Imagen del fuego en Fuencaliente en 2009
Al cumplirse un año del fatídico incendio de Fuencaliente y Mazo se hace muy necesario refrescar la memoria, pues acontecimientos de tal calibre y los ocurridos más tarde con las inundaciones deberían hacernos reflexionar profundamente, porque estos hechos no son fruto de la casualidad ni desgraciadamente los citados pueblos son los únicos que pueden padecer fenómenos de tal naturaleza.
Hagamos un poco de historia: Hasta no hace muchos años, el hombre siempre estuvo muy vinculado a su territorio, del cual obtenía los recursos necesarios para la subsistencia de la población. Poco después de la llegada de los castellanos, desde la costa a las medianías la isla fue roturada a mano para sembrar y precisamente el reciente incendio ha dejado bien al descubierto las numerosas huellas de esta gigantesca obra realizada con un esfuerzo extraordinario. El bosque también fue explotado para las necesidades de los vecinos y para exportar; ahí quedan en el recuerdo aquellos lugares por donde se bajaba la madera hasta el mar. Además, todos los despojos forestales eran recolectados intensamente y la ganadería también contribuía decididamente a la limpieza de los terrenos. Los aprovechamientos forestales estaban regulados por los ayuntamientos, quienes solían tener un "guarda forestal" que velaba por el cumplimiento de las leyes.
Por todo ello, los montes y medianías estaban limpios y los incendios eran más fáciles de apagar y jamás llegaron a tierras de cultivo que siempre fueron una barrera natural entre el monte y las viviendas. Hasta entonces, los encargados de combatir el fuego eran los propios vecinos, quienes acudían rápidamente al primer "toque de fuego" de las campanas de la iglesia o al sonar del "busio" cuando aquellas no existían, entre los cuales siempre habían unas personas mayores encargadas de la coordinación. La eficacia de estos voluntarios era extraordinaria; pese a la carencia casi total de medios se apoyaban en la astucia y el gran conocimiento del terreno y el clima.
Por cierto, esa cultura de combatir el fuego, trasmitida siempre de padres a hijos también nos la ha sido arrebatada por los "técnicos" que en teoría saben más que el experimentado campesino, por lo que hemos pasado de combatientes a espectadores y eso no se puede permitir en un territorio tan expuesto a los incendios.
En los últimos cuarenta años, las cosas han cambiado radicalmente. Una mal entendida mejora de la economía insular hace que, de producir la mayoría de los productos que consumíamos hayamos pasado en muy pocos tiempo a depender de la importación, con el consiguiente abandono casi total del campo. Todo ello trae consigo importantísimos cambios medioambientales que hemos ignorado sin darnos cuenta de los graves problemas que esto nos podría acarrear.
En el tiempo antes señalado, el bosque y los matorrales han avanzado hacia los núcleos habitados, ocupando amplias zonas que antes fueron de cultivo y por otra parte también se ha permitido la construcción de viviendas y cuartos de aperos dispersos metidos prácticamente dentro del monte. Lo que antes eran amplias zonas de cultivos y frutales hoy se han convertido en eriales repletos de hierbas y arbustos. Las consecuencias de este cambio brusco de desarrollo ya las hemos señalado, de tal modo que ahora los incendios no sólo afectan al bosque sino también a las zonas que fueron de cultivos y a las viviendas y el ejemplo más palpable lo tenemos en los incendios de los últimos años, donde cada vez más se ven afectados los núcleos de población.
Ante estos nuevos fuegos urbanos, no podemos seguir con los mismos planteamientos; aprendamos de las lecciones que nos da la naturaleza. Lo sucedido en Fuencaliente hace un año fue muy grave y aleccionador y sin embargo parece que lo hemos echado en saco roto. Hay que decir rotundo y claro que no estamos preparados para un incendio de estas características; las soluciones no pasan, entre otras cosas, por desalojar a los vecinos y dejar las viviendas a merced de las llamas como sucedió la noche y mañana del 1 de agosto de 2009.
El problema no se resuelve cortando pinos centenarios o construyendo infraestructuras de muy dudosa viabilidad en el monte; sin lugar a dudas es mejor mirar al pasado y tomar las enseñanzas de nuestros abuelos Hay una cosa muy clara: si no hubiera combustible no habría fuego y si existiera en cantidades moderadas, también los incendios lo serían; si bajo el pinar hay poco pinillo, el fuego pasa, no arde de copas y cuando llegue el invierno ya hay capa vegetal suficiente para retener el agua, como se demostró fehacientemente en el pasado incendio en aquellos lugares donde el monte estaba limpio.
Por lo tanto, si no queremos volver a la agricultura, que sería una de las soluciones, tendremos que extraer combustible de otra manera y esta podría ser retirando materia vegetal, que la hay en cantidades infinitas y fabricando con ella, entre otras cosas, abono orgánico. Otra formula importantísima sería la ganadería, que de forma controlada nos limpiaría el campo y nos proporcionaría otros múltiple beneficios. Sin lugar a dudas, esto traería a la isla cantidad de recursos económicos y puestos de trabajo.
Si algo bueno tiene el fuego es que deja los campos limpios y muchos árboles y frutales, en su lucha por la supervivencia, brotan de nuevo con vigor, por ello es una buena oportunidad para su recuperación, manteniéndolos limpios de plantas agresivas. Lamentablemente, es una ocasión perdida; contamos las fincas restauradas en Fuencaliente con los dedos de una mano y nos sobran dedos.
Un aviso a navegantes: prácticamente la mayoría de la isla está expuesta a sucesos como los ocurridos el pasado mes de agosto y diciembre, por lo tanto, si no tomamos las medidas de prevención necesarias estaremos cometiendo un error muy grave; La Palma no puede permitirse "el lujo" seguir apareciendo en la prensa internacional con acontecimientos tan negativos.
UN AÑO DESPUÉS….a Fuencaliente le están pasando muchas cosas, posiblemente nunca se habrán producido tantos cambios en tan escaso tiempo; por "cambiarle" que no quede, incluso lo están haciendo hasta con su orografía.
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