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Opinión
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Jafet Barreto

Pagando los platos rotos

  • 10.262 palmeros sin trabajo, sin presente, sin futuro y sin lo básico para vivir

Nos acostumbramos a las cifras como el que se acostumbra a oír llover. Se nos pone un nudo en la garganta cuando ponemos rostro, nombre y apellidos a los números, sólo así tomamos conciencia del drama social que padecen 10.262 palmeros sin trabajo, sin presente, sin futuro y, a veces, sin lo básico para sobrevivir.

Los sufridos ciudadanos tenemos clara conciencia de que se podía haber evitado esta crisis económica.  A estas alturas, ya podemos concluir que esta crisis es el resultado de los excesos, del despilfarro, de la pésima gestión, de la ineptitud política, del latrocinio, de la corrupción y de la usura. En este país se ha trabajado mucho y bien. Hemos generado la suficiente riqueza como para poder vivir todos dignamente; pero, lo que la gente honrada conseguía trabajando por el día, nos era arrebatado por la noche, en oscuras componendas, por especuladores, manirrotos y ladrones del sudor ajeno.
En tiempos de crisis es más  importante que nunca  gestionar bien el gasto, lo es para las familias y lo es para los Gobiernos. Y gestionar bien el gasto significa como mínimo dos cosas: priorizar en qué se gasta y gastar menos y mejor. Lo que se gasta, que, conviene que no olviden los políticos, sale del bolsillo de los contribuyentes.

Lamentablemente, en La Palma, seguimos esperando a que las autoridades públicas se apliquen una política de austeridad seria en primera persona, acorde con los tiempos que corren, que disminuyan el enorme gasto político que se aprecia, en la mayoría de las administraciones insulares, en el Cap. I de los Presupuestos. Ni por asombro, por ejemplo, pasan nuestras autoridades públicas, de las palabras a los hechos, en lo referente a mancomunar servicios. Hay comportamientos políticos que, con la que cae, son indefendibles y que se convierten en inmolación, los ciudadanos, ahora más si cabe, quieren representantes públicos que trabajen para buscar una solución y no para seguir creando problemas.

Cuando en una casa no se llega a fin de mes no se hacen recortes en educación: a una madre no se le ocurriría dejar de pagar los libros. Del mismo modo, es impensable en una casa hacer recortes en la sanidad si alguien está enfermo, no se van a dejar de comprar los medicamentos necesarios, porque se entiende que la salud es algo básico. Unos padres se sacrificarán por sus hijos, al igual que un Estado, es decir, los gobernantes, se deben sacrificar por sus ciudadanos.

Pese a esta situación, la clase política sigue lanzando una ola de recortes en la inversión destinada a todos los servicios sociales (Educación, sanidad, asistencia a mujeres maltratadas, atención a drogodependientes, asistencia a mayores en su domicilio, etc.) y, al mismo tiempo, aprueban medidas enormemente lesivas para el conjunto de los trabajadores del sector público.
Estas medidas ponen de relieve cuál es la receta que, hasta la fecha, tienen los políticos para resolver la crisis económica: que las familias paguemos la factura de una crisis que no hemos provocado, mientras sus responsables -banqueros- salen indemnes. De hecho, la crisis se ha convertido en la coartada perfecta para hacer un trasvase brutal de dinero público a manos privadas; es decir, somos las víctimas quienes estamos llamados a pagar con nuestra salud, educación, puestos de trabajo, pensiones, etc., los platos rotos. Y mientras tanto, las grandes fortunas obtienen beneficios récord y la banca es rescatada con dinero público para garantizar los beneficios de una minoría.

Porque, por mucho que lo repitan, no es verdad que no haya dinero y que sea imprescindible recortar la educación, la sanidad y los servicios sociales en general. Nos hablan de los servicios sociales como si fuera un regalo que el Estado nos hace a los ciudadanos, cuando la realidad es que absolutamente todos los servicios sociales los pagamos nosotros, y los hemos pagado siempre, a través de nuestros impuestos y cotizaciones sociales.

Si los bancos han estado, por activa y pasiva, buscando una reforma laboral que alivie sus gastos y mejore sus cuentas de resultados, nada mejor que un buen convenio laboral de altos cargos que se rija por las mismas valoraciones de productividad y austeridad que exigen al resto.

El auténtico problema, así es como lo veo yo, son las enormes cantidades entregadas a la banca para que sanee sus cuentas manteniendo al mismo tiempo sus escandalosos beneficios. Entre ayudas directas, créditos subvencionados y avales, desde 2007 hasta Diciembre de 2010, según datos publicados por la Comisión Europea, el Estado español facilitó a los bancos y cajas cerca de 146.000 millones de euros.

Simultáneamente, el Banco Central Europeo ha prestado a los bancos privados 394.459 millones de euros, a un tipo de interés subvencionado del 1%. Este dinero, que procede de nuestros impuestos, es dedicado en una buena parte a comprar deuda pública, retribuida, cuando menos, al 4 o al 5%. Es decir, prestamos nuestro dinero a los bancos al 1% y ellos nos lo vuelven a prestar al 4%: ésta es la auténtica razón del déficit público, y no la inversión en servicios sociales.

Por esta razón, me muestro reacio a los recortes que nos están imponiendo. Conquistas que costaron enormes esfuerzos y sacrificios a las generaciones anteriores están amenazadas por la codicia de los banqueros. Los salarios, los trabajos estables, la indemnización por despido, los convenios sectoriales que protegen a los trabajadores de pequeñas empresas, la sanidad gratuita, la educación pública y las becas que permiten estudiar a los hijos de las familias con menores recursos, las pensiones, los subsidios a los desempleados, la garantía de que las personas incapaces de valerse por sí mismas no serán abandonadas a su suerte… todo está en peligro.
Si todos los afectados nos ponemos en movimiento, si exigimos a las organizaciones sindicales que abandonen su política de pactos que no sirven para nada y que se pongan al frente de una respuesta firme y contundente frente a los abusos, si desplegamos toda nuestra fuerza en la calle, no habrá gobierno ni empresa que pueda imponer sus medidas antisociales.

Nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos, depende de nosotros. Tenemos que ser nosotros, los ciudadanos, los que nos apoderemos frente a tantos que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino.

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