cuáles son tanto los dolores como las esperanzas con los que podemos afrontar esa labor política a través de nuestras radios?

Esas mismas tres preguntas orientan, de algún modo, mi exposición sobre la espiritualidad de fondo de los jesuitas en perspectiva de comunicación política. Sin embargo, son cinco las ideas que aportamos para dar respuesta: el deseo del bien común, la mirada sobre las fracturas de nuestro mundo, el ejemplo de nuestra misión, las consecuencias que hay que asumir y la esperanza que nos moviliza.

Lo primero, Ignacio de Loyola quiere que seamos gente de grandes deseos. No se trata tanto de reprimir los deseos como si fueran algo negativo en sí mismos, sino, por el contrario, de orientarlos porque son una gran energía, la energía que mueve nuestras acciones. Recuerdo siempre a un viejo amigo que me decía: “Cuida tus deseos porque tienden a cumplirse”. Los deseos son la energía que Dios pone en nuestro corazón para avanzar hacia una mayor libertad y una mayor disponibilidad. En realidad, los sueños que nos hacen más felices y nos humanizan son aquellos que nos llevan a reconocer tanto bien recibido y, desde el agradecimiento, a respetar toda la realidad creada, empezando por las otras y los otros, y a ponernos al servicio del bien común de forma desinteresada. Ignacio lo formuló con tres verbos: alabar, respetar y servir, porque son deseos que llevamos en el fondo del corazón. Así que, lo primero, en términos casi poéticos, como radialistas debemos ser personas de sueños, de grandes sueños, de sueños preciosos. Ese es nuestro horizonte.

Lo segundo, Ignacio de Loyola nos invita a mirar a las pesadillas. Porque sí, es verdad, nuestros sueños pueden cambiarse en pesadillas. O lo que es lo mismo, nuestros deseos pueden tornarse en ambiciones destructivas. Basta con que metamos nuestro ego, nuestra soberbia, por medio. Cuando en vez de agradecimiento, respeto y servicio queremos que nos sirvan, nos teman y nos paguen, cuando en vez de ser medios, asumimos el protagonismo, entonces, la gente inocente es crucificada. Por eso, nuestra espiritualidad no mira para otro lado: debemos reconocer todas las cruces de nuestro mundo y debemos mirar cómo el mal tiene su origen en un engreimiento, un empoderamiento soberbio de quienes quieren tener más derechos que los demás. La exclusión, la desigualdad, el crimen, el deterioro ambiental, la explotación, las violencias… Tenemos que ser radialistas que las miren a la cara y que sigan el hilo de su origen, de estructuras de poder que se hacen desde la soberbia, el engreimiento, el egoísmo. Y sí, por supuesto, mirar si nuestras vidas personales y nuestra misión radialista no pecan también de afán de protagonismo y de autorreferencialidad. Toda una tarea.

Lo tercero, Loyola, que nos invita a desear a lo grande y a hacerlo desde el agradecimiento, el respeto y el servicio; Loyola, que nos pide que miremos la realidad fracturada, dolorida, injusta, la pesadilla generada desde el egoísmo, nos invita también a poner los ojos en quienes son testigos de un mundo más humano. Por supuesto, Ignacio nos invita a poner los ojos en el profeta nazareno, el Cristo, que vivió de un modo que responde a nuestros más grandes deseos de amor y justicia, de reconciliación y de paz. Ese Cristo, a los ojos de Loyola, no hizo su misión y se marchó, sino que la sigue haciendo en el mundo nuestro, a través de todas y todos los que colaboran a una vida más agradecida, más reconciliada con la creación entera, con las otras sociedades, familias y personas. Muy sintéticamente, Loyola nos pide que escuchemos esa llamada que Dios nos sigue haciendo, la llamada del Cristo a vivir con Él y como Él, que está en el mundo, en toda persona que hace el bien, que pasa haciendo el bien. Con Él y como Él significa para quienes somos radialistas que nuestra misión es su misma misión de reconciliación, de amor, de justicia y de verdad. Pero hay que hacer esa misión también como Él, a su modo, a su manera, es decir, desde la generosidad y desde la humildad, a la escucha de todas las voces, con disponibilidad, capaces de superar nuestros miedos y egoísmos, desde la libertad, la austeridad con la que vivió Aquel al que mataron en la cruz. Insisto: con Él (su misma misión), sí, pero también como Él (a su modo, a su estilo). Nuestra espiritualidad nos debe preparar para desear y elegir desde su modo de vida, esa forma de vida que ya intentan muchos grupos humanos, muchas familias, un modo que se transparenta en no pocas iniciativas sociales que buscan una vida más reconciliada, más justa, que busca la paz.

Pero ese camino es complicado y hay quien busca atajos o quienes lo rechazan de plano. Por eso, en cuarto lugar, debemos saber que si nos encaminamos por ese sendero, el sendero de nuestros grandes sueños, de nuestros grandes deseos, nos va a pasar lo mismo que le pasó a Él y les pasa a las y los defensores de los derechos humanos o de los ecosistemas, a quienes luchan por la democracia o a quienes promueven unos medios de comunicación auténticamente al servicio de las gentes. Y lo que le pasó a Él y le pasa a tanta gente es que sufren la violencia de los poderosos, la violencia de los criminales, la violencia de los egoístas. Nuestra espiritualidad nos debe preparar para la persecución, para afrontar el poder de los engreídos, para resistir ante el dolor, para permanecer y ser firmes, leales, aunque nos lluevan las amenazas o incluso nos toque la muerte. De eso somos testigos a diario. Los datos en nuestra región muestran cómo, junto con los defensores del medio ambiente o la democracia, los periodistas son también criminalizados, amenazados o asesinados. No pocos amigos y amigas andan ya en el exilio.

En quinto lugar, y con esto acabo, Loyola nos devuelve siempre a una verdad que es el suelo de todo nuestro camino: todo lo hemos recibido, todo se nos ha dado. Dios es un Dios de amor que continuamente está comunicándose con cada persona, con cada familia y sociedad. Continuamente se comunica para darse Él mismo en toda realidad.

Como pasó con Francisco de Asís, quienes nos dedicamos a la comunicación debemos reconocer a toda la familia humana como nuestra familia (no hay los nuestros y los extranjeros o ajenos), pero además, debemos reconocer al hermano sol, a la hermana agua, a la hermana selva, incluso a la hermana muerte. Sabiendo que todo es don, podemos reconocer a Dios en todas las cosas y no solo en los rituales sagrados o en los templos. Sabiendo que todo es don, nuestra labor radialista, a la escucha de nuestros pueblos y nuestras gentes, es, en sí misma, una oración, es, en sí misma, una contemplación del amor de Dios que atraviesa todo lo que hay. También la política, el servicio político, la buena política, aquella que nuestros papas llamaron la más alta forma de amor, es también don de Dios.

Vivir todo esto es, a la vez, un don y una tarea; requiere abrirnos a todo lo que la vida nos da y entrenarnos, prepararnos, para ser capaces de recibirlo. San Ignacio, que nos invita a ejercitarnos (hacer Ejercicios) para enfocar nuestros deseos, lo formuló como una oración de petición, puesto que incluso esto es don recibido: “Pedimos conocimiento interno de tanto bien recibido para que enteramente agradeciendo, podamos en todo amar y servir”.

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