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Opinión
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Ignacio Jesús Pastor Teso/ Abogado

Las antenas de telefonía móvil: prevenir antes que curar

  • Nadie puede garantizar que dichas antenas son inocuas para la salud

Nacho Pastor, abogado.

Debido a la queja vecinal por las antenas de telefonía móvil de Timibúcar, en Santa Cruz de La Palma, recuperamos este artículo que nos envió su autor, el abogado Ignacio Jesús Pastor, hace ya algún tiempo pero que mantiene su actualidad y puede resultar de interés.

Ante la siempre latente polémica que genera la instalación de estaciones base de telefonía móvil en nuestras ciudades -La Palma y sus municipios no son excepción- espero me permitan unas breves reflexiones para tratar de aportar datos a una cuestión tan poco pacífica, generadora de tópicos voluntaristas e interesados de una parte, e imprecaciones y furibundas admoniciones de otra; y es que no hay sociedad más expuesta que aquella en la que sus ciudadanos viven subidos sobre la proa de los avances tecnológicos, pero de espaldas a los riesgos que generan.

Tuve ocasión de conocer, y de muy primera mano, un supuesto que parecía desmentir a aquellos que sólo referían las bondades de la telefonía móvil y su inocuo efecto sobre la salud. Me estoy refiriendo a los casos de leucemia detectados en varios niños del Colegio García Quintana de Valladolid entre los años 2000 y 2001, casos que, dada su reiteración, parecía poco razonable atribuir a la mera casualidad. Ante las dimensiones que tomaba aquel drama, la hostil presencia de una maraña de antenas de telefonía, instalada en un inmueble muy cercano, se presentaba como la amenaza más clara, generadora de riesgo y, por tanto, responsable del temor y la alarma de los padres ante lo que parecía una interesada asociación entre el "disparate técnico" de las operadoras de telefonía y la miopía de los entonces felices vecinos del  inmueble, beneficiarios de los ingresos derivados del alquiler de su azotea.  "Delenda est Antenas": Las antenas han de ser destruidas, tronaban entonces las voces de los padres, voces cuyas reverberaciones, ocho años después, no se han silenciado.

Mantengo un vivo recuerdo de esos hechos, y la concatenación de los que le siguieron, porque la casualidad -ahora sí- hizo  implicarme, personal y profesionalmente.  Residía a escasos 15 metros del Colegio García Quintana y dos niños de corta edad, que vivían conmigo, estuvieron matriculados en ese colegio. Mis temores no eran distintos a los de aquellos padres. Profesionalmente por cuanto, tras iniciarse las primeras concentraciones y emprender acciones, fue un compañero de mi despacho de Valladolid quien llevó la dirección técnica del asunto, de forma impecable en sus planteamientos jurídicos.  En ese intervalo nos trasladamos a Santa Cruz de La Palma y pude sentir entonces la tranquilidad de quien ha dejado atrás  un desconocido y amenazador peligro. A nivel profesional,  mantuve una línea de comunicación directa con lo que acontecía en el juzgado de instrucción de Valladolid, y, posteriormente, en otras sedes y órdenes jurisdiccionales. Fueron momentos de informes, contrainformes, presiones, descalificaciones, dudas, miedos, y tiempo también para políticos con mayúsculas, subrayados, en negrita, y también, desgraciadamente, con minúsculas.

El zoopolitikón es hombre "vacunado de espantos", nos habla de todo pero con conocimientos de bien poco. Gracias a su variable y muy selectiva memoria es capaz de afirmar y negar lo mismo en distintos tiempos, sin que cambie el rictus, quiero decir que mi credulidad ante los precipitados informes, que emiten sus agobiados asesores, es muy limitada.  Uno, que "ya peina canas", recuerda cómo todo un Ministro de Sanidad, aludía a "unos pequeños bichitos" como causantes del mayor envenenamiento masivo conocido hasta que, mucho tiempo, y -desgraciadamente- demasiados afectados después,  dieron con el verdadero causante: el aceite de colza adulterado que "empresarios" sin escrúpulos derivaron al consumo humano. En tiempos más cercanos, podemos recordar los "hilillos de chapapote" como un político, con legítimas aspiraciones presidenciales,  llamó a las más de doscientas toneladas de petróleo vertidas en las costas de Galicia. Podríamos seguir con las famosas armas de destrucción masiva en Irak o la "pequeñas turbulencias económicas" que anunciaba un ya cesado Ministro de Economía, porque en estas lides no hay colores ni partidos.

Regresemos de nuevo a las antenas. Hay opiniones de solvencia académica y técnica que argumentan que, siendo el Mercado libre e inteligente,  las empresas operadoras, como agentes de ese mercado, se librarían muy mucho de "colocar" productos dañinos para la salud, ante la amenaza de provocar su ruina definitiva.  Bondadoso y confiado argumento, propio de un ilustrado  Montesquieu y su "hombre-cordero", pero un análisis más comprometido de otros acontecimientos nos aleja de esa bonhomía conceptual y nos hace pensar en aquel  Hobbes de "el hombre es un lobo para el hombre". Sin duda, "el caso de la colza" nos aproxima  más a las hienas que a los corderos, pero, sin llegar a ese extremo de miseria humana, podemos traer a colación otro producto, un veterano en el mercado: el tabaco. Sus efectos sobre el cáncer de pulmón son ya doctrina no cuestionada, para desaliento de las empresas tabaqueras y sus "informes científicos"; lo que no es obstáculo para su comercialización, ahora si, acompañada de eslóganes apocalípticos.

Por tanto, la información es esencial, y es responsabilidad de las empresas de telefonía facilitar la que disponen, ya les beneficie o ya les perjudique. Nos tienen que convencer de que sus productos no son dañinos para nuestra salud o, si lo son, en qué magnitudes e intensidades. Nuestros representantes políticos, a su vez y por cautela, deben constatar esa información mediante estudios de científicos expertos e independientes, y legislar en base al principio de precaución. Nadie puede afirmar categóricamente que las antenas causan cáncer, pero nadie puede garantizar categóricamente que dichas antenas son inocuas para la salud. Por tanto "prevenir antes que curar."

Las propias operadoras ya admiten hablar de poblaciones de riesgo: embarazadas, niños, ancianos, precauciones en el uso del móvil… Así pues, las prevenciones son necesarias y muchas son las voces que se alzan para tratar de evitar o minimizar ese riesgo, cuya solución no pasa por prescindir de las antenas,  pero si de racionalizar su ubicación y arbitrar medidas técnicas para mejorar la cobertura, pero eliminando los riesgos que puede tener el electromagnetismo, en campos de frecuencia de "cuestionada" intensidad, para la salud.

Supone, evidentemente, incrementar los costes de instalación y ahora viene "la pregunta del millón": ¿Quién debe pagar ese coste de garantizar la salud? Tesis empresarial: todo coste se ha de repercutir sobre el precio de final del producto; por tanto, paga el consumidor. Ahora bien, el uso del móvil crece exponencialmente ¿cuantos miles de millones de euros facturan? ¿Quién recibe los enormes beneficios que genera?  Parece que el consumidor no, salvo que entendamos que el "regalo" de un nuevo terminal tras "tropecientasmil" llamadas englobe el concepto de beneficios.

Retomando la seriedad, las empresas si del problema hacen virtud, pueden racionalizar sus beneficios económicos y trabajar el concepto de "beneficios sociales", con información veraz, sin ocultismos generadores de miedos,  con un compromiso permanente de mejoras técnicas,  a medio plazo rentabilizarán las inversiones y  mejorarán sus cuentas de resultados, legítimo objetivo empresarial.

Mientras la controversia pública continúa, y enmarcado, en estos momentos, el debate jurídico en el campo urbanístico y medioambiental, al menos ya sabemos que si nuestros ayuntamientos no extreman el celo en el cumplimiento de la ley, y consienten que las operadoras sigan instalando antenas como antaño "se ponían las picas en Flandes",  serán los tribunales los encargados de revertir la situación y depurar las responsabilidades que debemos exigir a quienes actúan irresponsablemente.

Lo razonable, pues, es distanciarnos de planteamientos tercermundistas que tratan de primar una    "supuesta calidad" de  las conversaciones telefónicas sobre el temor que genera la inquietante presencia de esas antenas, a veces tan cerca de nuestras casas, hospitales y colegios. Armonizar técnica y salud parece el camino correcto.

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