
Lucas López.
El pequeño empresario, no diré su nombre, estaba especialmente preocupado. Habían aumentado las visitas policiales a su negocio. “No se trata de una manera de protegernos de quienes siguen con la renta” (pago por seguridad a delincuentes). Nos explica que la policía ahora hacía preguntas que le atemorizaban, como si él fuera, en realidad, el delincuente. Desde donde estábamos, compartiendo una cerveza, se veía anochecer sobre San Salvador. Llegamos hace dos días al país, otro compañero y yo, para un encuentro de radialistas jesuitas en Centroamérica. Nuestro amigo empresario nos recibe a la salida del aeropuerto. Le comento cómo me impresiona una especie de altar situado antes de pasar el control de pasaportes: los retratos de Bukele y su esposa presiden un salón con la bandera y dos sillones que recuerdan más a las monarquías rococós que a la iconografía republicana. Desde el aeropuerto a la ciudad, una iluminación especial pinta de azul y blanco, los colores nacionales, todo el recorrido, insuflando ya un aire patriótico de parque temático a la visita.
El año que el presidente Bukele instaló el Estado de Excepción, en 2022, la nota promedio de aprobación popular había bajado (sí, bajado), al 8.18 sobre 10; ya la quisieran para sí los gobernantes más populares de nuestro mundo. Aquel antiguo alumno de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas fue alcalde, con apenas 31 años, primero de Nuevo Cuscatlán y cuatro años después de San Salvador. Todo ello, siendo miembro del Frente Farabundo Martí. Sin embargo, sus disputas con las autoridades del partido llevaron a su expulsión en 2017, y se animó a crear su nueva formación política, Nuevas Ideas. Intentó presentarse a las elecciones de 2019 con la candidatura de una fuerza de centroizquierda, Cambio Democrático. No pudo ser porque esta propuesta política fue disuelta por la justicia constitucional salvadoreña. Así que finalmente se presentó por una alianza de centroderecha, Gran Alianza por la Unidad Nacional, con la que ganó por mayoría absoluta en primera vuelta la presidencia de la República.
Su popularidad siempre ha sido alta. Colocó muy pronto el tema de la seguridad como línea fuerte de su política. Sin embargo, como decíamos más arriba, en 2022 había perdido algunas décimas en las encuestas. Su reacción audaz ante una ola de asesinatos que asolaba al país está detrás de que su ya alta aprobación popular escalara casi medio punto, al 8.67 sobre 10 al año siguiente. Todo esto de acuerdo a lo publicado por el Instituto Universitario de Opinión Pública de la propia universidad jesuita.
Desde entonces, cada campaña electoral presidencial de América Latina ha tenido un candidato (a veces candidata) que se reivindicaba como un “bukele nacional”. El recientemente ascendido expresidente de la cámara legislativa de Perú, José Jerí, en video ampliamente difundido por las redes, adoptaba un modo de hablar, de argumentar y de presentarse físicamente que bien podría recordarnos al autodenominado “presidente más cool” del mundo. Otra figura con la que muchas veces ha sido comparado es el joven empresario presidente de Ecuador, Daniel Novoa. Y en la Argentina de Milei, la ministra Patricia Bullrich muestra admiración por el “modelo Bukele” de mano dura contra las bandas y el crimen organizado.
El Salvador camina hoy hacia la consumación de su cuarto año de régimen de excepción. Claro está que resulta paradójico considerar excepcional a lo que se ha convertido en la única política de seguridad ciudadana del gobierno. Pero lo cierto es que más del 75% de la población entiende que los logros en esta materia justifican el apoyo masivo a Nayib Bukele. La exhibición continua de un trato deshumanizador de los presos (supuestamente miembros de las maras), lejos de escandalizar, enfervoriza el ánimo de sus seguidores.
La mayoría de la gente de El Salvador que responde a las cuestiones de estos mismos informes entiende que su situación económica no ha mejorado durante el gobierno Bukele. Es lo que más les preocupa. De hecho, la tabla con el índice GINI, el que muestra la desigualdad en El Salvador, tras casi dos décadas de descenso comenzó a crecer de nuevo durante los años de gobierno de Bukele. Durante estos años, la renta per cápita creció un 30%, pero el precio de la canasta básica creció un 35%. Por otro lado, buena parte de ese crecimiento de renta se debe a un aumento de las remesas enviadas desde el extranjero en un 45%. Sumemos a esto una subida precaria de los sueldos y una persistencia o incluso aumento de la informalidad en el empleo. Es decir, si el éxito económico de una política se mide porque a la gente le va mejor, no podemos considerar exitosa esta política económica llena de fuegos artificiales (por ejemplo, la decisión de establecer el bitcoin como moneda de curso oficial en el país). Además, de acuerdo a los datos de Transparencia Internacional, la percepción de la corrupción no ha hecho más que crecer en estos últimos años con una administración donde la familia y los amigos del clan Bukele tienen privilegios obvios.
La población no reconoce mejoras en el sistema de salud o en la situación de escolarización y de la educación pública. Los mismos sondeos, realizados por la UCA y otras entidades, señalan que la población tiene conciencia mayoritaria y creciente de que criticar a Bukele puede traerles problemas. De hecho, muchos periodistas se han visto obligados a abandonar el país, así como lo han hecho entidades de la sociedad civil orientadas a la defensa de valores democráticos y derechos humanos. Cada vez hay más casos documentados en los que el régimen de excepción no se usa para detener a supuestos mareros, sino a personas vinculadas a diferentes formas de oposición o resistencia a Bukele y sus políticas. En fin, aunque algunos medios siguen haciendo su misión y tratan de informar con libertad. Sin embargo, la desinformación creciente por parte del gobierno y la persecución policial hacen que muchas instituciones y personas decidan abandonar el país o buscar un lenguaje cercano a la autocensura.
Entonces, ¿cómo hace Bukele para mantenerse como un presidente popular? La población, en general, vive en contextos más seguros frente al crimen que había tomado las calles. Ese dato es tremendamente relevante y da una renta de popularidad que, de momento, no parece haber llegado a su fin. Además, hay comportamientos clásicos como controlar el poder judicial y constitucional, hasta el punto de empezar un nuevo mandato gracias a una interpretación orteguiana (por Ortega, el presidente de Nicaragua) de los artículos constitucionales. Pero no cabe duda de que su estrategia de comunicación es decisiva para explicar el caso. Un más que interesante análisis del medio New Brand lo resume así: “Con un estilo de comunicación directa, una estrategia digital agresiva y un uso inteligente de plataformas como TikTok y X, ha logrado consolidar su imagen de ‘presidente millennial’”. Su comunicación es, efectivamente, directa y sugiere que estamos ante una persona transparente y auténtica. Permanentemente se sitúa en una narrativa (“storytelling”) contra los poderes de la sociedad salvadoreña (lo de “la casta” en la Argentina de Milei). Funciona como un auténtico influencer en las redes, compartiendo memes, sumándose a tendencias o respondiendo personalmente a algunos ciudadanos. Y, por supuesto, la segmentación de la población meta le permite llegar con mensajes casi personalizados a la gente. Al situarnos en este plano del marketing, los hechos parecen irrelevantes.
Amigas y amigos presos o exiliados, otros atemorizados, algunas personalidades resistentes y heroicas y, cómo no, muchos que conviven con un régimen en el que, si no te metes en política o si estás en el “lado correcto de la historia”… puedes prosperar. Recuerdo la visita a un pueblo fronterizo de El Salvador con Honduras. Allí gana, por supuesto, alguien de la cuerda de Bukele. Pero uno de los que no ganan me confesaba: “Cuando veo a los militares apostados en las carreteras, me orino encima”. Me parece a mí que de eso va el modelo Bukele.
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