El 12 de Marzo de 1936, hace 74 años, fue elegido alcalde de Los Llanos de Aridane Francisco Rodríguez Betancor. Actualmente una placa oxidada le recuerda en la plaza del barrio de La Montaña, que lleva su nombre. Entre su equipo de gobierno, recuerdan los archivos, figuraban José San Blas Felipe, tercer teniente alcalde, procurador-síndico José Ruperto León Rodríguez y José Acosta García como síndico suplente.
"Paco" Rodríguez Betancor fue un alcalde peculiar. Algunos archivos recuerdan que tanto él como José Ruperto León eran personas de elevado nivel cultural, preocupados por los valores, y figuras visibles de un socialismo limpio, cercano y sincero. Estas características quedaron patentes en las distintas propuestas de las que queda registro. Entre ellas, Francisco Rodríguez solicitó a la Junta Local de Enseñanza que se pronunciara ante un maestro que impedía que los niños descalzos entraran en la escuela pública. Otra propuesta destacable fue el nombrar una calle a Don Conrado Hernández, un farmacéutico conservador que desempeñó una labor altruista en Los Llanos desde su establecimiento en esta localidad allá por 1888.
No eran tiempos para el clero, dicen algunos. Puede que sea verdad. Pero lo cierto es que los archivos aseguran que en febrero de 1932, el entonces alcalde Mauricio Duque propuso permitir la celebración pública de la Semana Santa. Por entonces, tanto Francisco Rodríguez como José Ruperto apoyaron la propuesta, lo que pone de manifiesto la amplitud de miras de ambos. Esta vez, la iglesia se valdría de un espacio público para su celebración, gracias al voto de Francisco Rodríguez, entre otros.
El tiempo pasó y la pauta cambió. Los del aguilucho que hoy sigue encaramado en la fachada del ayuntamiento procedieron a hacer lo que mejor sabían: acabar con todo. En noviembre de 1936 fueron detenidos, en la Caldera, Francisco Rodríguez Betancor, José Ruperto León, Antonio Fernández Acosta (Unión Obrera de Argual), Antonio Hernández González (músico), y Manuel Peña (músico y sindicalista). Fueron apresados y asesinados en el Pino del Consuelo, en Fuencaliente.
Tuvieron que pasar casi sesenta años para que una persona confesara, en nombre de otra, el lugar exacto de la fosa. Al parecer un compañero le había pedido como favor que revelara el lugar del asesinato, pero sólo cuando él ya estuviera muerto. Entonces iniciaron la búsqueda y tiempo después aparecieron los restos.
Al recuerdo de su fusilamiento, de las penurias y la hambruna sufrida durante la posguerra, se suma la negativa que ofreció el párroco del municipio para que sus restos gozaran de una cristiana sepultura. Los principales medios de comunicación de La Palma, escasos en el momento, ofrecieron monográficos sobre el suceso, y centenares de palmeros se volcaron en favor de la familia. La Cadena SER, la Televisión Española y gran parte de la prensa escrita, encontraron en el hecho un producto noticioso de gran calado social. Nuevamente, las heridas abiertas salieron a la calle. Corrían los años noventa y ese cura, al que hoy muchos rinden pleitesía, se negó a pasar los restos de un republicano por la iglesia. Argumentaba que era "improcedente". Toda una ironía. El que con su voto había permitido la celebración pública de la fiesta de la iglesia, hoy no tenía un hueco en el "reino de Dios". Fueron días de tensión y de decepción. Sus restos pasaron finalmente por la iglesia gracias a la presión de quienes se volcaron ante la injusticia, pero el sabor amargo del sectarismo de aquel párroco quedó y quedará por siempre en los labios del pueblo de Los Llanos de Aridane.
Javier Betancor es estudiante de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
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